Capítulo 2: Un descubrimiento inesperado

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Ciertamente, aquella noche  no pudo dormir

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Ciertamente, aquella noche  no pudo dormir. Todavía podía sentir el calor de sus manos en su rostro, la profundidad de aquellos ojos azules, ella queriendo sumergirse en ellos. Recordó con un estremecimiento su voz ronca y el leve temblor de sus labios, cuando pronunció su nombre.

Se habían acercado tanto, que ella habría jurado que de no ser por Georges la habría besado en aquel momento. El recuerdo de aquel instante le agitaba el corazón.
Deseaba intensamente poder tener la oportunidad de retomar aquel instante, pero no se atrevía a dar el paso.

Para Candy trabajar con del Doctor Martin podía ser exasperante muchas veces. Ella no dudaba de su capacidad. Pero seguía guardando obstinadamente bajo llave el whisky sobre todo porque no confiaba en el buen juicio del hombre que había estado pletórico cuando recibió el regalo de agradecimiento  de Albert tras su recuperación.

Ahora la Clínica Feliz, se veía deslumbrante después de la reconstrucción ordenada por el señor William. Disponía de un quirófano, armarios acristalados con estanterías repletas de todo lo necesario para poder curar heridas, un par de camas nuevas para pacientes graves, instrumental médico nuevo y una cuenta en una de las farmacias más importantes de Chicago.
Los niños seguían haciendo cola para entrar y las familias con escasos recursos acudían allí con frecuencia.
El Doctor Martin consideraba que la medicina era un derecho inherente a la persona por el mismo hecho de haber nacido y que, por lo tanto, no debía de cobrarse a aquellos que no podían permitírselo. De modo, que siendo fiel a sus principios sólo pedía la voluntad como pago. Así es que muchas veces los pacientes le pagaban con verduras, frutas, pasteles caseros, leche o galletas.

Candy, sabiendo la situación precaria del buen doctor le instaba a cambiar de idea. Debía poder ganar al menos lo suficiente para poder mantenerse.

—Ahora que Albert te ha regalado un año entero de botellas de whisky ya no tienes excusa para gastar el dinero en bebida — le dijo Candy cierta mañana guiñándole un ojo.

—Si no fuera porque está aguado al cincuenta por ciento...sería maravilloso. Desde luego, vosotros dos sois iguales —contestó el buen doctor entre risas a modo de reproche.

Candy guardó la carta que había recibido de Albert en el bolsillo del abrigo aquel día. Estaba en las nubes. Le había prometido una sorpresa para su cumpleaños y se sentía muy emocionada con la idea de volver a verle. Sabía por su última carta que había estado en Sao Paulo de viaje de negocios.

Realmente, no parecía tener un minuto de descanso. Desde que había recuperado su vida, a Candy le daba la sensación de que el tono de las cartas había cambiado, tornándose quizá demasiado distante y formal. Las visitas a Chicago eran cada vez más espaciadas en el tiempo.

Tenía la extraña sensación de que la evitaba. Ya llevaban una larga temporada sin verse debido a sus compromisos laborales y aunque Candy protestara, él siempre contestaba bromeando que ya se había tomado demasiadas vacaciones. Tampoco podía evitar evocar lo sucedido en la Colina de Pony. ¿Qué le diría?

"Diablos... me palpita tan rápido el corazón que no puedo pensar con claridad...", pensó.

Había escrito a Annie proponiéndole que celebrasen la fiesta de cumpleaños juntas y a ella le había hecho mucha ilusión. Archie, se encontraba en la Universidad de Masachussets estudiando Economía y Dirección de Empresas con la intención de desarrollar su carrera trabajando para la familia en el futuro y no podría acompañarlas, no por aquella vez.

Patty había regresado a Londres para prepararse como maestra de escuela, ya que quería impartir clases a los niños en el Hogar de Pony. Por otra parte, y tratándose de una fecha tan señalada para ella estaba segura de que Albert iba a sacar un hueco libre para poder verla.

Todo el Hogar de Pony estaba invitado también a unirse a la fiesta de este modo esperaba que la señorita Pony y la hermana Lane se tomaran un bien merecido descanso.

Georges lo había organizado todo. Nada podría salir mal...Pero se equivocaba.

Cuando llegaba a la residencia de los Arlday en Chicago vio que Albert salía por la puerta principal acompañado por una exuberante y hermosa mujer pelirroja. Hablaban muy animadamente y se sonreían con complicidad. Se notaba que había mucha confianza entre ellos y que se conocían muy bien. Cuando bajaron la escalinata, se abrazaron efusivamente, ella le susurró algo al oído y riendo le dio un beso en la mejilla. El gran coche negro de la familia Ardlay esperaba cerca. Albert galante Le abrió la puerta y ella se deslizó elegantemente dentro. Georges, por supuesto estaba al volante del coche.

"¡Oh, no! ¡Me van a ver!...", pensó Candy alarmada.

Sin pensarlo dos veces echó a correr como alma que lleva el diablo intentando buscar un lugar donde ocultarse, apretando fuertemente la pequeña maleta de equipaje contra sí. Así escondida tras la columnata de otra propiedad colindante, pudo ver pasar a toda velocidad el coche de la familia. Georges mantenía una expresión neutra en el rostro, pero se diría que estaba contento. Candy estaba segura de que no la habían visto.

"Por suerte aún me mantengo en forma..."

Este pensamiento le devolvió el buen humor. Sin embargo, la presencia de aquella mujer la había intrigado. Era muy bella.  ¿Quién podía ser? ¿Un familiar? ¿Una amiga? ¿Y si era una amiga por qué nunca le había hablado de ella?

Esas preguntas ensombrecieron el ánimo de la joven y no estaba segura de querer saber las respuestas.

—Oh, Dios mío, Albert...Si tú, si finalmente...— susurró con profundo pesar.

— susurró con profundo pesar

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Más allá del hilo rojo [Libro 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora