La discusión

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Jeimmy

Aguardé toda la mañana, considerando que primero debía terminar mi rutina matinal que consistía en los ejercicios de fisioterapia que ya realizaba en el salón de rehabilitación de la residencia, después ser auxiliado por Robert para la ducha en la tina y por último su apoyo para vestirme, cuando por fin estuve listo, esperé sentado a un costado de la cama.

No cometí el error, como en las ocasiones anteriores de decirle con antelación, que quería hablar con ella, el efecto sorpresa sería mi aliado, entró a la habitación y tomó asiento en el taburete frente al tocador, a su paso dejo una estela de perfume que embriago todo el aire, usaba un vestido nada suntuoso algo casual, que le aportaba un aire jovial y marcaba su cintura de una forma que a ningún hijo, le agradaría, venia notando que llevaba varios días reparando en cambiar el color de su labial, usar collar o como hoy, ponerse vestido, también sonreía muy a menudo, me alegraba que tuviera más tiempo para su arreglo, lo que no soportaba era la mirada de colegial con que el Doctor Matthew la veía cuando creía que nadie ponía atención.

Sacándome esas imágenes como si me sacudiera telarañas, decidí que, ahora era el momento adecuado, o el mejor del que dispondría, estábamos solos, sin interrupciones u opiniones de terceros «entrometidos» y sí me refiero al Doctor Matthew.

Procuré ser cuidadoso al elegir las palabras para iniciar esta conversación, sin desatender la importancia de ser concreto, ya que no era la primera vez que lo intentaba, estructuré las preguntas a detalle, pero de nada me sirvió, cuando Helen Novak, se lo proponía era astuta e intransigente hasta el desquicié.

De pronto, lo supe, al realizar mi primer petición, si seguía por ese rumbo, terminaría por llevarme a perder los estribos, experimenté en mi propia piel la frustración que hace años veía reflejada en los ojos de Dylan, cuando discutía con ella, era absolutamente desesperante su habilidad para evadir mis preguntas, la ira se acumuló en mi garganta.

—¿Por qué no? —replique.

Sin apartar sus ojos de mi reflejo sobre el espejo, al mismo tiempo que con unas horquillas ajustaba los últimos detalles del peinado recogido de su cabello

—Porque antes de que podamos dar ese paso necesitas iniciar tus sesiones con Tyler —contestó.

—¡Qué! No. Entiéndelo de una vez, jamás tomare sesiones, terapia o lo que sea ni con Tyler, ni con ningún otro loquero —espete.

—Entonces mi respuesta es no —respondió con una rotundidad sin posibilidad a apelaciones, y un tono de voz imperturbable.

—¡Ah! Te detesto —vociferé —tomé mis muletas y me puse de pie, hace dos semanas que, sino las dominaba del todo, practicaba todo el tiempo y repelía la silla de ruedas a toda costa como si el asiento fuera de púas.

—Jeimmy, ten cuidado. Qué si te vuelves a caer de nuevo y más por tu mal carácter, ahora sí te la cumplo y te dejo sin las muletas una semana.

—Atrévete y le llamo a mi taita, para que me llevé a su casa. A mí nadie me quita esto, que es lo único que me da un poco de independencia, además sino las uso jamás me recuperaré, aunque seguro eso es lo que quieres ¿No Helen? —solté esa bomba, que no mentiré, me asusto un poco.

«Percibí mi sobrerreacción como una fusión entre lo intempestivo y beligerante que podía llegar a ser Dylan cuando le pedía respuestas y se las negaba, y lo irreverente y terco de Adán, cuando se sentía sometido», no di marcha atrás.

Me aferré a las muletas, di un vistazo a la puerta entre abierta y balanceé la opción de dar la vuelta e irme, para recobrar la calma y replantear una nueva estrategia, ya que ahora, no estaba haciendo ningún progreso, lo que no contemplé fue su reacción, se giró en el taburete sin ponerse de pie, sus ojos dolidos me detuvieron.

La cuna II parteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora