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Silencio.

Eso era lo único que abundaba en casa desde que volví del hospital. 

Alexander no pudo quedarse conmigo, así que quedamos en que vendría a recogerme cuando fuera hora de reunirnos en la noche. No salí de mi habitación. En toda la tarde. Simplemente permanecí en mi cama, caminando a veces y suspirando a ratos. 

Escuchaba a mi abuela mover cosas de vez en cuando en el piso de abajo o pisando fuerte en el pasillo al que daba mi puerta. No tenía idea de que al llegar a casa, fuese a haber tal silencio. Es más, hubiese apostado todo a que mi abuela me estaría gritando toda la tarde. 

Cuando estaba con mis piernas apoyadas en el cabecero de mi cama y mi cabeza colgando de ésta, escuché sonar el teléfono fijo del piso de abajo. Me levanté, para asomar la cabeza por la puerta ya que éste nunca sonaba, a no ser que fuese algo urgente o importante. 

-¿Sí?

Escuché a mi abuela descolgar y responder. Empecé a andar lentamente por el pasillo, hasta quedar sentada en último escalón de la escalera. 

-Si, soy yo- silencio de nuevo. Empecé a jugar con mis dedos, nerviosa- ¿A sí? Si, lo entiendo perfectamente. Se lo haré saber- silencio de nuevo- ¿Y cuánto puede durar esto aproximadamente?- fruncí el ceño- Entiendo. De acuerdo, gracias por llamar.

Escuché cómo colgó el teléfono.

Y a pesar de haber tenido ganas de volver corriendo a la habitación al escuchar sus pasos por las escaleras, decidí quedarme ahí sentada. La sorpresa en su cara fue clara, cuando quedó a unos tres escalones a distancia de mí. Volvió a manifestar su cara seria al instante.

-Era de la universidad. Han llamado para decir que se han suspendido las clases hasta nuevo aviso- dijo con voz neutra y yo evité sentir alivio en mi interior, ya que no era el sentimiento correcto- Debes de estar contenta. ¿No?- elevó la ceja y yo fruncí las mías- Si no querías seguir yendo a clase, habérmelo comentado, en vez de derribar la universidad y dejar numerosos heridos.

Y tras soltar esas hirientes palabras, volvió a bajar las escaleras.

Apreté mi mano derecha en un puño, de la rabia que estaba intentando contener. Pero como le había dicho en el hospital, ya no pensaba callarme una. Así que bajé los escalones con rapidez, hasta encararla en la cocina.

-Claro abuela. Tu nieta, la que no sabía ni preparar un té de hierbas, a derrumbado a propósito una universidad llena de personas- dije con tono irónico. Ella siguió fregando los platos, dándome la espalda- No me arrepiento de lo que te e dicho en el hospital, abuela. Siempre me has intentando controlar. Siempre me has intentando engañar con las palabras tu madre lo hubiera querido así. Mi madre, ¿o tú, abuela?

Dejó de lavar platos y se mantuvo en silencio tras cerrar el grifo. Y con la ausencia del agua cayendo, nos sumimos en silencio. 

-¿Acaso me has preguntado cómo estoy? ¿Acaso has venido a ver si tenía heridas?- pregunté intentando que mi voz siguiera firme- ¿Acaso me has preguntado sobre lo que realmente a pasado, abuela?

AMO© |TRILOGÍA AMOS 1|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora