Capitulo 50: Clarice y Scott

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Cuando Clarice llegó a las impresionantes oficinas del edificio Ardlay la recibió una agradable chica que dijo llamarse Alexandra y también dijo ser la secretaria del Sr

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Cuando Clarice llegó a las impresionantes oficinas del edificio Ardlay la recibió una agradable chica que dijo llamarse Alexandra y también dijo ser la secretaria del Sr. Ardlay.

—Espere aquí, señorita Marborough. El Señor Ardlay y la señorita Higgins no tardarán en venir. —Dijo la joven.

La sala de juntas era un espacio amplio y exquisitamente decorado. Clarice se sentía intimidada ante tanto esplendor. Las ventanas eran altas y de hermosas vidrieras que hablaban de modernismo europeo. Podía ver tallas estilizadas de motivos vegetales y hermosas litografías de edificios en las paredes. Estanterías llenas de libros de jurisprudencia hablaban de un lugar donde se habían celebrado y tratado innumerables reuniones de negocios. Se sentó y aguardó con impaciencia.

Tenía sed. En la impresionante mesa de caoba había una hermosa jarra de vidrio checo tallado que contenía agua y también varios vasos sobre una bandeja plateada. Tomó un vaso de agua. Estaba fresca. ¿Para qué la habían llamado? Y pensó en las últimas conversaciones que había mantenido con el Sr. Ardlay y con la Señorita Higgins.

" Saben algo de mi Candy, saben algo de mi niña..." , pensó ansiosa.

Y empezó a sentir ansiedad. Ahora tendría dieciocho años y se preguntaba si la vida la habría tratado bien. Si la había adoptado una buena familia o si ya se había casado.

Tampoco estaba muy segura de querer verla ¿Qué podría decirle? Sentía mucha vergüenza por haber tenido que dejarla. Y también pena, una pena tan grande que le partía el corazón. Su hija: su bebe. La dureza de sus circunstancias vitales en aquellos horribles tiempos la había obligado a tener que elegir entre vivir o condenarlas a la malnutrición, al hambre y a la miseria.

Ellas estaban solas, su familia las había desamparado y no pudo luchar por las dos. Ya no tenía fuerzas. La dejó en el Hogar de Pony porque ya no tenía ninguna otra opción. Lo había hecho para darle una oportunidad y sabía que aquellas dos buenas mujeres podrían cuidarla por ella.

Aquel joven llamado William podía darle las respuestas que necesitaba. Sólo saber que estaba bien, con eso se conformaba. Nunca la había olvidado, ¿Cómo podría? Era un trozo de su alma. Clarice se mordía las uñas con impaciencia, incapaz de tranquilizarse, se colocaba una y otra vez la falda y se levantaba de la silla frecuentemente incapaz de tranquilizarse.

Más allá del hilo rojo [Libro 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora