Capítulo 26: La desgracia de los Bennet

407 43 15
                                    


Residencia de los Bennet, cuidad de Saint Paul

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Residencia de los Bennet, cuidad de Saint Paul. Minnesota, 1898.


Los gritos desgarradores de Alma llenaron de consternación al servicio aquella clara mañana de mayo tras la desaparición de Marie y su niñera. Alma, pálida como un fantasma se agarraba el pecho, intentando sobreponerse al dolor. Adam Bennet, abrazaba a su esposa atónito, en shock incapaz de creer que su hija ya no estuviera en su cuna. Aquello no podía estar pasando. ¿Por qué Ellie se había llevado a Marie? ¿Cómo era posible? ¿Por qué no había despedido inmediatamente a aquella endemoniada mujer en el momento en que se le había insinuado de aquella manera? ¿Por qué nadie sabía decirle nada? Habría podido evitar que se la llevara.

Alma no podía parar de llorar. Tras buscar por toda la casa, tras preguntar a todos los sirvientes...nadie había visto ni oído nada. Aquella mujer había traicionado su confianza de la manera más vil al llevarse con ella a un ser inocente, a un miembro de la familia. A una niñita que ahora más que nunca necesitaba a su madre. ¿Por qué no fue capaz de mantenerla más tiempo a su lado? ¿Por qué tuvo que sumergirse dentro de sí misma y dejarse llevar por aquella tristeza egoísta? Alma entendía en aquellos momentos que nunca le había faltado de nada. Porque ella era una joven hermosa, con salud, de buena familia. Su joven marido era un hombre apuesto que la amaba. Ella lo había amado desde el mismo momento en que lo vio en aquel salón de baile, a la luz de las lámparas. Todas las damas murmuraban admiradas por su porte y gran atractivo. Ella lo había admirado desde la cómoda distancia que le proporcionaba el enorme sofá tapizado en brocado francés donde reposaban las demás damas durante las pausas de los bailes, aguardando su turno y nunca creyó que él la hiciese prometer un vals.

Alma nunca se sintió más feliz que cuando él se le declaró meses después. Todavía sin poder creerse que Adam Bennet se hubiera fijado en ella. Y Ambos se habían casado por amor, con la bendición de ambas familias. ¿Por qué no había sido capaz de apreciar todo esto antes?

Ahora que se habían llevado a su hija, comprendía que le faltaba todo. ¿Cómo había podido estar tan ciega? Las manipulaciones y las palabras amables de Ellie sólo habían sido una fachada. Sólo habían sido una vil estratagema para acercarse a ellos, para ganarse su confianza y para robarles lo que más querían. Poco le importaba el robo del broche de esmeraldas que le habían regalado sus suegros como obsequio de boda: a Alma la destrozaba el hecho de que alguien se había llevado a su bebé con Dios sabe qué intenciones. Y el sufrimiento que le generaba aquel temor era para ella bastante castigo, pues se sentía culpable de no haber prestado suficiente atención a la niña. No podía evitar llorar al recordar sus rollizos brazos, sus carrillos sonrosados y la mirada de adoración en aquellos luminosos ojos y su dorado e incipiente cabello.

Para Alma significaban su vida. Abrazada a su pecho, comprendió que también su propio cuerpo la añoraba pues era hora de su primera toma del día. La niña debía de tener hambre... ¿Quién la alimentaría? ¿Por qué Dios había permitido que se la llevaran? Nada podía ser más cruel que separar a una madre de su hijo. Y Alma lloró amargamente...aquel era su castigo por su egoísmo, por su debilidad de carácter.

Más allá del hilo rojo [Libro 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora