Capítulo 40: Descubrimiento en Lakewood

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Candy acompañó a Stair a la mansión de Lakewood

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Candy acompañó a Stair a la mansión de Lakewood. El chofer de los Ardlay había venido a buscarlos por la mañana. Se habían despedido de los niños, de la hermana Lane, de la Señorita Pony. Y el trayecto se les hizo corto. Stair estuvo bromeando todo el tiempo. Tenía planes y aquello a Candy le alegraba, aunque también se sentía intrigada. Ahora que parecía haber unido sus fuerzas a Gilbert, sentía que estaba perdida. Se imaginó los más extravagantes inventos y se vio a sí misma siendo utilizada como sujeto de pruebas. Pero también esperaba que al menos sus inventos no fallasen tanto como en el pasado. Gilbert podía significar una mejora, aunque tampoco lo tenía muy claro.

Cuando llegaron, Stair se fue directo a su cuarto diciendo que tenía mucho trabajo que hacer. Archie estaba en la universidad y ella se sentó en el mirador que daba al jardín. En ese momento, una de las doncellas llegó corriendo. Se excusó por haberse olvidado de darle un mensaje y le entregó un sobre en una bandejita de plata que estaba a su nombre: era la letra de Albert. Le decía que la perdonara por haberse ido sin despedirse de la fiesta y que se había retirado a la cabaña del bosque a pasar unos días. Que pronto volverían a verse y que pensaba en ella.

La joven se levantó de golpe de la silla. Se llevó las manos al pecho. Albert estaba en la cabaña del bosque. Esperaba que aún estuviera. Ciertamente allí podría hablar con él. Necesitaba que le explicase, que le contase si era cierto el rumor de que estaba prometido a Vanessa Higgins. Así que cogió su abrigo de otoño y se fue directa a buscarlo.

El cielo amenazaba lluvia. Pero no le importó, cruzó el jardín de las rosas de Anthony, los portales de Stair y de Archie y se dirigió al bosque. Era casi mediodía. El sonido del viento entre los árboles hacía crujir las ramas y se había llevado consigo algunas hojas. Era un aire denso, cálido que olía a ozono, a lluvia. Pero no le importó, sólo quería llegar allí.

El camino estaba lleno de pinaza, de hojas secas y algunas de ellas eran arrastradas por pequeñas ráfagas de aire, como si el viento se divirtiera jugando con ellas. Hojas amarillas, rojas, marrones, revoloteaban cerca de sus pies. De pronto, empezó a llover. Candy miró hacia el cielo, se preparaba un buen temporal, oscuros nubarrones se habían condensado en la atmósfera y corrió, corrió hacia el interior del bosque, sin pensar, quizá encontrase una roca, algo bajo lo que guarecerse temporalmente. Sólo tenía un único deseo y era verlo.

Al punto un oso salió a su encuentro y ella se quedó paralizada por el miedo. Empezó a sentir cómo un sudor frío se deslizaba por su espalda. Sintió pánico. No podía moverse.

El plantígrado estaba buscando bayas. Los ojos del animal, se le quedaron mirando con interés, olfateando el aire, se irguió sobre sus patas traseras y empezó a gruñir. Parecía que fuera a atacarla. Candy cerro los ojos aterrorizada. Llovía cada vez más intensamente, empezaba a tener frío. Al punto sintió una mano en la espalda.

—Silencio...no te muevas. Si le damos la espalda, él atacará — dijo una voz que conocía muy bien.

Candy estaba asustada, pero no se movió. El enorme animal siguió olfateando el aire y al punto perdió el interés en ellos. Pronto se perdió en la espesura y las piernas de Candy se doblaron de golpe. Habría caído al suelo de no ser porque Albert la cogió en brazos.

Más allá del hilo rojo [Libro 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora