Capítulo 35: Comida de otoño en el Hogar de Pony

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Hogar de Pony

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Hogar de Pony. Octubre 1916

Después de la fiesta en la mansión Lakewood Candy no volvió a ver a William. Habían transcurrido semanas desde aquel maravilloso y fortuito encuentro en el jardín. Candy no podía creer que hubiera cumplido su sueño de bailar con él, con su príncipe de la colina en el jardín. Sus besos habían rebasado por completo sus expectativas. La forma de besar de Albert hacía que se derritiera. No tenían que ver con el primer beso de Terry: robado, furtivo... y con final violento para ambos, pues se habían abofeteado. Eran besos que hablaban de entrega, de abandono a sus sentidos, de deseo. Y ella ciertamente, se había entregado en aquel momento. Su corazón estaba repleto de ansia por volver a verlo, de volver a sus brazos, pero decidió que lo mejor era ser paciente. Él ciertamente, volvería a ella. Tenía que hacerlo.

Archie les había dicho que había visto salir al tío William de la biblioteca con el semblante muy serio tras la precipitada marcha de los Lagan y la Tía Elroy. Y aquello la preocupó. Tuvo un mal presentimiento, pero no les dijo nada ni a Archie ni a Stair para no alertarlos, ni preocuparlos. Decidió que regresaría al Hogar de Pony pues quería ayudar a que Stair se recuperase. Además, quería que Stair y Gilbert se conocieran.

Así que se olvidó de sus preocupaciones y tras pasar la noche en Lakewood, se fue a primera hora al Hogar de Pony ya que les había avisado de que traía nuevos invitados a comer. En su momento, había comprado todo lo necesario para que a las mujeres no les supusiera ningún problema el añadir más comensales a la mesa. Ellas habían aceptado encantadas.
Tras la fiesta, en compañía de un animado Stair, que charlaba y bromeaba a su lado, Candy era feliz, consciente del importante cambio que se había operado en su interior. El antiguo Stair se abría paso a través de las tinieblas del dolor. Y Candy sintió rebosar de alegría y satisfacción su corazón.

Habían pedido a uno de los chóferes de la familia que los acercara en coche al Hogar de Pony y el trayecto se les había hecho muy corto. Archie por su parte, regresaba a Massachusetts. Tenía que seguir con sus estudios en la Universidad y aunque parecía alegre y despreocupado Candy supo que no estaba bien. Y, ciertamente sabía por qué: le inquietaba Annie. Hacía tiempo que no tenía noticias de ella y sospechaba que estaba pasando por un mal momento. Decidió que la escribiría para decirle que podía contar con ella y que se animara a luchar por su sueño. Que no renunciara a Archie por la presión de la Tía Elroy ni de los Lagan, también sabía que los padres de Archie se habían opuesto a que su relación se consolidase, a que se comprometieran. Confiaba en que el tío William ayudase a la pareja a seguir adelante y a vencer la resistencia de la familia.

También pensó en Patty. Ella estaba sufriendo las consecuencias de la guerra. En su última carta le decía que uno de los soldados que le habían asignado bajo su cuidado como voluntaria había muerto. El muchacho sólo tenía diecisiete años y le había entregado los pliegues de una carta manchada con su sangre para que se la diese a su familia y a su novia. Quería despedirse de ellos. La joven había llorado amargamente aquel día, pensando en Stair. Y Candy también lloró mientras leía lo que había escrito su amiga. Lloró al comprender que la guerra destrozaba vidas, que se llevaba a las familias y que arrasaba con todo. Rezaba porque la pesadilla se terminara pronto. Pero las noticias que llegaban de Europa no eran nada halagüeñas.

Más allá del hilo rojo [Libro 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora