Candice White Ardlay está viviendo un sueño: luego de ser adoptada y descubrir la identidad secreta de su príncipe de la colina está trabajando de enfermera en la clínica que Albert construyó para ella y el Doctor Martin. También ayuda a la Srta. P...
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Albert miró a su compañero de habitación. Benjamín Bruce yacía en su cama mirando al techo, resignado. Tenía el brazo vendado y allá donde le había rozado la bala, en la frente, lucía una limpia sutura que le iba a dejar una discreta cicatriz . Parecía encontrarse cómodo, coqueteaba con las enfermeras y de vez en cuando buscaba con los ojos la complicidad de Ardlay. Pero Albert, estaba demasiado aturdido por el dolor para pensar con claridad y seguía preocupado. Mc Bride seguía suelto tenía... debía detenerlo. Tendría que contactar con Vanessa, era preciso que siguiera investigando. No podía rendirse, no ahora.
—William...¿Qué querían esos desgraciados? ¿Por qué irrumpieron así en casa de mi hermana?— la voz de Benjamin se alzó en medio de sus pensamientos atribulados.
Pero él parecía encontrarse muy lejos. Se llevó la mano a la cabeza donde lo habían golpeado, podía sentir la textura de los puntos. La caja torácica todavía le dolía. Le habían dicho que tenia una fuerte contusión en las costillas. Una rotura, a aquella altura y la fractura le había perforado un pulmón. Podría haberse muerto de una hemorragia interna. Torció el gesto. El dolor de cabeza era lo peor. Sin embargo, apenas unos momentos antes la revoltosa y alegre presencia de Candy, lo había consolado en los peores momentos.
"Candy..."
Odiaba estar postrado en la cama y bajo observación constante de algunos de los doctores que lo habían desahuciado cuando nadie conocía su identidad. Su actual actitud cínica y servil lo indignaba. Tenía ganas de irse de allí y de hablar con el Dr. Martin, sí...definitivamente tenía que ponerse en sus manos. Iría a Lakewood, en busca de su remanso de paz. Tan necesario para él.. Sin embargo, no se podía permitir ser egoísta. No aún.
Sólo le importaba ponerla a salvo.
—La querían a ella...a ella, Cielo Santo...—Se lamentó con amargura.
—¿Te refieres a Candy?—preguntó horrorizado Ben—¿Pero, quienes y por qué, William?
—Van tras ella, Benjamin. Esos malnacidos van a por ella. Debes prometerme que la mantendrás... que la mantendréis a salvo. Es gente peligrosa, no puedo desvelarte nada más sin implicarte más de lo que ya estás, pero todo me indica que eran hombres de Arthur MC Bride. Ella...ella es lo más preciado para mí—confesó William sintiendo que las palabras le pesaban en el pecho.
Sus azules ojos estaban dilatados por la ansiedad, pero estaba decidido.
—...Y yo he de poner todo de mi parte para detener a ese monstruo.
Ben se sintió algo incómodo por la revelación, pero también se conmovió por la intensidad de sus sentimientos. Realmente le importaba, para él Candy no parecía ser ningún capricho de millonario excéntrico. En la alta sociedad, los rumores sobre el talante extravagante del jefe del clan Ardlay siempre le habían parecido tan injustos, como descabellados. Algo totalmente natural, que la gente inventara chismes porque en ese tiempo el jefe del clan Ardlay aún no había sido presentado en sociedad. Sólo había habido rumores acerca de su aspecto.