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Mi abuela no se decidía a soltarme.

Me sacó tres veces seguidas la ropa que metí en la pequeña maleta que decidí llevar. Tuve que encerrarme en mi habitación para poder terminar de empacar las cosas importantes. Les dije a todos que me iba a ir unos cuantos días, pero en realidad pensaba quedarme el tiempo que hiciera falta.

No pensaba volver siendo la misma débil de siempre.

Cuando el reloj dio las siete de la tarde, escuché el pitido del coche de Alexander en la entrada de casa. En el pasillo, suspiré tras ponerme mi chaqueta blanca. Mi abuela apretó los labios y pude notar los cristales de sus gafas empañarse. Hice una mueca de cansancio para después atraerla hacia mí y abrazarla.

Sentía el temblor de su cuerpo ante los sollozos silenciosos que emitía. Mis ojos se cristalizaron. Todo dolía menos en los brazos de mi abuela. Todo. Aún no le había contado nada de lo sucedido, pero me prometí hacerlo cuando volviera del viaje. 

-Llámame por favor. ¿Estarás bien? ¿Quieres que te dé algo para que comas si te da hambre?

Rodé los ojos y me separé de ella, sonriendo.

-Es una hora en autobús abuela. No pasa nada- le acaricié la mejilla- Esa mujer era amiga de Melanka, así que no hay de qué preocuparse. 

Asintió lentamente, pensativa. 

-De acuerdo, llámame al teléfono fijo y hablamos cada vez que quieras, ¿si?- me dijo con un hilo de voz, abriendo la puerta.

Inspiré hondo, tras agarrar mi maleta y echarle un largo y último vistazo. 

-Volveré antes de que me extrañes- la guiñé un ojo tras murmurarle eso al oído.

Y tras un largo beso en la mejilla por su parte, me dirigí hacia el coche de Alexander. Le detuve cuando quiso salir para ayudarme con la maleta. La puse en los asientos traseros y me subí en el sitio de copiloto. 

Suspiré.

-Por favor arranca, antes de que corra e intente detenerme de nuevo- susurré, provocando una pequeña risa por su parte.

Alexander lucía bastante bien.

Relajado. 

Y sobre todo nada demacrado, como lucía hace dos noches. Puso una mano en mi muslo. Puse mis manos sobre la suya, y apreté fuertemente. 

-¿Hablaste ya con la mujer?- preguntó.

-Le mandé un mensaje de texto.- respondí- Simplemente me respondió con un te espero.

-¿Su casa está cerca de la estación?

Asentí.

-Está como a unos cinco minutos andando. Utilizaré el GPS.- le tranquilicé, cuando se detuvo en un semáforo.- Dime por favor que los demás se lo han pensado dos veces y se han quedado en casa.

AMO© |TRILOGÍA AMOS 1|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora