56⛥ The Mansion

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Cuando Alexander me dejó en casa, desistió al no querer participar en ninguna de sus conversaciones.

Simplemente me dediqué a entrar en casa y a pasar buena parte de la tarde sentada en la ducha, con el agua de la regadera cayendo sobre mí en un intento de limpiar todos mis pecados. Pecados que justamente esa tarde decidieron manifestarse para carcomerme interiorimente.

Susurré el nombre de Aradia sucesivamente, pero obtuve la misma respuesta que obtuve como cada vez que lo intentaba a solas los últimos días.

Nada.

No comprendía qué ocurría. No comprendía el porqué Eddy seguía apostando por mí como si supiera mi auténtico yo. No sabía porqué la segunda de los amos reclamaba mi presencia. No sabía el porqué de sentir un profundo sentimiento de que algo no estaba bien. Algo estaba fuera de lugar. No sólo la muerte de Melanka, sino también la de Oliver y a los que asesiné con mis propias manos en aquella noche de carnicería.

Pero lo que más carcomía mi interior era el hecho de que ésas cosas no me afectaban como tendrían que hacerlo. Como afectarían a cualquier adolescente de mi edad. No sentía tristeza alguna por aquellas vidas con las que acabé en un intento de defensa propia. No sentía culpa alguna ya que en el fondo, muy en el fondo, sabía que lo haría de nuevo si se presentara una situación similar. Asumir la culpa no me quutaría lo culpable. Pero a pesar de todo por lo que estaba pasando ahora mismo, la cordura parecía querer aferrarse a mí con todas sus fuerzas. A pesar de toda la información que poseía la cual sólo aplastaba mi cerebro en un intento de que éste explote y así dejar de cumplir su principal función. Pensar. Pero bien sabía que, con la derrota de la cordura, los demonios se alzarían. Los demonios conquistarían.

Y la oscuridad sería inevitable.





Una vez tomada la decisión de abandonar la ducha, empecé a prepararme.

Sequé mi pelo, me enfundé en un mono negro y lo conjunté con una botas negras. Decidí sólo llevar un pequeño bolso con mi teléfono, las llaves de casa y una pequeña navaja en caso de ser necesario utilizarla. Bajé las escaleras sin hacer mucho ruido y un suspiro salió de mi boca al observar a mi abuela dormida en el sofá, con la televisión encendida. Apagué ésta última para después caminar lentamente hacia el sillón, donde me senté en silencio.

Mis ojos quisieron empañarse pero me obligué a mí misma a no dejar que ninguna emoción tome el control.

-Siento todo por lo que os estoy haciendo pasar.- susurré, apartando unos mechones de pelo canoso de su rostro- Tengo que arreglar ésto. No puedo quedarme aquí. Si me quedo, caeremos todos.

Mis últimas palabras impactaron con una potencia mayor de la imaginada sobre mi ser.

No pensaba cargar con la culpa de más muertes. Y eso es lo que acabaría pasando si me quedaba en Salem. Así que tras darle un largo beso en la frente a mi abuela, decidí ponerme en marcha hacia la estación. Algo que no me gustó para nada porque implicaba tener demasiado tiempo para pensar.

AMO© |TRILOGÍA AMOS 1|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora