Capítulo 58

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Mi abuelo dejo de empujar la silla en cuanto cruzamos por el marco de la puerta, cerró y se recargo de brazos cruzados sobre esta, seguí avanzando gire la silla hasta el lado de la cama, eleve la mirada viendo su expresión cejas fruncidas y labios rígidos

—¡Qué esperas! sube a la cama

—¿Yo solo? —exclame, enarcando una ceja, desconcertado.

—Tú solo, te bajaste ¿no? Planeabas cruzar medio país, tú solo —recalco con ironía —¡No creo que subirte a la cama, implique un problema ¿o sí?

Tragué saliva, torcí la boca y aprete los labios, enfadado, con que esta era su nueva forma de regañarme «dándole un punta pie a mi ego» la cama parecía más alta de lo que la recordaba hace unos minutos, no obstante, está era mi oportunidad de probarle que aún en estas condiciones yo podía valerme por mí mismo.

Asentí con decisión, tomándolo como un reto. Apoye ambas manos sobre el colchón, me impulse hacia arriba, mis brazos cansados del arduo día de terapías, aunado a ese esfuerzo extra que les exigí para «salir del hospital» no soportaron el peso de todo mi cuerpo, aterrice con el abdomen al borde, las piernas colgando flácidas e inmóviles, sentí ira al momento que me resbalaba hacia el piso y me prense de la colcha, moviendo ansioso la cadera, intentando trepar; no vi en qué momento mi abuelo llego a mi lado, hasta que sentí como me sujetaba con ambas manos por la cadera impulsándome hacia arriba con su ayuda me aferre a la otra orilla del colchón, gire la cabeza respirando agitado para verlo sentado a mi lado, sus movimientos fueron excesivamente rápidos, su gesto se contrajo obtuso, coloco su mano sobre mi espalda y dio ese inesperado tirón hacia debajo de mis pantalones y calzoncillos, estrello su mano con toda su fuerza

Zas

—¿Ahora lo entiendes? No puedes ni siquiera subirte solo a una cama ¿me quieres decir, como planeabas llegar hasta Denver? —enfatizo, en una silla de ruedas. —Su voz embraveció con exasperación frustrada.

Zas, zas, zas

La sensación de su mano impactando sobre mis glúteos era extraña, desconcertante, "como ecos de dolor" «acallados» ni siquiera puedo decir que experimentaba dolor; eso me generó una ansiedad amarga. Aunado a la actuación de mi abuelo, el recuerdo de cómo me castigaba antes, debió colmarme de miedo, pero decir que se estaba midiendo era poco, ni de niño me propino unas nalgadas tan «controladas» «suaves», no encontraba el adjetivo correcto, propino dos más.

Zas, zas

De seis, o quizás solo cinco nalgadas ¿era en serio? Y se detuvo.

Un escalofrió recorrió mi espalda y el estómago se me comprimió. Margaret podía decir lo quisiera, yo no sentía, no como antes ¡Cómo volvería a caminar! Si la sensibilidad de mi cadera y glúteos se experimentaba como adormecida, sumergida bajo miles de centímetros cúbicos de agua, bajo del océano, y mis piernas seguían inmóviles.

—Ya abuelo, abuelito Taito, por favor, ya no me castigues, yo solo quería ver a mi hermano —dije sollozando, asustado de mi nimia sensibilidad.

Se detuvo respirando pesadamente, sus ojos cobraron un tono de preocupación, pasmado por lo que acababa de hacer, quedando estacionados sobre mi rostro afligido.

—¿Te dolió mucho? ¿Te lastime hijo? —indagó, al mismo tiempo que Lanzó una mirada detenida de inspección. Lo siento Dylan, tu estás convaleciente y yo no debí —se reprochó.

Meneé la cabeza de forma negativa —No, no me dolió, es poco lo que sentí —murmuré.

Nuestras miradas se entrelazaron, suspendidas en el tiempo, en pausa una sobre la otra, mi miedo se convirtió en el suyo, reflejándose en sus ojos. Habilidosamente, lo encapsulo, como siempre solía hacer —tomo el borde de mi elástico del pijama junto con el calzoncillo subiéndolo, al terminar me giro boca arriba, distendió la cama y me recostó dentro.

La cuna II parteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora