3. Primera vez
El reloj chasqueaba, colgado en la pared de la cocina. Eran las ocho con veinte minutos de la noche y a Elsa nunca le resultó tan aburrida la historia como ahora.
Le gustaban más las matemáticas, ciencias exactas, biología. No le importaba si Khrushchev mandaba mil cartas a Kennedy, o cuántos misiles y aviones desmantelaron en Cuba. Sólo quería acabar con todo aquello de una vez; llevaba treinta minutos intentando concentrarse en lo que le explicaba con paciencia Jack, pero se le hacía más interesante observar su perfil recortado por la elegante araña de cristal que colgaba sobre la isla de la cocina. Contaba sus lunares.
Tenía uno, justo en el ángulo de la mandíbula, otros dos en su cuello y el último tras su oreja. Estrellitas de melanina que resaltaban en su pálida piel, como galaxias intercaladas en un plano de nebulosas plateadas del espacio.
Nota que tiene un par en sus manos, esparcidas delicadamente, casi como si hubiesen planeado las coordenadas exactas para pintarlas sobre su piel. Dos en el dorso de la mano izquierda, otro en el pulgar derecho y uno escondido bajo el anillo de plata en su dedo a anular. Son tantos que es difícil contarlos, al menos los que se escapan de la ropa.
¿Cuántos lunares descubriría sin la ropa de por medio?
Probablemente cientos, en sus hombros, clavículas, abdomen...okay, cálmate.
El punto es que, le encantaban los lunares de su novio, y tenerlo tan cerca, explicándole las transcripciones de las reuniones en la casa blanca durante 1962, con ese coqueto lunar en la esquina de su labio inferior, no contribuían demasiado a su concentración.
Si tan sólo pudiera besarlo... y es que podía en realidad... era su novio, no se molestaría si lo hace.
—Elsa—. La llama, y ella parpadea fuera de su mente. —¿Puedes mencionarme al menos una de las pautas en los tratos entre Kennedy y Khrushchev?
Mierda.
—Uhm...— rebusca en su mente algún vestigio de su atención.—¿Que Khrushchev no invadiría la casa blanca?
Jack cierra los ojos por un segundo y deja que el aire salga de su nariz como una exhalación para nada sorprendida, igual, su humor amable se mantiene intacto a pesar de que ella en su lugar ya se hubiese mandado muy al carajo.
—Es que Kennedy no invadiera Cuba, Els—. Una sonrisa cansada se cuela en los labios de Jack, estirando su lunar. Elsa se siente culpable. —¿Sabes? Si miraras más el cuaderno que mi cara, sería más efectivo.
La afirmación la toma por sorpresa, muerde sus labios sonrojada, y aparta la vista. En parte avergonzada, en parte culpable. Jack debería estar ya en camino a casa, no en su cocina, peleando con ella para que comprendiera algo tan simple como que Kennedy no invadiera Rusia... o cómo fuera.
Él sólo estaba siendo el maravilloso novio que era, mientras que ella sólo se distraía con algo que, si bien la intrigaba, no venía al caso.
—Lo siento...— su voz suena quedita, penosa.
Escucha a Jack reírse muy suavemente, con esa dulzura rasposa, y deja un beso en su frente.
—No te disculpes, bonita—. Le dice. —Sólo quiero que me digas, qué puedo hacer para que prestes atención. ¿Qué es lo tan interesante que tiene mi cara para que te parezca más entretenida que aprobar historia?
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Stolen kisses [Drabbles and One Shots Jelsa]
Fiksi PenggemarPorque amo las historias de amor, sobretodo si son cortas y porque Jack y Elsa son mi OTP. -Historia totalmente mía. -Para adaptaciones primero contactarse conmigo . -Es inadmisible cualquier copia parcial o total. -Los personajes no me pertenecen. ...