Capítulo 44: El zorro y la gallina de los huevos de oro

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Chicago, marzo 1916

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Chicago, marzo 1916.

A Arthur Mc Bride no le podían ir mejor las cosas, desde que había decidido instalar su residencia en Chicago. La Gran Guerra le estaba dando muchos beneficios.

Estaba la necesidad de Inglaterra de proveerse de materias primas para poder resistir los ataques de Alemania que le había dado un beneficio multimillonario con la venta de acero, así como otras materias primas de primera necesidad.

Le traía sin cuidado que los alemanes torpedeasen los barcos que intentaban arribar a las costas inglesas con los suministros que su empresa les había proporcionado. Porque realmente, cuantos más barcos se hundieran, más dinero iba a parar a sus bolsillos. En cualquier momento, podría acabar por quitarle su trozo de pastel a las industrias de los Ardlay, menos competitivas que las suyas con relación al precio de venta del acero y aquello lo motivaba. Olía a su presa como el tiburón a la sangre de sus víctimas.

También obtenía beneficios de los numerosos prostíbulos de lujo que trabajaban para él, así como locales juego. Tenía una gran fortuna y ciertamente los contactos en el gobierno, entre los políticos locales que su familia tenía le habían proporcionado grandes satisfacciones. Su bufete de abogados había pagado sustanciosos sobornos a la policía para que hiciera la vista gorda ante estos negocios. A cambio, los políticos se aseguraban los votos de los clientes, que tenían derecho a comidas gratuitas y puestos de trabajo en el ayuntamiento. Los delincuentes y las prostitutas se beneficiaban de un sistema de asistencia jurídica y pago de fianzas: todo el mundo ganaba.

Tenía montado todo un entramado que no hacía más que incrementar su patrimonio e influencia. Se sentía orgulloso, su padre estaría orgulloso de lo que había conseguido. Pronto igualaría e incluso superaría a los Ardlay.

Arthur nunca olvidaría la impresión que le causó descubrir que el nombre del magnate que controlaba el holding Ardlay no era otro que el Extraño William.

—Ese maldito bicho raro... ¡Maldita, sea! — exclamó lanzando el periódico con violencia sobre la mesa y este cayó desordenadamente sobre el suelo del piso.

Así que aquel bastardo de Layard, había usado una identidad falsa en Oxford. Se preguntaba si también si Víctor había resultado ser Victoria. Y se rio por lo bajo al darse cuenta del engaño. Así que era cierto, Gordo Joe tenía razón de sospechar que aquel afeminado en realidad era una chica, una cualquiera, una ramera.

Le hubiera gustado poder darle una lección y sorprenderla en el cuarto que compartían. Una mujerzuela que comparte habitación con un hombre debía tener la moral suficientemente relajada como para que él y su amigo pudieran disfrutar de ella. Bien era sabido desde siempre que una mujer se volvía más sumisa, cuanto más se la golpeaba, cuanto más se la recordara cuál era su lugar y sin dudas el sexo era la mejor de las formas para someterlas. Se volvían cariñosas y dóciles. Y todas acababan por sucumbir a él, si no era por las buenas, era por las malas.

Más allá del hilo rojo [Libro 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora