Capítulo 80: Armas de dama

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Benjamin Bruce, heredero del título de III Conde de Argyll sacó la pareja de revólveres Smith & Wesson que guardaba en una funda, ocultos discretamente bajo su chaqueta de tweed inglés

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Benjamin Bruce, heredero del título de III Conde de Argyll sacó la pareja de revólveres Smith & Wesson que guardaba en una funda, ocultos discretamente bajo su chaqueta de tweed inglés. Los había comprado para su  protección. Sabía lo peligrosas que se estaban poniendo las calles de Chicago y no estaba dispuesto a que le dieran ningún susto. Eran pequeños, ligeros,  discretos, con mango de nácar...parecían los de una dama, según el armero que se los vendió. Pero él, que valoraba ante todo la discreción y funcionalidad de las armas  sólo les vio una  utilidad práctica. E ignoró el comentario y la expresión  del vendedor cuando le dijo que los quería para su uso personal.

Escucharon  un quejido,  un juramento  y un maullido agónico tras un disparo. Clarice palidecio.

—¡Oh...no!. Míster Bigotes...—susurró con aprensión.

—¿Qué pasa mamá?— preguntó Candy preocupada

—Luego te lo contaré, hija....— dijo Clarice tomándola de la mano.

—Tenéis que buscar refugio, rápido.  Yo os daré algo de ventaja...Con este par de bellezas— dijo mostrándoles  los pequeños revólveres.— No os dejéis engañar por su apariencia, son mortíferas— dijo Ben besando el cañón de una de ellas e intentando transmitir una seguridad que estaba muy lejos de sentir.

Clarice no estaba tan segura. Temía por él, temía por ellos. Ahora que por fin se había reunido su familia no estaba dispuesta a que nada ni nadie se interpusiera entre ellos y los separara. Lo miró con indecisión.

— Oh... querida ¿Te crees que Benjamin  Bruce no  puede proteger a su hermanita y a su sobrina preferidas? — preguntó intentando disimular su creciente preocupación.— Ahora id y buscad un buen escondite....Daos prisa. Yo me encargo.— Susurró.

Clarice dudó un momento...No quería dejar solo a su hermano menor. Pero su expresión decidida la convenció. Así que  fue hacia otra habitación y abrió una  discreta puerta que daba a unas escaleras. Eran  de baldosas de terracota, rematadas con madera en los bordes y miró Candy con decisión. Estaba oscuro, sólo se colaba la luz de la calle tras una pequeña ventana. El aire que provenía del interior  le devolvió a Candy olores de químicos y preparados medicinales.

—Este es un acceso secundario que tengo a la farmacia de abajo. A veces, me gusta trabajar en la botica sin que nadie lo sepa....— Se encogió de hombros—Tengo la puerta principal, claro. Pero también puedo acceder desde aquí. Ven, hija— dijo Clarice tomando un pequeño quinqué de opalina que reposaba en una discreta repisa dentro de la pared. 

—Volveré, hermanito...—prometió Clarice antes de desaparecer tras la puerta con su hija.

La luz del quinqué les  fue iluminando el camino. Las dos mujeres estaban nerviosas, tenían miedo por Ben, por ellas. No sabían quienes eran los que habían irrumpido en la casa a aquellas horas, ni qué buscaban.  

Más allá del hilo rojo [Libro 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora