El Valle de los muertos

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Pov Henry.

EL VALLE DE LOS MUERTOS.

El viento marino de la tarde sopló con suavidad refrescando el ambiente, trayendo consigo un ansiado descanso de aquel sol abrasivo y caluroso que desde las primeras horas de la mañana se prensó sobre nuestro navío.

Aún dentro del puente de mando con la ventanilla abierta y a la sombra, el aire caliente cargado de esa característica humedad salina era sofocante, difícil de respirar. Unos cuantos minutos en los que tuve que estar expuesto a los rayos directos del sol, tuvieron la suficiente fuerza para agotarme y dejarme en un estado aletargado y somnoliento.

La brisa logró que un cúmulo de nubes blancas relegará a un segundo plano al incandescente astro, el viento sopló con mayor intensidad y Boly sentado al frente de la proa del barco elevó su nariz cerrando los ojos y olfateando, disfrutaba absorto los olores que el mar le brindaba, con esa sabiduría muda que los perros poseen.

Era nuestro segundo día en altamar. Habíamos abandonado la zona del lago desde el primer día alrededor de las once de la mañana, siguiendo la ruta trazada en el mapa que mi padre me entrego, avanzábamos en tiempo, me mantenía precavido y meticuloso a cada uno de los puntos que me marco; yo no era un marinero y mis conocimientos de navegación eran los de un amateur, por lo que no podía arriesgarme a perderme, menos ahora que hace varias millas náuticas todo a nuestro alrededor era agua salada, nos encontrábamos en mar abierto y la sensación del solipsismo era apabullante, «jugadas que la mente nos hace en sitios como este».

Aferrándome al propósito de este viaje, todos mis sentidos saltaban alertas a cualquier sonido que no fuera el de las olas chocando con el casco, el vaivén del barco o a el sonido de las almohadillas de las patas de Boly paseándose por la cubierta, sabía que se debía en gran parte al sitio al cual me dirigía "El Valle de los muertos".

Conforme el sol se ocultaba, me senté en la proa del barco, destapé una lata de atún y partí una hogaza de pan para hacerme un emparedado que compartiría con Boly, sin embargo a la segunda mordida desistí y le entregue el emparedado, su presencia después de todo sí era de ayuda, por lo menos para rescatarme de la soledad angustiosa, me salvaba de mis dudas e inquietudes del como lograría mi objetivo, era experto en hacerme sonreír, jamás había mantenido pláticas tan largas y amenas con un perro como lo hice durante esos dos días con Boly. Me miraba atento con verdadero interés, los ojos sonrientes que de vez en cuando se mostraban pensativos y cuando se dignaba a contestarme un par de ladridos eran suficientes para saber que estaba de acuerdo conmigo.

Me quedé en silencio a su lado, ambos observando el horizonte, aguardando que la luna saliera y el oleaje subiera, esa sería nuestra señal para dar el siguiente paso, durante esas horas de reflexión, agudicé la vista e intente captar algún sonido que me diera la certidumbre de que el Valle de los muertos se encontraba justo aquí, todo lo que alcanzaba a ver era el mar en un azul marino profundo que cada vez se oscurecía más, arriba una luna llena como un ojo plateado nos vigilaba era una noche sin nubes ni estrellas.

El oleaje se volvió más vivo y fuerte. Faltaban cinco minutos para la media noche las doce, con un simple intercambio de miradas, Boly me siguió hasta el puente de mando, una vez que estuvimos dentro con nuestras escasas provisiones y equipaje asegurado, cerré la puerta y giré la llave en la marcha, el motor encendió a la primera. Sus palabras cobraron voz dentro de mi cabeza al mismo tiempo que yo, me aferraba al timón:

«Sé paciente, enciende las luces del barco, dirígelas al mar y cuenta a la novena ola acelera a todo babor. La novena ola es la que te conducirá sobre su cresta a las aguas que conectan con el Valle de los muertos, sino tomas la ola correcta jamás llegaras a las faldas de sus playas, es la novena ola, la llave para entrar y volver visible el Valle de los muertos».

La cuna II parteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora