Capítulo 5: La fiesta de cumpleaños

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Chicago, mayo 1916

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Chicago, mayo 1916

Annie llegó puntual a la fiesta que habían organizado para ellas y los niños del Hogar de Pony. Estaba muy emocionada. Para la ocasión llevaba un hermoso vestido de seda color café y un tocado de flores blancas en el cabello. Albert había dispuesto antes de irse a trabajar rosas blancas en los jarrones y Candy corría a su encuentro desde el fondo de la sala. Ambas se abrazaron alborozadas.

—Candy, no tienes arreglo. Las damas no deben correr de esa manera — la reprendió su amiga con timidez, mientras se reían a carcajadas.

— Déjame que te mire: estás bellísima con ese vestido — le dijo Annie.

Candy llevaba un vestido de satén rosado, bordado con diminutas florecillas blancas.

— ¿En serio? — Candy hizo una mueca, levantó levemente su vestido enseñando parte de las blancas enaguas y sacó la lengua.

—Gracias, Annie. Tú sí que estás hermosa —y realmente lo estaba.

Sin embargo, Annie se quedó pensativa un instante. Candy que la conocía profundamente, intuía que había algo que no iba bien. Sabía que ella y Archie estaban a punto de comprometerse. Pero no quiso hacerle ninguna pregunta para no incomodar a su amiga.

También echaban de menos a Patty, quien les había escrito desde Londres. Sus estudios avanzaban a buen ritmo y estaba segura de que pronto se convertiría en maestra. Sus padres no habían puesto objeción al respecto y ella estaba feliz por seguir su vocación. En realidad— según confesaba entre líneas— no estaba dispuesta a convertirse en una buena esposa para un tipo rico. Y sentía que el Sant Paul School era una escuela elitista que segregaba a los alumnos por sexos. Creía que una institución donde hombres y las mujeres recibían una educación distinta en función de lo que se esperaba de ellos por razón de género, era anacrónica. Ella abogaba por que las mujeres pudiesen estudiar lo que quisieran y no se limitaran a ser meros objetos decorativos en la mansión de alguien. Creía que en la educación estaba la clave para dar mejores oportunidades a las futuras generaciones.

Candy no podía creer que Patty pudiera tener tanto coraje. Su amiga había recuperado las ganas de vivir y tenía un objetivo en la vida. ¿Dónde estaba aquella joven que a punto estuvo de cortarse las venas tras la muerte de Stair? Candy la había abofeteado para hacerla entrar en razón y todavía le dolía el haber tenido que hacerlo.

" Bravo, Patty. Estoy segura de que te vas a convertir en una gran maestra. Los niños te amaran por tu dulzura y bondad de corazón...

Una algarabía de voces infantiles se abrió paso desde el vestíbulo

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Una algarabía de voces infantiles se abrió paso desde el vestíbulo. Los atribulados criados corrían detrás de las criaturas, que no dejaban de preguntar por la "jefa". Georges, estoico, intentaba poner algo de orden.

Pero ellos lo ignoraron y corrieron hacia donde ellas estaban. Candy sintió su corazón ligero. Adoraba a aquellos niños, a todos y cada uno de ellos. Se preguntó qué tal le estaría yendo a Jimmy.

—Candy, jefa...— una voz muy conocida hizo que su corazón diese saltos de alegría.

Un crecido Jimmy venía corriendo hacia ella y la abrazó con fuerza.

—Caray, cuánto has crecido — le dijo.

—Claro, jefa. Ya tengo once años. Y tú en cambio, no has crecido nada — le contestó entrecerrando los ojos.

Candy se echó a reír y le revolvió el pelo al niño, que ya apuntaba maneras para ser un muchacho de carácter y además muy apuesto.

Todos los pequeños se arremolinaron alrededor de Candy para saludarla. Hubo lágrimas de alegría, abrazos, cosquillas, risas y juegos.

Albert había dispuesto un montón de regalos encima de la enorme mesa del comedor. También había limonada, naranjada, dulces, chocolate, tartas de todos los tamaños y sabores... Sin contar con un enorme cuenco de cristal tallado que contenía infinidad de caramelos que había hecho traer de Suiza.

Después Georges se encargó de alquilar varios coches para llevar a los niños a recorrer la ciudad, ya que habían venido todos. Eran unos nueve y Candy y Annie se sintieron felices de poder enseñarles a aquellas criaturas algo de las bondades del mundo para compensar la tristeza tener padres ausentes por su condición de huérfanos.

Caía la tarde y Annie decidió regresar a su casa. Estaba agradecida por los regalos de cumpleaños que le había dado su amiga y la abrazó con fuerza.

—Cuídate mucho, Annie. Ha sido un día maravilloso, ¿No crees? —le dijo emocionada.

—Sí, Candy...no creo que lo vaya a olvidar nunca— le dijo a punto de derramar unas lágrimas de emoción.

El cochero, fustigó a los caballos en la noche y su amiga desapareció en la penumbra. Cuando ya sólo se oían los ecos de los cascos, Candy regresó al interior de la casa. Los niños estaban cansados así que los repartió en las diferentes habitaciones de invitados para que pudieran dormir. Muchos de ellos ya agotados por las emociones acabaron por cerrar los ojos enseguida.

—Candy... — la voz de Jimmy la llamó desde la penumbra antes de que pudiese cerrar la puerta de uno de los cuartos.

—Dime... Jimmy — Candy se acercó a la cama, donde estaba el niño.

Tenía los ojos entornados y somnolientos.

— ¿Sabes? Cuando Georges te llevó con él a Londres lo odié, le odié mucho a él y a ese tal tío William. Sentía que por su culpa ya no ibas a estar más con nosotros. Y yo quería ir a rescatarte cuando fuera mayor a Londres para que no te fueras nunca más...— los ojos de Jimmy brillaban en la oscuridad por las lágrimas.

— ¡Oh, Jimmy! — Candy estaba conmovida por la nobleza de sentimientos del muchachito y lo apretó fuerte contra su corazón.

El niño, sollozó un buen rato.

— Pero sabes, ¿Candy? Ya me he hecho mayor y he comprendido que tú debías buscar tu propio camino. Como he hecho yo. Ahora que el sr Cartridge me ha adoptado estoy convencido de que me convertiré en un gran hombre, como tú — le dijo.

— ¿Yo un gran "hombre"? — preguntó Candy divertida.

Los dos, ahogaron una carcajada. El resto de los niños estaban durmiendo y no querían que su alboroto los despertara.

—Ya me entiendes, Candy — dijo Jimmy bostezando y cerrando los ojos.

—Sí, ya te entiendo...—susurró la muchacha profundamente conmovida.

Realmente había llegado a ocupar un trocito de su corazón. Le dio un beso en la frente y lo arropó antes de cerrar en silencio la puerta. Albert aún no había llegado, pero se sentía feliz. Se sentó en el enorme sofá de la sala y casi sin darse cuenta se quedó dormida.

Se despertó de madrugada. Alguien la había tapado con una elegante capa de viaje y supo que él había regresado.

 Alguien la había tapado con una elegante capa de viaje y supo que él había regresado

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Más allá del hilo rojo [Libro 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora