Candice White Ardlay está viviendo un sueño: luego de ser adoptada y descubrir la identidad secreta de su príncipe de la colina está trabajando de enfermera en la clínica que Albert construyó para ella y el Doctor Martin. También ayuda a la Srta. P...
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Oxford, 1904.
William A. Ardlay se entrenaba con Georges en el gimnasio que habían habilitado en la casa que la tía Elroy había alquilado discretamente para él. Quería aprender a defenderse de los matones que comenzaban a hostigarles a él y a su compañero de habitación en la universidad. Eran novatos y, por tanto, vulnerables a las más absurdas y crueles bromas que los veteranos, ansiosos por divertirse y pasar el rato tenían la muy poca ortodoxa costumbre de hacer a su costa. Y el joven Ardlay, estaba dispuesto a ponerles las cosas difíciles. A Georges, complacido por la determinación del muchacho, le gustaba ver los progresos que hacía su pupilo. Estaba ganando en fuerza, agilidad y los músculos empezaban a definírsele.
Pocos de los ancianos del clan sabían que el muchacho iba a ser el futuro cabeza de familia así que, para protegerle de las oscuras maquinaciones de otros interesados en hacerse con su puesto, le matricularon bajo un apellido falso: Layard, que no era más que un anagrama hecho con las letras de su apellido. Había mucho en juego, así que debido a esto sólo algunos de los decanos estaban al tanto de la verdadera identidad del muchacho. La propia familia Ardlay, se aseguraba que las cosas se mantuvieran así.
Georges estaba preocupado porque su pupilo siempre estaba metido en líos. Los demás compañeros se burlaban de sus ideas progresistas y no dejaban de meterse con él y con Víctor, su compañero de cuarto.
Georges apreciaba muchísimo al padre de Albert: William Clyde Ardlay y para él era absolutamente indispensable que el muchacho aprendiera a defenderse. Le había dado su palabra de que lo protegería. Y también se lo debía a Rosemary, su hija y hermana mayor de Albert.
Delicada y hermosa.
El corazón de su hermano menor se rompió cuando ella murió después de una larga enfermedad dejando un hijo pequeño y condenando a William, el heredero del nombre de su padre a la soledad más absoluta. Porque a partir de aquel día se vería apartado del clan para proteger su futuro por decisión de la hermana mayor de su padre: la severa tía Elroy y el resto de los ancianos.
Para esto era absolutamente necesario que nadie supiera de su existencia.
Era el fin de su niñez.
Aquella decisión le parecía tan cruel que el propio Georges sintió cómo su corazón se encogía por la pena. William A. Ardlay iba a ser encerrado en una jaula de oro y a él, el fiel secretario de su padre le habían encomendado la ardua tarea de ser su guardián.
El día del entierro de Rosemary, Georges lloró amargamente. Aquel aciago día, también algo se apagó en su interior. Albert huérfano de padre y de madre, incapaz de mediar palabra, le apretaba fuertemente la mano, mientras el ataúd donde descansaba la hermosa Rosemary era entregado a la tierra. Todos los Ardlay habían venido a despedirla. Y todos la lloraban pues era una dama muy querida por todo el mundo.
Anthony, su hermoso hijo pequeño, iba cogido de la mano de Archie. Stair, el mayor de los tres, caminaba delante intentando mantener a duras penas la compostura. Cada uno apretaba una rosa en sus manos infantiles. Todos las fueron lanzando con infinita tristeza al ataúd de caoba de la joven, a medida que se acercaban a la tumba abierta para despedirse.