"¿Diablos, dónde tengo la cabeza...?" se reprochó pensando en el billete del joven Gilbert Archer.
Había olvidado incluirlo. No creía que quisiese quedarse solo en Chicago y aunque era probable que su propio padre se hiciera cargo de su pasaje, no le parecía adecuado no haberlo incluido en el lote que había enviado junto con aquella horrible nota de despedida que se había visto obligado a escribir.
Todo para proteger a Candy.
¿En qué estaba pensando?. Georges tampoco le había comentado nada al respecto.
"La situación que he provocado es bastante incómoda. No es propio de mí..." se reprochó con cierto nerviosismo mientras guardaba en un hermoso estuche de terciopelo rojo la joya que pensaba entregarle a la joven.
Era la favorita de su madre y Albert le tenía un apego especial. Esperaba que ella la aceptara como una promesa de amor ya que de momento, no podía darle otra cosa. Su corazón se agitó, anticipándose al encuentro.
Necesitaba verla, necesitaba...Excusarse. Se sentía culpable. Su inminente marcha le iba a dejar un gran vacío.
El joven suspiró. Guardó el estuche en el bolsillo de su abrigo que había dejado colgado en el perchero de la entrada de su despacho y volvió a sentarse cerca de su mesa. Seguía nervioso. Nunca había sentido aquella zozobra en su corazón por nadie.
El precio de los pasajes de barco era elevado aunque para él no representaba ningún inconveniente. Había enviado a una persona de confianza para solucionar el problema. Decidió que él mismo entregaría el billete en persona.
Quería aprovechar la oportunidad de confesar sus sentimientos a Candy que —si la conocía bien— en aquellos momentos seguramente estaba en casa de su madre, poniéndose las botas con cualquiera de los dulces que Clarice tendría preparados para las visitas.Sentía la aprensión y el temor apretando su pecho, ahogándolo. Tampoco iba a arreglar nada con servirse un trago. La ansiedad de aquellos momentos, era difícil de controlar y lo estaba llevando a cometer errores. Y en aquellos delicados momentos no se podía permitir ningún fallo. Mc Bride estaba al acecho. Podía sentirlo. Sus hombres le habían informado acerca de sus movimientos y Albert no se fiaba de aquella aparente calma.
Tampoco estaba seguro de que aquel fuera el mejor momento para lanzarse. Aunque sus sentimientos eran intensos y profundos no era que las tuviera todas consigo. No confiaba en sí mismo. Ya no. Pero conocía el talante de Candy y tras lo que habían compartido en Nochevieja, estaba convencido de que ella lo amaba tanto como él.
Aquella zozobra lo estaba carcomiendo...Tenía que hacerse cargo de la situación. Ahora lo importante era abordar el asunto de Eliza.
Georges no tardaría mucho en traer a su sobrina a su presencia. Necesitaba hacerle unas preguntas respecto a su hermano.
Unos golpes en la puerta de su despacho lo sacaron de sus pensamientos. Caía la tarde, observó la luz rojiza que se filtraba por los cortinajes de la estancia. Se preocupó. Esperaba que aquel asunto no le fuera a llevar más tiempo de lo estrictamente necesario. Aquella muchacha, aunque era víctima de las maquinaciones de Mc Bride, nunca había sido santo de su devoción.
—Adelante...— dijo con voz firme.
Una pálida y visiblemente desmejorada Eliza apareció en el umbral de la puerta.
—¿Me has mandado llamar, tío?
—En efecto. Toma asiento, por favor— le pidió indicándole con una mano una hermosa silla labrada en madera de arce.
La joven hizo lo que se le indicó y miró a su tío con intensidad. Le tenía mucho respeto y su figura le inspiraba bastante miedo. Aunque tenía que reconocer que era tan guapo como lo había sido Anthony, no le parecía en absoluto tan dulce, ni amigable como él. Aquellos fríos ojos claros, le daban escalofríos. Sabía de lo que era capaz y del poder que tenía. La mosca muerta de Candy tenía un poderoso aliado en la familia y ella no podía hacer nada para evitarlo. Nada. Sintió una punzada de envidia. Y pensar que ella había creído que el tío William era un viejo decrépito, ¡Qué equivocada había estado todo aquel tiempo!
—Eliza, te he mandado llamar porque he de preguntarte por Neal. Sé que ha estado muy próximo a Arthur Mc Bride desde que empezaste tu relación con él...
—No sé a qué te refieres exactamente con "próximo", tío. Por lo que sé, mi hermano es un hombre bastante superficial y no creo que sea importante.
—Entiendo. Seguro ha sido tan superficial como lo has sido tú en tus relaciones con él, por lo que veo...—añadió Albert fijando sus ojos en el vientre de la joven y cruzando las manos sobre la barbilla.
—¡Tío! ¿Cómo has podido...?— gimió la joven llevando sus manos a los ojos que empezaban a anegarse en lágrimas.
—Es evidente, Eliza, que estás embarazada...pero no quiero entrar en juicios de valor. Y si conozco a Sara, seguro que te ha propuesto una solución muy poco ortodoxa para deshacerte del bebé...
Eliza empezó a llorar desconsoladamente.
—¿Cómo lo has sabido, tío? ¿Cómo has adivinado que ella...que ella...?— hipó la joven incapaz de terminar la pregunta.
—Olvidas, querida sobrina, que conozco cómo se las gasta tu familia desde hace mucho, mucho tiempo. Puedo ofrecerte un trato muy ventajoso para ti y el bebé si me das lo que quiero...
—Haré lo que sea...
—Bien, entonces cuéntame Eliza: ¿Qué es lo que está planeando Neal ? No creo que se haya dado por vencido y encajado como un caballero el rechazo de Candy a sus pretensiones amorosas. Para colmo yo lo desautoricé ante toda la familia Ardlay. No ha tenido que ser fácil para él aceptar la cancelación de su compromiso. Si lo conozco bien, estoy seguro de que está tramando algo...
Entonces Eliza habló.
...Y Albert palideció.
ESTÁS LEYENDO
Más allá del hilo rojo [Libro 1]
FanficCandice White Ardlay está viviendo un sueño: luego de ser adoptada y descubrir la identidad secreta de su príncipe de la colina está trabajando de enfermera en la clínica que Albert construyó para ella y el Doctor Martin. También ayuda a la Srta. P...