Bar el Galeón

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Pov Harold Novak

EN LA ACTUALIDAD

Cuando Helen se marchó el domingo alrededor de las cuatro de la tarde de cierta forma me sentí liberado. Si durante la rehabilitación de Dylan posterior al accidente mi muchacho y yo nos habíamos acostumbrado a llevar una rutina estricta difícil de alterar, justo ahora, era prácticamente inamovible, la cual solo se modificada durante los escasos fines de semana que Helen venía a visitarlo, alterando nuestros horarios a los cuales yo me regía con firmeza, como una forma para no perder la cabeza.

Tomé asiento en el sillón a un lado de la cama de Dylan, que ahora permanecía sobre esta con los ojos cerrados, corrí las cortinas para evitar la intromisión del agreste sol que lastimaba mis ojos con el reflejo del piso, me encontraba dispuesto a leerle como todos los días, durante su supuesta hora de la siesta, pero algo me llevo a ser yo mismo quien alterara esa rutina, quizás fue el recuerdo de su voz quejumbrosa que ahora extrañaba tanto:

«¡Qué no estoy cansado, Taito! ¡Yo no necesito siestas! ¡No, no y no, sí me cortas el cabello perderé mí! "sex appeal"! ¡Ah, esté traje es del siglo pasado, abuelo me veo ridículo! ¡¡Jugo de ciruela, no olvídalo eso es de viejitos y no me importa que digas que es bueno para mi barriga!!»

Entre muchas de sus quejas que hoy deseaba escuchar de nuevo; el color de su voz acompañada de su sonrisa, el matiz de todos sus gestos, desde los burlones, altaneros, rezongones, hasta sus expresiones dulces como su mirada esperanzada, amorosa y también sus palabrotas, cuando me confrontaba, sus gritos, sus rabietas, todo de él, lo añoraba y como deseaba que abriera los ojos, me mirara y me dijera lo que fuera... que me arrebatara el control y reventara mis nervios, que terminara de una vez por todas con esta inercia orquestada dentro de un mutismo, donde yo dirigía a mi gusto sin una sola queja, sin una sola objeción o respuesta, y en la que él era lo que siempre pregoné querer: una marioneta dócil, manejable que reaccionaba sin más a mis ordenes

¡¡No la quería, no más!! ¡Este no era mi muchacho! Era un simple cascarón inanimado, este no era mi Dylan, él estaba ausente todo lo que él era y todo lo que me había dejado, era un cuerpo vacío que reaccionaba a órdenes y no lo soportaba más.

Cerré el libro de golpe y elevé mi voz y le hablé como todos los días desde que estábamos aquí:

-Hijo, hoy vamos a variar un poco, además este libro te lo leía de niño y sé que te lo sabes de memoria «Ni una sola reacción, ni un movimiento, se mantenía inerte como llevaba desde esa noche que Helen lo encontró en el ático...» -Bueno creo que hoy prefiero que recordemos juntos una tarde en particular, que ahora que tu mamá vino llegó a mi memoria, te la contaré como una historia. La considero esa parte intermedia entre el accidente que dejo en coma a Jeimmy, y como tú terminaste aquí, yo nombraría a este capítulo de nuestras vidas "El ojo del huracán": ese punto donde una aparente calma engañosa esconde la llegada del instante más álgido de la tormenta, e inicia así:

Tres meses habían transcurrido desde el accidente en el puente, Jeimmy continuaba internado en el Hospital sin ningún cambio, los primeros dos meses contacté con mis colegas médicos, en busca de un especialista en la materia, tres de los más reconocidos del Hospital Naval accedieron a realizar el viaje para venir a valorar a Jeimmy, las conclusiones fueron prácticamente las mismas en una aplastante unanimidad:

Tres minutos sin oxígeno en el cerebro era lo que Jeimmy había pasado aprensado por ese cinturón de seguridad dentro del automóvil sumergido en el agua, el daño a nivel cerebral y celular no podría calcularse, hasta que despertara, en caso de que lo hiciera, esperar era todo lo que podíamos hacer... Esperar a que su cuerpo reaccionara y su cerebro se sanara por sí mismo y para eso se requería tiempo, cuando barajeé la posibilidad de trasladarlo al Hospital Naval de Denver para una mejor atención me explicaron que lo más prudente era que se quedara en el Hospital del pueblo limítrofe con Brecha de dos lagos, a quince minutos de mi casa en la zona residencial del centro y a media hora del lago, me pareció lo más sensato, ya que nos quedaba cerca, dándonos la posibilidad de estar al pendiente y turnarnos para el horario de visitas, además de que mi seguro cubría el servicio médico dentro de estas instalaciones, la atención era excelente.

La cuna II parteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora