"Lowkey" drabble

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Elsa era conocida en el trabajo como una mujer cuadriculada en todo el sentido de la palabra. Siempre compuesta, siempre puntual, de palabras filosas y audaces; de hecho, en la hora del almuerzo, sus compañeros se habían reunido a discutir y llegaron a la conclusión de que ninguno la había visto con un solo cabello fuera de lugar. Nunca, jamás.

A las siete con cero minutos de la mañana —nunca antes, nunca después— entraba desde el elevador al centro del sexto piso de Krei Tech, donde estiraba sus pasos en línea recta hasta su oficina, diagonal a la mole de cubículos con temblorosos subordinados y godines. Podría ser seria pero nunca grosera, entonces saludaba dos veces —una vez a la recepcionista de piso y otra vez para todo el que la escuchara— y se encerraba en su oficina hasta las cinco con treinta minutos que acababa su horario y repetía el mismo proceso pero a la inversa.

Nadie la había visto reírse, ni siquiera comer.

Sin embargo, un martes luego de un lunes feriado, Honey Lemon, pasante recién graduada, entró a la sala de descansos donde se reunían para almorzar —de nuevo, todos menos Elsa— y anunció el equivalente a una profecía de lo más absurda:

—¡He visto a Elsa en el parque de diversiones!

Un jadeo en conjunto y el ruido seco de una cuchara cayendo sobre el plato de alguien después, Honey estaba instalada en la única silla libre relatando lo que vio.

—¡No me lo creo!

—Quizás era otra persona.

—Es más fácil ver a una monja en un Strip Club.

Honey negó agresivamente con las manos y la cabeza.

— Les juro que era ella, —afirmó. —incluso estaba muy cariñosa con alguien ¡y no me van a creer con quién!

—¿Quién?— todos se inclinaron estupefactos.

—Jack Frost— soltó al aire y un silencio incrédulo ahogó la habitación.

—Imposible— dijo Megara. —¿Jack Frost? ¿De relaciones públicas?

Tan solo dos pisos más abajo del suyo, en el departamento de comunicaciones y marketing, Jack Frost era conocido por su encanto natural. Un muchacho apuesto en sus tempranos veinte que tenía el don de engatuzarlos a todos con su labia y amabilidad.

Él sí que se retrasaba un poco, pero era porque siempre se detenía a comprar una caja de veinte donas en la cafetería que enfrentaba el edificio de la empresa. Abría la caja en la sala de descanso y anunciaba que todos podían tomar una dona si lo deseaban.

Camino a su oficina —que curiosamente también quedaba diagonal al montón de cubículos hacinados en medio del piso— saludaba con nombre propio a todos en su camino y hacía preguntas triviales en plan: "¿Qué tal lo llevas con Jack-Jack, Bob? La última vez que lo cuidé todavía tenía cólicos por los dientes. ¡Saludos a Helen y los niños!" o "¡Isabella! ¿Al final lograste asistir a la primera comunión de Antonio? ¡Debes enseñarme esas fotos en el almuerzo!".

Jack era el consentido del personal que lo conocía, un muchacho sencillamente adorable. Entonces la noticia de que probablemente estuviese saliendo con la mujer más temida del departamento de logística y administración, cayó como una piedra al hígado a más de uno.

—¡Les digo que los vi!, iban saliendo de la noria tomados de la mano. Se veían muy felices juntos— insistió Honey.

Antes de que alguien más pudiese comentar, Elsa, cómo nunca, entró a la sala de descanso con su usual rostro serio. Sin mirar ni hablarle a nadie, se preparó un café bajo la mirada sorprendida de todos.

—¿Les puedo ayudar en algo?— preguntó Elsa una vez las miradas en su espalda se hicieron insoportables.

Los empleados carraspearon y fingieron retomar sus conversaciones indistintas hasta que Elsa se marchó con una taza de café en sus cuidadas manos. Quiso tomarse una antes de que su turno acabara, faltaban quince minutos.

A las cinco con treinta minutos, religiosamente, Elsa salía de su oficina y se despidió dos veces. Bajó directamente al estacionamiento y prácticamente corrió hasta su auto, ansiosa por llegar a casa.

Para las seis con quince ya entraba al lindo duplex con aroma a salsa napolitana y chimenea. Jack estaba cocinando.

En ese instante, su mirada se ablandó y se bajó de los tacones para entrar a la cocina sigilosamente y abrazar a Jack por la espalda.

—Copito, estás enfermo, no deberías estar cocinando— murmuró con una voz que nadie en el trabajo reconocería, luego besó suavemente el hombro de Jack.

—Elsie, te dije que no es nada, simplemente una migraña y alergia. Si no me dejaste ir al trabajo hoy, al menos déjame recibirte con una buena cena.— Jack apagó la estufa y dejó la salsa a un lado. Giró sobre su propio eje y dentro del abrazo de Elsa, y besó su frente con cariño.

—Mírate nada más, todavía tienes la nariz roja— se quejó Elsa.

—No es nada,— reiteró Jack — al menos ya no estornudo ni tengo fiebre.

—De acuerdo— suspiró Elsa, sin mucho más que objetar. —, pero al menos déjame servir a mí.

Una hora más tarde, enredados en el sofá y con los platos en el fregadero, Elsa no dudó en decirle a Jack lo cómica que le resultó la situación que presenció secretamente a la hora del almuerzo.

—¿En serio? ¿Les pareció tan sorprendente?— se reía Jack, acariciando con la yema de sus dedos la espalda de Elsa.

—Mhm...— Elsa besó la barbilla de Jack —parece que nadie esperaba que la perra de hielo fuese la novia del consentido de la empresa.

—Ah-ah— corrigió Jack —, prometida.

Elsa sonrió mirando la preciosa sortija de compromiso en su mano.

Sí, prometida. Eso sonaba muy bien.

Flojísimo, pero mientras vuelvo a ser medio funcional.

Stolen kisses [Drabbles and One Shots Jelsa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora