Capítulo 28: La decisión de Stair

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Hacía ya meses que Stair había regresado de Francia

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Hacía ya meses que Stair había regresado de Francia. Cuando recibió la noticia de que lo habían retirado con honores y le enviaron la medalla de honor reservada a veteranos de guerra, tampoco se tomó esto último con demasiado entusiasmo. Solía quedarse ensimismado mirando por el amplio ventanal de su cuarto, con la vista perdida, con turbios pensamientos en su cabeza. Tampoco sentía mayor interés por retomar sus antiguas aficiones, ni revisar los diseños de sus antiguos inventos. Sabía que Inglaterra estaba sufriendo restricciones, escasez de alimentos y recursos debido al bloqueo alemán. Y también sabía que Patty estaba sufriendo las consecuencias de la escasez de víveres y bienes básicos, según le detallaba en la carta que había recibido aquella mañana.

Todo aquel lujo que lo rodeaba allí mismo, le estaba pareciendo obsceno.

 Ahora mismo había gente sufriendo escasez, muriendo en la guerra. No podía pedirle a su amor que tomara un transatlántico y viniera a Estados Unidos porque tenía miedo de que los alemanes volasen el barco que la traería de vuelta. Ahora ya nadie estaba a salvo. Tampoco podía pedirle que compartiera su vida con él. Ya no podía hacer nada para ayudarla. No podía pilotar, no podía inventar ¿Cuál iba a ser ahora su misión en la vida? Quería tenerla allí con él, protegerla de las consecuencias devastadoras de la guerra. Pero ¿Cómo podría condenarla a una vida a medias? No se merecía que dedicase su vida a cuidar de un inválido. ¿Cómo podría pedirle a Patty que compartiera con él una vida vacía? Los sentimientos que ella había volcado en su carta lo habían partido en dos.

¿Lo amaría igual si supiese que era un hombre a medias? Las lágrimas de amargura recorrieron el rostro del muchacho. De reojo vio un prototipo de avioneta en la mesa de su habitación y lo lanzó al suelo, pateándolo hasta destrozarlo. Lleno de ira, arrancó los numerosos diseños de inventos que tenía sujetos con chinchetas en los paneles de corcho que cubrían las paredes de su amplio cuarto y los destrozó completamente. Aquello formaba parte de su pasado y no tenía sentido que estuvieran allí.

La tía Eloy estaba feliz de tenerlo de nuevo en la residencia familiar de Chicago. Estaba siempre pendiente de él, cosa que al muchacho acababa por agobiarlo enormemente. Aquella mujer siempre había sido estricta y cuidaba bien de no mostrar demasiado sus sentimientos. Desde que su cargo de responsabilidad en la familia había sido traspasado al tío abuelo William y ya no estaba tan sujeta a los compromisos familiares de otros tiempos. Así que la vieja dama había decidido que tenía que velar por su sobrino. Lo consentía todo lo que podía y lo intentaba agasajar intentando preservar la aparente fragilidad del joven. A ella, le rompía el corazón verlo en aquel estado. Todavía eran más que visibles las cicatrices que había dejado la metralla en su frente y sobre todo evitaba mirar el lugar donde le faltaba la mano.

En aquel estado, la vieja dama nunca tuvo el valor de decirle nada a su sobrino porque juzgó que el joven ya tenía bastante castigo por haber tomado la decisión equivocada. Nunca debería haberse alistado y el resultado de su decisión para ella era más que suficiente condena. Así que decidió hacerle una fiesta para homenajearle. De este modo, pretendía subir el ánimo del joven. También había enviado un escrito a la prensa para que publicaran un artículo sobre el heroísmo de Alistair Cornwell que estaba segura causaría sensación en los círculos de la alta sociedad. Se sonrió con placer. Iba a ser la comidilla de todo Chicago. Y en ese punto se preguntó qué diría su amiga Pamela Wilson al respecto.

Alistair por su parte, todavía se puso de peor humor cuando supo que la familia estaba planeando una fiesta en su honor para celebrar su vuelta. Tampoco le hacía ninguna gracia la idea de su tía de avisar a la prensa. Ella le había dicho que él era un héroe de guerra sin disimular su orgullo a la hora del té.

— ¿Héroe de guerra? ¿En serio? ¿Por qué no me dejáis en paz? — masculló encerrándose en su cuarto.

Los Ardlay se sentían orgullosos de él, pero Stair ciertamente no. Se estaba empezando a agobiar con tanta atención. Lo trataban de una manera tan considerada que le costaba trabajo distinguir aquello de la compasión. No se sentía ningún inválido, sólo quería tomarse un tiempo para asimilar que su vida había cambiado. No quería ni hablar de fiestas, ni recepciones de invitados para saludarlo. La noticia de su rescate y de su vuelta a casa había corrido como la pólvora entre los círculos de la alta sociedad.

Poco quedaba del Alistair Cornwall optimista de antes y aquello hacía que Archie se preocupara. Las cartas que recibía de su hermano mientras estaban en la universidad eran cada vez más sombrías. Hablaban de que había recibido una carta de Patty y de que él no creía que ella lo quisiera de verlo en aquel estado. No quería condenar a la muchacha a una vida a medias y ahora con la Gran Guerra separándolos, le parecía que lo mejor que podía hacer era romper con ella, aunque aún no sabía cómo. Debía de renunciar a ella, porque no quería que su vida estuviese supeditada a cuidar de un inválido. Aquello había alarmado a Archie y le escribió una carta a Candy para que intentara hacerle cambiar de opinión. Archie sabía del profundo amor de su hermano por Patty y no podía soportar ver cómo su hermano desperdiciaba la oportunidad de ser feliz.

Pronto Archie recibió una carta de Candy, donde lo instaba a tranquilizarse. 

Se le había ocurrido una idea que podría hacerle bien a su hermano. Iba a convencerlo de que viniera con ella al Hogar de Pony. Allí hacía tiempo que Albert había hecho construir habitaciones para invitados y seguramente el aire del campo le sentaría bien.

Pero Candy también tenía otra idea en mente...Hablaría con el Doctor Martin.

Hablaría con el Doctor Martin

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Más allá del hilo rojo [Libro 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora