Capítulo 30: Un nuevo compañero de trabajo para Candy

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Oldtown, Michigan

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Oldtown, Michigan. Verano 1916


El Doctor Martin estaba muy contento con el muchacho Archer, estaba seguro de que tendría un gran futuro. Demostraba tener un vivo intelecto, ingenio y ser muy divertido, aunque a veces pusiera a prueba su paciencia.

Al principio había tenido problemas con Candy, porque nunca hacía lo que se le encomendaba y se pasaba las tardes holgazaneando. Se quejaba de que aquel trabajo no era para él y que su padre había sido muy injusto al enviarle a pasar su tiempo con granjeros y pueblerinos.

Él era un chico de ciudad y echaba de menos sus calles, sus comercios, echaba de menos a sus amigos e incluso sus días en el colegio. Cuando podía se escapaba y venía de nuevo a la clínica con cara de pocos amigos, hastiado y con ganas de volver a la comodidad de su casa en Chicago. Pero sabía que su padre lo volvería a enviar de vuelta a Oldtown, en medio de ninguna parte para obligarle de nuevo a aceptar ser aprendiz de un médico de pueblo.

Aquella enfermera Candy,  era lo peor...lo reñía y lo obligaba a escuchar los diagnósticos del Doctor.

Había algo en ella que lo tenía atrapado, sin embargo. Era atenta y amable con aquellas gentes que venían de las casas de los alrededores, a veces después de recorrer mucha distancia para poder ser atendidos en la Clínica.

El amigo de su padre, William A. Arldlay había dispuesto incluso de un par de caballos para que el Doctor Martin se pudiera acercar a las casas más apartadas y atender los casos más graves. Nunca lo había llevado con él, sin embargo.

—Son gentes de bien, Gilbert. Nos necesitan, nosotros somos los que velamos por su salud. Lo que hacemos aquí, salva vidas — le dijo muy serio Donald.

Para Gilbert Candy era como una pesadilla rubia. Siempre estaba al acecho, vigilando con ojos de halcón todo lo que hacía. Todavía tenía pesadillas cuando lo sorprendió intentando abrir el armario de las botellas de whisky que el buen Doctor guardaba bajo llave.

— ¿Qué pretendes? ¡Aún eres un niño! — le dijo Candy echa una furia.

Gilbert había dado un salto del susto y las ganzúas que estaba utilizando para intentar abrir el armarito, se le habían caído al suelo con gran estrépito.

—Esto te lo confisco...— dijo Candy guardándoselas en el bolsillo.

—Eh... eso es mío — protestó Gilbert congestionado.

El Doctor Martin que lo había visto todo se empezó a reír.

—Muchacho...a mí me ha hecho lo mismo. El whisky está rebajado y tampoco es saludable que empieces a beber tan joven — añadió muy serio.

Gilbert, obstinado se cruzó de brazos. Ahora tendría que hacerse con otro juego de ganzúas. Las que aquella entrometida chica le había quitado, eran las mejores y no estaba seguro de poder conseguir unas que diesen tan buenos resultados para abrir con poco esfuerzo el mueble donde Scott Archer su padre, guardaba las bebidas. Cuanto más la miraba, más le recordaba a su padre. Maldita sea...tendría que fabricarse otras nuevas.

" Esa es la solución..." , se decía con una sonrisa maliciosa.

No estaba dispuesto a dejarse vencer por una chica.

Pero, por otra parte, también empezaba a entender la postura de los dos. Su padre le había prevenido a cerca de las consecuencias nocivas del alcohol en la salud y le había prohibido terminantemente acceder al armario de las bebidas. También tenía prohibido el acceso a la bodega donde guardaba las botellas reservadas para ocasiones especiales. Sólo tenía quince años. ¿Sería posible que de lo que ellos trataban en realidad era de velar por su bienestar?

Así que empezó a pensar en otras cosas que también habían empezado a captar su interés. Veía que el instrumental que utilizaba el buen Doctor tenía carencias de diseño y no eran muy funcionales, también había observado con incredulidad que el Dr. Donald no llevaba un historial clínico de sus pacientes: utilizaba su memoria de la que presumía sin pudor.

El chico decidió, que lo mejor que podía hacer para ayudarlo era crear un archivo físico.
Se lo diría a Candy...Quería saber su opinión. Y ella era la única que podía convencer al viejo Doctor para ponerlo todo en marcha, era absolutamente necesario tener orden y método. La muchacha que organizaba las visitas de los pacientes parecía agobiada y Gilbert se decidió a hablarlo todo enseguida.

Cuando Candy y Gilbert se conocieron, no congeniaron inmediatamente. La joven se dio cuenta de que aquel niño mimado era en realidad muy infeliz. Se preguntaba por qué adoptaba aquella pose de chulillo insolente y por qué aparentaba no prestar atención a lo que le explicaba el Doctor Martin.

Más de una vez lo había sorprendido hojeando los libros que guardaba en su despacho. Disimulaba no tener interés, pero aquello no era cierto. De eso estaba segura. El muchacho Archer le parecía una persona con mucho potencial. Se preguntaba por qué estaba empeñado en demostrar lo contrario. Había rehecho de manera muy diestra la montura de sus gafas rotas tras su pelea en Chicago y demostraba ser muy hábil cuando había que recolocar huesos rotos o dislocaciones. Candy estaba segura de que Gilbert iba a ser un gran médico.

Gilbert Archer empezaba a darse cuenta de lo afortunado que era al haber nacido con sus necesidades cubiertas. Empezaba a ser consciente de que se había estado comportando como un niño malcriado. Así que empezó a poner su intelecto a trabajar. Había estado leyendo ensayos de investigación sobre los Rayos X y sus posibles aplicaciones en la medicina. Y empezó a darle vueltas a una idea que quizá ayudase al Doctor Martin a diagnosticar mejor las fracturas de huesos.

—¿Qué estás dibujando? — le preguntó Candy en una ocasión.

Estaba mirando justo encima de su hombro. Gilbert se había sobresaltado y las gafas se le habían deslizado por el puente de la nariz del susto.

—Nada de tu interés...metomentodo — le había contestado el muchacho disimulando una hermosa sonrisa.

Candy se había dado cuenta de que el chico estaba dibujando el diseño de un extraño artefacto. Ella sonrió y no le dijo nada más.

El joven Gilbert había empezado a cambiar, comenzaba a mostrar su verdadera naturaleza al mundo. Y le vino a la mente que quizá iba a congeniar muy bien con cierto expiloto que en aquellos momentos languidecía en su habitación de la mansión de Lakewood intentando sobreponerse a su trauma. Estaba claro que Gilbert y Alistair tenían mucho en común y que quizá su compañía mutua podría beneficiarlos a ambos.

 Estaba claro que Gilbert y Alistair tenían mucho en común y que quizá su compañía mutua podría beneficiarlos a ambos

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Más allá del hilo rojo [Libro 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora