Capítulo 16: Esperanzas y anhelos

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Mansión de los Ardlay

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Mansión de los Ardlay. Chicago, junio 1915

Los Ardlay estaban ansiosos por ver a Alistair Cornwell. El tío William les había enviado un telegrama avisando de que habían tomado el primer transatlántico con destino a Boston y también les había informado del día en el que el capitán tenía previsto atracar en el puerto.

 Candy, Archie y Annie estaban pletóricos y no cabían en sí de felicidad. ¿Cómo estaría Stair? Sabían que estaba herido, pero estaban convencidos de que en casa con ellos sin duda recuperaría el buen ánimo y las energías.

 Charlaban animadamente a la luz de los enormes ventanales. Había té, café, pastas y pastel.

La tía Elroy los observó con cierto disgusto desde el recibidor. Los había saludado con fría educación, pero, no obstante, le dirigió una mirada suspicaz a Candy antes de salir. No podía evitarlo. Se iba a hacer una visita de cortesía a una amiga que estaba enterada de todo lo que se cocía en la cuidad, incluidos los chismes de los que la inteligente mujer sacaba información valiosa. Conocía a todo aquel que merecía la pena ser conocido y nada se escapaba a su escrutinio ni a su ojo crítico. Por supuesto, desde el mismo instante en que el caprichoso William había decidido adoptar a una muchacha sin origen conocido empezó a crecer en ella la sospecha y los prejuicios hacia las gentes humildes. 

Detestaba su falta de educación, su vulgaridad y falta de clase. No entendía el afán de su sobrino por convertir a aquella ingrata muchacha en una dama. Máxime a que ella había robado a Sara y a sus hijos después de tener la generosidad de acogerla en su casa. La pequeña mocosa sólo había traído desgracias a su casa. En la cacería del zorro durante su presentación a la familia había perdido a su querido Anthony, el único hijo de su sobrina Rosemary. Luego Stair se había alistado en el ejército y casi lo habían dado por muerto.

Después esa desagradecida rechazó a Neal utilizando la influencia que tenía sobre William para imponer su voluntad y hacer lo que se le viniera en gana. A su pesar, tuvo que admitir que la chica era hermosa y le recordaba a su sobrina Rosemary. Podía entender en su fuero interno que tanto Anthony como William tuvieran debilidad por ella. Sin duda tenía su atractivo—admitía la dama— mientras la observaba con ojos críticos: tenía unos increíbles ojos verdes que en su opinión usaba con una coquetería impropia de las niñas de buena educación, un abundante y rizado cabello dorado que brillaba al sol de la tarde atado con cintas a juego con su vestido de primavera y una bonita figura. Pero no podía soportar el verla tan feliz y radiante con su sobrino Archie, comportándose como si la casa fuese suya y aquella Annie Brighton que no lo dejaba ni a sol ni a sombra. 

Candy lograba sacar de ella lo peor. 

Por otra parte, tampoco le gustaba esa otra chica.

Para su sobrino Archie quería alguien con más estilo y clase. La familia Brighton tenía dinero, pero no podía compararse con los Ardlay. Tendría que encargarse también de ella. De momento el muchacho podía pasar el tiempo con ella porque, a fin de cuentas, los muchachos necesitan adquirir experiencia hasta que encontrase a la dama adecuada para él. Como Candy aquella chica era de baja condición social, se desconocía quienes eran sus padres y por si fuera poco se había criado en el mismo orfanato que ella. Seguro que tenían las mismas inclinaciones hacia lo ajeno.

Más allá del hilo rojo [Libro 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora