"Welcome home" Drabble

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Nueva York estaba especialmente fría la noche que, llegando del trabajo, Jack decidió escuchar por primera vez desde que se mudó los mensajes en su contestadora.

Se quitó un zapato y luego el otro, movió los dedos de sus pies que recién se permitían disfrutar de la libertad. Luego, mientras alcanzaba el monitor del teléfono con una mano, sacudía y se desenroscaba la bufanda del cuello.

Usted tiene dieciocho mensajes nuevos— le anunció la voz átona del asistente telefónico. Siguió un angustioso pitido y los primeros nueve mensajes fueron olímpicamente ignorados por Jack, como una tonada de elevador que llena el vacío de la frivolidad.

Y mientras se paseaba por el apartamento pasaron otros ocho; Hiccup, Mérida, Astrid y Rapunzel se pusieron de acuerdo para dejarle dos mensajes cada uno. En el primero siempre hablaban de trivialidades y ya en el segundo adoptaban el tono condescendiente que siempre utilizaban cuando sentían que debían hacer una intervención. Pero Jack no necesitaban una intervención, habían pasado dos meses ya, necesitaba olvidar.

Dejaba que su sillón se tragara su silueta cuando el último mensaje se reprodujo.

Hola, Jack...

Al escuchar a Elsa, se arrojó hacia adelante y cayó bruscamente de rodillas frente a la mesita de café. Desesperado, y sin querer darse tiempo para pensar en el dolor, gateó la mitad del camino a la barra donde siempre apoyaba el teléfono fijo, hasta que pudo estabilizarse y terminar el trayecto sobre sus torpes propios pies.

Sus antebrazos lo sostuvieron en la superficie porque de repente sus piernas se sentían temblorosas, normal cuando se trataba de Elsa.

Si soy sincera, no sé exactamente por qué te estoy llamando... Quizá esperaba que esta vez contestaras.

La voz de Elsa se abrió paso en medio de una sinfonía compuesta por la brisa y las olas. Inmediatamente se la imaginó sentada a la orilla de la playa, con los pies enterrados en la arena y la mirada perdida en el horizonte que besaba los espolones. Hermosa.

¿Cómo has estado?, ¿qué tal Nueva York?— preguntó —. Aquí las cosas andan bien, supongo. Olaf te extraña, insiste en dormir sobre tu camiseta, esa de Stevie Wonder que te encantaba. A mí me parecía horrible, por cierto.

Jack sonríe, claro que sabía lo mucho que ella odiaba esa camiseta. Con el tiempo, aprendió a que la mejor forma de fastidiarla era poniéndosela esos días de estar por casa, porque siempre terminaban haciendo el amor en algún rincón de la casa y ella no querría ir hasta su armario a buscar otra prenda con la que cubrirse, así que se veía obligada a ponérsela de vez en cuando y Jack podía jurar no haber visto nunca una escena más hermosa.

Se acordó de Olaf, y su pecho se apretó porque seguramente su cachorro no entendía las complejidades de su separación. Solo sabía que de un día para otro uno de sus dueños desapareció y que su casa ahora era otra, a las anchas de la costera Malibú.

Habrías amado el mar... y la arena no es tan caliente como pensabas, eso lo sabrías si te hubieses quedado. Lo sabrías si hubieses peleado por nosotros.

El tono gélido en la voz de ella era similar a la brisa que entraba por su ventana y le dio escalofríos. Jack apretó los labios y dejó caer la primera lágrima.

¿Sabes?, no puedo evitar imaginarme cómo habría sido nuestra vida si no nos hubiésemos rendido tan pronto. Y, mierda, Jack sabes que no soy de rogarle a nadie pero por lo que más quieras dime algo. Aparece. Tu madre está preocupada por ti, Emma ni se diga y todos los días reviso tus redes sociales para ver si al menos publicas algo. No te estoy pidiendo que regreses conmigo, solo te pido una señal, hazme saber que estás bien, que sigues sano.

Jack se tapó la boca con la palma de la mano, ahogaba sus sollozos mientras se reprochaba el ser tan egoísta.

—Si eres sensato por lo menos llamarás a tu madre. Todos estamos preocupados por ti, Jack, yo me muero por saber de ti, escuchar tu voz, tu risa. Sin embargo no te obligaré a hablarme si es lo que quieres evitar. Esperaré noticias tuyas, adiós.

Jack quiso gritar, suplicarle a Elsa que no se fuera y que le hablara toda la vida. Pero como muchas cosas de las cosas en su vida últimamente, no pudo con ello y se arrodilló con la cara entre las manos mientras tomaba una decisión.

Días más tarde, Elsa asía con fuerza la correa de Olaf mientras caminaban como cada tarde, bordeando la espuma de mar. El viento le soplaba en la cara y le dejaba un gusto salado si se relamía los labios. Olaf tiró fuerte de la correa y ella suspiró.

—Olaf, quizá Jack podía controlarte con tu fuerza, pero yo no. Quédate quieto, ya casi llegamos— sentenció y de inmediato se sintió como una tonta. Ya estaba desquitándose con el perro y él ni siquiera la entendía.

De nuevo, Olaf se agitó violentamente y ladró.

—¡Olaf!— se quejó Elsa.

El canino se sacudía cada vez más fuerte en contra del agarre y Elsa oponía tanta resistencia como podía. Sin embargo, Olaf era un gran danés, y Elsa una chica delgada que acabó arrastrada en la arena con la correa rota en su mano.

—¡No!—. Con torpeza, se levantó para correr tras Olaf. No obstante, la arena se sintió como cemento duro que retenía sus pies en cuanto vio la silueta que le había visitado tantas veces en sus sueños de los últimos meses. Él, sólido, en carne y hueso, fantástico como siempre, sostenía las patas delanteras de Olaf mientras esquivaba su lengua cariñosa. Estaba un poco más delgado, su ceño parecía relajarse por primera vez en un buen rato y su sonrisa seguía haciéndola temblar.

—¡Hola, bebé!— Jack saludó a Olaf, meloso. —¿Me has extrañado?, ¡claro que sí!

Elsa seguía estática en su lugar, con los ojos intentaba encontrar indicios de que fuera un sueño y Jack se esforzó porque se encontrara con los ojos de él.

—Hola— la saludó Jack cuando azul rey y azul celeste se encontraron.

Ambos, repentinamente cohibidos y sonrojados se miraron fijo, como si moverse significara volver a desaparecer. Sin embargo, Elsa no planeaba sus impulsos y cuando menos lo esperaban ambos, ella llegó a él en tres zancadas y sollozó atestando puñetazos débiles al torso de Jack.

Él apretó los labios y se dejó, después de todo lo merecía.

Cuando Elsa se cansó y se dejó caer de rodillas, rodeando el cuerpo de Jack con los brazos, él se permitió llorar y agacharse junto a ella.

—Soy un idiota— murmuró Jack contra la coronilla de Elsa, desesperado por su olor.

–Lo eres...— estuvo de acuerdo —Pero estás aquí. Has venido.

—Y te prometo que no volveré a irme— besó suavemente los labios ajenos, y ambos se sintieron nuevamente en el cielo. Sus bocas chasquearon al separarse y sonrieron, él aliviado y ella emocionada —, si me recibes, claro.

—Claro que sí, copito.

I'm back.

Stolen kisses [Drabbles and One Shots Jelsa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora