Lakewood, 1916. Principios de otoño.
William estaba en la cabaña del bosque, tomándose su tiempo para pensar. Ya llevaba varios días allí. Alejado de todos y de todo. Había dado órdenes de no ser molestado bajo ningún concepto. Lamentaba no haberse podido despedir de Candy, aunque le había dejado una nota. Ignoraba si la había recibido o no... Albert necesitaba poner en orden sus pensamientos. Era allí y en ningún otro lugar donde se sentía él mismo. Nadar en el río por las mañanas suponía para él una inyección de energía para sus músculos. Se pasaba largas jornadas nadando, sin pensar en nada más. Y no tenía ningún inconveniente en zambullirse desnudo al agua, preciso, como un estilete. Aquellas aguas transparentes, aún estaban templadas por el sol de un recién finalizado verano. Y para él, suponía un lujo disfrutar de aquel placer. Disfrutar de la naturaleza, del olor de la hierba, del rumor del viento entre los árboles, sólo aquello conseguía aquietar su atribulado espíritu.
No le hacían falta muchas más cosas realmente. Si le hubiesen dado a elegir entre aquello, el poder, el dinero o la gloria indudablemente habría elegido a la naturaleza. Disfrutaba cortando leña y tallando hermosos e intrincados relieves en los muebles que él mismo se fabricaba. De hecho, se sentía especialmente orgulloso de los muebles que había hecho para Candy en la residencia de Chicago.
Había hecho numerosas casas para los pájaros del bosque. Y ciertamente había conseguido atraer a numerosas especies de pájaros cantores que sin ningún pudor llegaban a posarse en su dedo índice. Aquellas criaturas, no le tenían ningún miedo. Y Albert disfrutaba viendo sus evoluciones durante el día. Incluso algunos de ellos acudían a él cuando los llamaba con un silbido. Le divertía pensar que aquello escandalizaría a la Tía Elroy, sin duda.
Para comer, solía pescar las truchas arcoíris que nadaban en abundancia en aquellas aguas tranquilas y cristalinas. En alguna ocasión había compartido aquellos momentos con alquilen muy especial para él. Y pensó en Candy.
El beso que le había dado en el baile había despertado en él la necesidad de sentirla cerca con más intensidad que nunca. El tenerla en sus brazos, tan frágil ... tan fuerte, tan hermosa. Le hubiera gustado seguir explorando su boca y su cuerpo. Si Archie no los hubiera interrumpido. Y suspiró...
—Candy...pequeñina — susurró al viento tumbado en el suelo con la cabeza apoyada en un gran tronco.
El cielo se había incendiado con las luces del atardecer del otoño. Pronto anochecería. Se levantó y entró en la cabaña. Refrescaba y necesitaba hacer un buen fuego en la chimenea.
Había detectado en sus verdes ojos recelo y desconfianza. Y Albert ciertamente no podía confiarle todo. No aún. Había encargado a Georges y a Vanessa que le comunicaran cualquier avance en las investigaciones que estaban llevando a cabo para él. Vanessa le había dicho durante la reunión que habían mantenido en la biblioteca durante la fiesta de final de la estación que seguían la pista de una niñera que al parecer había secuestrado a una de las niñas que fueron dejadas el mismo día a las puertas del Hogar de Pony. Al parecer, con muy pocas horas de diferencia. Ella le dijo que Georges estaba casi seguro de la identidad de los padres y que estaba en Boston.
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Más allá del hilo rojo [Libro 1]
FanfictionCandice White Ardlay está viviendo un sueño: luego de ser adoptada y descubrir la identidad secreta de su príncipe de la colina está trabajando de enfermera en la clínica que Albert construyó para ella y el Doctor Martin. También ayuda a la Srta. P...