Capítulo 87: Encuentro en la tormenta II

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Los cuerpos enredados de los dos amantes yacían debajo de las suaves sábanas de la cama de invitados que raramente se usaba de la casa del jardín

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Los cuerpos enredados de los dos amantes yacían debajo de las suaves sábanas de la cama de invitados que raramente se usaba de la casa del jardín. Albert se despertó con la primera luz de la mañana que se colaba tras las cortinas de la habitación con el brazo rodeando la cintura de Candy que dormía plácidamente a su lado. Aún le dolía un poco el cuerpo, pero se sentía pleno y feliz.

Lentamente se movió para no despertarla, le apartó un sedoso mechón de cabello y la besó con suavidad en el hombro. Ella se revolvió en sueños y remoloneó en la cama sensualmente, pero no se despertó. Albert sonrió.

" Qué dormilona es..."

Se puso las manos en la nuca y miró hacia el techo pintado de blanco con hermosas molduras de escayola de motivos modernistas traídas de Europa. Cerró los ojos y suspiró evocando los sensuales acontecimientos de la noche. ¿Cómo era posible que él hubiera perdido por completo el control de la situación?

Su intención no había sido de ninguna manera que las cosas acabaran así. Pero la ruda- estaba seguro- y sin embargo bienintencionada intervención de la tía Elroy, había acabado por precipitarlo todo. Siguió sintiendo una punzada de remordimiento por pedirle que interviniera. Lo que fuera que le había dicho, le había hecho mucho daño.

Y tampoco había servido de nada...

Para colmo de males, una cosa había llevado a la otra y al final sus sentimientos por ella se habían impuesto. ¡Y cómo!

Se habían amado febrilmente al principio y lentamente, con detenimiento después. Y con aquella manifestación de sus verdaderos sentimientos había acabado por perder totalmente la cabeza por ella. Y qué deliciosamente placentero había sido.

Recordó sus pechos perfectos, su esbelto cuello y su largo cabello suelto, cayéndole en una cascada de rizos dorados por la espalda, moviéndose con sensualidad desbordante mientras se arqueaba hasta llegar al éxtasis más absoluto. Recordaba eso con claridad y la sensación de plenitud que vino luego. Se habían amado hasta el amanecer, como si no hubiera un mañana y él quisiera llenarse de ella y ella de él.

Como si no hubiera un mañana...pero, esa mañana había llegado.

Albert no se consideraba a sí mismo como un ser asexual, sin impulsos naturales vinculados a la condición humana. Tenía amplia experiencia y como hombre adulto que era le gustaba disfrutar de todo lo que la vida le pudiera ofrecer, él era un espíritu libre dispuesto a conquistar y descubrir los tesoros ocultos del mundo.

Sin embargo...sin embargo nada se podía comparar a lo que había experimentado esa noche con ella en sus brazos.

Aquellas sensaciones abrasadoras que lo habían hecho doblegarse como un cachorro... Eso y la huella imborrable que ella había dejado en su corazón desde su primer encuentro le habían hecho darse cuenta de que él siempre le había pertenecido a ella. ¿Podría haber sensación que pudiera compararse a la plenitud de estar con la persona amada? Porque él, no la conocía. Y...había visto y vivido muchas cosas.

Más allá del hilo rojo [Libro 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora