Marcus.
Pronostiqué que en honor a la supuesta amistad que ese enfermero alardeaba mantener con mi hermano, entraría al quirófano, sino para asistir, tan solo por si algo se presentaba. No fue así, con desagrado reitere que se tomaba demasiado en serio las encomiendas de mi padre «quédate con Marcus»
Al poco tiempo de que nos quedamos solos, en la sala de espera, el hombre se acomodó en el asiento de al lado y cruzo los brazos sin intenciones de separarse de mí, deshacerme de él, no sería tan sencillo, como supuse. La cirugía duraría un par de horas y sin embargo la primera hora se esfumó sin que me lograra tejer una artimaña para alejarme de Robert, el suficiente tiempo para emprender la segunda razón por la que me encontraba en el Hospital.
En cuanto a Adán, la tarde anterior ya había implementado las acciones pertinentes "de protección para cuando estuviera sobre la plancha" por decirlo de algún modo; ahora sí, nadie podía tildarme de ser un hermano indiferente, ni distante, aunque reconocía que de ser así no me importaba, en esta ocasión no lo había hecho para guardar apariencias ni quedar bien con nadie, sino porque Adán me necesitaba y también por egoísmo porque no estaba dispuesto a perderlo. No le conté a nadie en parte porque tenía restringidas las llamadas y para realizar está en particular requería privacidad y en parte porque ni yo mismo, entendía por completo que me proponía lograr.
«No tienes prohibido hablar con tus amigos o tu madre, siempre y cuando cumplas una sola condición, me recuerdo como un bobo preguntando ¿Cuál? —que yo esté presente durante la llamada, ah y que me digas el motivo de la misma».
«¡Agh! El hombre era insufrible y paranoico a más no poder, debía pensar que el LSD y la cocaína se pueden pedir a domicilio, lo cual en mi condición de cliente frecuente no distaba tanto de ser posible, de no ser por el pequeño inconveniente de que no tenía un solo dólar».
No era culpa mía a esto me orillaba mi padre en su afán de querer entrometerse en todo, me colé en su despacho y a escondidas llamé a Michael, al colgar y ahora aguardando aquí, solo rogaba que sirviera, la tarde anterior me costó trabajo, creer que por prender unas velas y repetir unos conjuros que él denominaba (versos Celtas), una especie de protector espiritual acudiría al rescate de Adán en caso de que ese tal Cedric, se las diera de listillo y quisiera aprovecharse de que estaría bajo anestesia, de no ser porque presencie la aparición de ese ser, yo mismo dudaría de mi cordura. De modo que con toda la devoción que hallé dentro de mí, que a decir verdad no era mucha, porque siendo sincero a Michael le restaba mucho camino para ser un druida consagrado, en mi desesperación por ridículo que me pareciera, seguí al pie de la letra las instrucciones de ese aprendiz a druida, que juro esa misma noche él haría lo mismo desde su casa. Y ahora solo quedaba esperar.
Obligué a mi cerebro para que se enfocara en la segunda razón por la que me encontraba aquí, apreté el gorro de lana entre mis manos, la idea dio inicio de forma simplona para pronto tomar forma y transformarse en un plan nada despreciable.
Comencé a removerme en el asiento.
—Voy al baño —dije —me puse de pie y me encaminé.
—Marcus —su voz me frenó, como me lo esperaba.
Di la vuelta con cara de fastidio
—Te estaré vigilando desde aquí, no tardes.
«Eso ya lo sabía la puerta del baño de caballeros era visible a menos de dos metros de donde don mastodonte estaba sentado.
—Oye no controlo eso ¿Qué tal que tengo estreñimiento? —respondí en mi mejor papel de víctima.
—Tienes cinco minutos, si tardas más entrare por ti, y te llevare con Matt el gastroenterólogo, seguro él estará encantado en obsequiarnos un par de supositorios para eso de tu estreñimiento o mejor aún hacerte un chequeo.
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La cuna II parte
Teen FictionEs la continuación de la cuna Titulada El vuelo de las golondrinas Bienvenidos a la segunda parte de la Cuna. donde tendremos el final. Gracias por seguir aquí. Para los lectores que llegaron aquí y desconocen de la existencia de la primera parte...