El amor desigual de madre y un abuelo defensor

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Helen.

Avanzamos la mayor parte del camino en silencio, Matthew porque con seguridad, no hallaba como aconsejarme sin rebasar la invisible línea de amigos que con la cotidianidad de la convivencia diaria con mayor frecuencia se desdibujaba más entre nosotros, sin que lo notáramos, en cuanto a mí, no tenía los ánimos de entablar una conversación, me sentía derrotada, la discusión con Jeimmy me dejaba en claro dos cosas, primero, mi hijo menor, ya no era un niño al que pudiera persuadir con pretextos para ganar tiempo y segundo, era imposible postergar más el momento de enfrentarlo a la verdad, y de repente todo eso paso a segundo término, por sentido de prioridades, al recibir esa llamada de la clínica que me invadió de incertidumbre, y que ahora nos tenía en medio de la carretera.

Matthew viró el volante ingresando a la vieja carretera que escalaba la montaña, años atrás cuando aquella edificación vio sus mejores días, era conocido como el Castillo del acantilado, cuando era pequeña mi padre me contaba leyendas de este sitio, plagadas de almas en pena, corredores sin salida, muertes trágicas y cuanto le daba su inventiva para desalentar mis deseos infantiles de exploración. El Castillo de las sombras, que como era mejor conocido por los niños en aquel entonces, conservaba ese halo de misterio, anclado en lo más alto de las rocas, suspendido entre el mar al sur y del lado norte, más allá de las cordilleras el lago. A nuestra llegada las nubes borrascosas que se amotinaban sobre sus torres, desplegaron una delgada cortina de lluvia.

Sus muros albergaban la clínica, en la que Dylan estaba ingresado, suponía que no le otorgaban la categoría de Hospital, debido a que no se había habilitado todo el inmueble por falta de presupuesto, solo se encontraban en funcionamiento los primeros tres pisos del ala sur, la zona que daba al acantilado se mantenía clausurada.

En este sitio aislado y recóndito, además de atender padecimientos mentales, contaban con un área designada para trastornos del sueño, catatonia y aquellos casos «uno en un millón», para los cuales la ciencia médica no encontraba respuesta «como el de mi hijo», podían adornarlo tanto como quisieran, en el fondo, no dejaba de ser un Hospital psiquiátrico.

—Detesto este sitio —se me escapó ese pensamiento en voz alta. —Al tiempo que transitábamos por una de las últimas curvas.

—Ya te he dicho, que podemos llevar a Dylan a otro hospital, el que tú quieras, por el dinero no te preocupes —me ofreció —aunque en cuestiones de salud mental y en especifico para el caso tan particular de Dylan, déjame decirte que esta es una de las mejores instituciones en Riviera de dos ríos.

Le debía demasiado a Matthew, no quería aprovecharme y sabía que mi padre se negaría «No aceptaremos caridad», dijo tajante, cuando se lo planteé, además de que serviría, ya habíamos recurrido a una infinidad de medicos, incluidos los especialistas que Matthew trajo, hace no más de un mes, y que mi padre no tuvo más opción que hacer a un lado su orgullo, y dejar que revisaran a Dylan.

«Y al final, esos medicos, no fueron capaces de darnos un diagnóstico, todo lo que obtuve fue esa mueca arrogante por parte de mi padre que en silencio expresaba "un, te lo dije"».

—Estaciónate ahí, por favor, hablaremos de eso más tarde, ahora solo quiero ver a mi hijo —Al pie del Hospital, señale, el espacio más cercano a las escalinatas.

—Estás muy alterada, Helen, debes calmarte, el Doctor Hyatt, te aseguro por teléfono que Dylan, ya esta fuera de peligro, y cuando fuiste por tu abrigo, me explico que la convulsión, no fue grave.

—Sí, todo eso ya me quedo claro, lo que no entiendo es porque mi padre no me llamó, para ponerme al tanto. Vamos, no iré sola, hoy quiero que entres conmigo

—¿Estás segura? —preguntó.

—Po supuesto, somos adultos, tú eres el medico de Jeimmy, y el hombre que me ha ayudado todo este tiempo, y sin pedir nada a cambio, no tenemos porque esconder nuestra relación de... —realice una pausa cuando sus ojos se encontraron con los míos, a la expectativa

La cuna II parteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora