Cuidad de Saint Paul. Minnesota, 1897.
Ellie Wilkings, la mayor de seis hermanos, estaba feliz porque la habían contratado para trabajar en una de las casas más importantes de la cuidad de Saint Paul. Su sueño se había cumplido tras conseguir una entrevista por mediación de una amiga suya que era doncella en la casa de los señores Bennet. Ellos eran un joven matrimonio que se habían mudado desde Europa para vivir en América pues el marido tenía intereses empresariales en la cuidad.
Hacía tiempo que buscaban tener descendencia. Y cuando finalmente la tuvieron, el matrimonio pensó que su felicidad no podía ser más plena. Para Ellie, aquella casa respondía a todo lo que ella habría querido para sí. Era una hermosa casa de estilo victoriano, ubicada en uno de los barrios más elegantes de la cuidad. No se veían mendigos, ni pordioseros cerca. Las calles eran anchas, los setos estaban bien cuidados y veía hermosos coches de caballos con elegantes caballeros y damas montados en ellos. Ellie era feliz imaginando qué se sentiría formando parte de aquella parte de la sociedad que hasta entonces sólo había podido apreciar desde la distancia.
La joven señora Bennet era una dama muy amable, aunque delicada de salud. Por lo que delegó en ella rápidamente el cuidado de su hija pequeña: una criatura rubia, de cara redonda y hermosos y expresivos ojos claros.
Ellie, pronto se sintió parte de todo aquello. Sacaba a la niña a pasear al parque y se sentaba en los bancos a charlar con otras niñeras mientras los niños de corta edad jugaban cerca. Todo era apacible y su vida era buena y sencilla. Ganaba lo suficiente para mantenerse y enviaba periódicamente dinero a su familia para ayudar a su madre y a sus hermanos.
Sin embargo, algo en su corazón se agitaba cada vez que el joven señor hablaba con ella. Y pronto se encontró a sí misma pensando en él, en lo atractivo que era y también pronto se vio a sí misma como la dueña de la casa, puesto que su mujer no parecía prestar la atención debida a su joven esposo.
—Es la tristeza del postparto...— decía la cocinera–. La señora no tiene interés en estar con su criatura. Pero el doctor dice que es cuestión de tiempo que se recupere. Debe hacerlo porque una madre ha de cuidar de sus hijos. Y debe asumir que su cuerpo ha cambiado y que se ha hecho una mujer.
—Si...— decía la niñera —. Si yo fuera madre, no dejaría de lado a mi criatura. La cuidaría y le daría a mi marido más hijos. Pues el deber de la mujer es ser una buena esposa y madre. Para ello nos puso Dios en el mundo.
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Más allá del hilo rojo [Libro 1]
FanficCandice White Ardlay está viviendo un sueño: luego de ser adoptada y descubrir la identidad secreta de su príncipe de la colina está trabajando de enfermera en la clínica que Albert construyó para ella y el Doctor Martin. También ayuda a la Srta. P...