Capítulo 19: Una institutriz para una familia de campo

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Mansión Annandale

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Mansión Annandale. Montrose, Escocia 1895.

La joven de diecisiete años Clarice D. Bruce estaba harta de los desprecios de su madrastra. Su padre James Bruce, Conde de Argyll hacia ver como si aquello no le importara, aunque cuidaba de ella de forma discreta y siempre que no hiciera enfadar a la Condesa Poppy Bruce, su mujer. Ella era hija ilegítima de la antigua ama de llaves y su Señoría.

Y Clarice, llevaba estoicamente el peso de la deshonra desde el mismo momento de su nacimiento. Pero ¿Qué culpa tenía ella de haber venido al mundo? Su madre había muerto en el parto tiempo atrás, la había dejado a cargo del servicio de la mansión porque no tenía familia conocida y ellos la habían criado bajo la atenta y discreta mirada de su padre.

Su madrastra sin embargo, la odiaba desde el mismo instante en que vino al mundo. Tras enterarse por el servicio de que la joven ama de llaves esperaba un hijo del mismísimo Conde. Su Señoría, ni si quiera había tenido el valor de decírselo. Pero ya no hacía falta. Todo el mundo sabía que  estando más que  harto de su avinagrado carácter había acabado por caer en los dulces brazos de la joven.

La Condesa Poppy no culpaba a su marido  James por el desliz, sino que culpaba a la muchacha. A quien presuponía haberse valido de sus encantos para seducir a un noble en su propia casa para sacar provecho. Clarice era el fruto de un amor adúltero y aquello la exacerbaba. Por eso la humillaba y por eso evitaba que sus hijos se relacionaran con ella más allá de lo estrictamente necesario.

Lo que más la molestaba de todo era que ella era el vivo retrato de su marido y había heredado la extraordinaria belleza de su madre. Los abundantes dorados cabellos de Clarice brillaban al sol y le caían por la espalda cuando ella se los soltaba al cabalgar, tenía una figura esbelta, cintura de avispa y rasgos armoniosos y dulces.

Algunos de los criados no se molestaban en disimular que sentían admiración y algo más por la adolescente cuando ella los saludaba o pasaba cerca. Y su madrastra ardía de indignación. Pues creía ver en ella el comportamiento de una mujerzuela.

A Clarice le gustaba cabalgar por las mañanas bien temprano para despejar la mente de los reproches de Poppy y adentrarse en el bosque de robles centenarios que bordeaban la enorme finca de su familia

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A Clarice le gustaba cabalgar por las mañanas bien temprano para despejar la mente de los reproches de Poppy y adentrarse en el bosque de robles centenarios que bordeaban la enorme finca de su familia. Ella era un espíritu feliz y libre que sólo estaba en paz cuando sentía el aire limpio entrando en sus pulmones y olía el perfume de la hierba cuando se recostaba sobre ella para observar las nubes.

Más allá del hilo rojo [Libro 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora