Capítulo 70: Un viaje de vuelta

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Chicago, año nuevo 1917

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Chicago, año nuevo 1917.

Candy tenía los ojos llenos de lágrimas. No entendía nada y su madre trataba de consolarla en vano. La joven había recibido aquella mañana una carta de Albert  junto con cuatro pasajes de viaje en barco, en la mansión de Chicago días después de la fiesta de Nochevieja. Era una carta que sonaba a despedida.

"Querida Candy,

Debido a circunstancias excepcionales me veo en la obligación de renunciar a tu tutela a favor de tu padre: Scott Archer. No te enfades, pero es la mejor solución para tu bienestar. Por eso te pido que estés con tus padres, no puede haber mejor lugar para ti que con los tuyos.

Verás que os he facilitado tanto a ti como a ellos  pasajes en primera clase para viajar a Escocia. Allí podrás conocer al resto de los miembros de tu familia, que según tengo entendido, están ansiosos por conocerte.

Estamos viviendo momentos convulsos debido a la guerra pero los contactos comerciales de Estados Unidos con Alemania protegen a los barcos civiles. Llegaréis sanos y salvos.

Ruego aceptéis este regalo como muestra de mi afecto.

Candy, no olvides que eres y serás siempre un miembro de mi familia, pero las circunstancias son tan extremas que ha sido imperativo hacer este trámite. Por eso, espero lo comprendas. En su momento te lo explicaré todo con más detenimiento, por eso te pido paciencia.

Pienso en ti,

Bert".

—No entiendo por qué ha tenido que renunciar, mamá ¿He hecho algo malo?—preguntó ella con los ojos irritados por las lágrimas.

Su tío Ben estaba conmovido. Pero William había sido claro. Ellos debían llevársela de Estados Unidos a un lugar seguro.

—Cariño, no has hecho nada en absoluto. El señor Ardlay sólo quiere que vengas con nosotros a Escocia. Ha sido tan amable que incluso nos ha regalado los pasajes— repuso Ben intentando consolarla.

La desdicha de su sobrina lo conmovía y entendió que ella estaba enamorada de él.

La desdicha de su sobrina lo conmovía y entendió que ella estaba enamorada de él

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Tras la fiesta de Nochevieja, Candy no volvió a verlo. Estuvo esperando por él, pero desapareció como de costumbre. ¿Por qué tenía aquella manía de irse sin decir nada? Odiaba aquella costumbre suya, la hacía enfadar, la hacía sufrir. Tampoco vio a Georges en aquella fiesta y se preguntó qué asuntos tendría entre manos. No podía creer que tuviera que trabajar también en festivos, pero aquello tampoco era asunto suyo.

Por otra parte, también hacía tiempo que no veía a la señorita Higgins y se preguntó si todavía estaba trabajando para Albert. Todo aquel secretismo, le crispaba los nervios. En ese sentido, estaba mejor con su familia por eso había pedido un coche de caballos y se había presentado en casa de su madre, Clarice. Era domingo por la mañana y los encontró en casa a los dos. Su madre la había recibido con los brazos abiertos mientras su tío se la quedaba mirando preocupado.

Encima de la mesa del comedor había un delicioso pastel de chocolate que Clarice había horneado recientemente. Candy le pidió con timidez a su madre que le sirviese un trozo, deseando cocinar algún día tan bien como su progenitora. Ella sonrió y se lo sirvió con todo su amor. Su niña seguía siendo tan glotona como cuando era un bebé.

"Me comeré dos raciones enteras, diablos...Cómo odio a ese hombre. Puede que al final me haya hecho un favor liberándome del peso de ser una Ardlay", pensó Candy mientras iba recuperando la compostura.

La joven se había dado cuenta de que ya no reaccionaba a sus dudas y temores con tanta impulsividad como antes. Pero, el aparente desapego de Albert había abierto una brecha en su corazón. Habían compartido tanto, para echarlo a perder después. Le pedía paciencia...otra vez. Y ella tendría que aceptarlo...otra vez. Porque tenía que admitir, que Albert nunca la había traicionado.

Tras releer la carta, reparó en el detalle de la firma: Bert. Era un diminutivo de su nombre, una muestra de confianza y familiaridad para con ella. Alguien tan reservado, tan discreto, que había pasado largas temporadas en la sombra cuidando de ella ¿Significaba entonces que sus sentimientos eran auténticos? ¿Y si lo eran, por qué renunciaba a ella? Le dolía que no se lo hubiera dicho en persona. 

Después de lo que habían compartido, después de que le hubiese declarado su amor en la biblioteca. Los tórridos recuerdos vinieron a su mente como un huracán llevándoselo todo por delante, sintió cómo el rubor teñía de rojo sus mejillas y cómo la desazón la embargaba. El chocolate de la tarta que su madre le sirvió en un blanco plato de loza de cantos dorados la hizo pensar en otra cosa más dulce...No pudo evitar pensar en sus labios sobre los suyos. Era adictivo...tanto como el delicioso chocolate que se escurría entre el bizcocho. Lo probó, cerró los ojos.

—Mamá...está delicioso. Quiero aprender a cocinar como tú—afirmó Candy con los labios manchados de chocolate.

Su madre y su tío se rieron.

—Veo que tienes buen apetito. Eso significa que estás mejor— observó su madre con satisfacción.

Candy no se encontraba bien en absoluto, el corazón le pesaba en el pecho. Quería ver a Albert y no estaba dispuesta a embarcarse sin despedirse de él.

—Escocia es el lugar de origen de nuestra familia, Candy —le reveló su tío—-. Allí han residido los Bruce, durante generaciones. La mansión Annandale, nuestro hogar ancestral te encantará. Estoy seguro...anímate.

—¿Y papá qué opina?—preguntó Candy con la boca llena.

—¡Oh...! ¿Archer?—inquirió Ben como si tal cosa—. Tu padre también va a venir, pequeña. Será un viaje encantador de varios días por el Atlántico. Te prometo que no se te hará pesado, soy un buen conversador — aseguró  con una amplia sonrisa.

Estaba entusiasmado, las traía de vuelta a casa. Tal y como le había prometido a su padre: el viejo conde de Argyll.

 Tal y como le había prometido a su padre: el viejo conde de Argyll

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Más allá del hilo rojo [Libro 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora