Albert y Stair trataron de recuperar la compostura. Se sentían algo avergonzados después de la llantina, pero también felices. Se miraron a la cara que ambos tenían congestionada y se sonrieron cómplices. Aquella situación ciertamente se les había escapado de las manos, se sentían hasta cierto punto ridículos. Después de las primeras emociones, los ánimos ya estaban más relajados. Así que se quedaron callados unos instantes, cada uno sumido en sus propios pensamientos.
Pocos minutos después se oyeron varios tímidos golpes en la puerta de la habitación que hasta entonces se había mantenido cerrada para respetar la intimidad de los dos jóvenes.
— ¡Adelante! — dijeron al unísono.
Luego se miraron y se echaron a reír.
La Señora Sophie sonreía, traía una bandeja con un par de bollos y café recién hecho. Belle también sonreía pues el rostro de Stair estaba mucho más relajado que días atrás; diríase que la presencia de su tío había tenido un efecto sanador en su espíritu.
Ella sabía que Stair pronto se marcharía con su familiar de vuelta a los Estados Unidos. Y sintió una indescriptible tristeza en su corazón. Durante sus largos paseos con él por la playa al atardecer había empezado a albergar sentimientos por el muchacho. Su padre también había sido piloto y ella sentía que el cielo le había enviado a alguien muy especial para compensar aquella pérdida. Aquellos cabellos negros y sus ojos verdeazulados le habían robado el corazón. Pues en su infinita tristeza la muchacha intuía que había en su interior alguien risueño y divertido esperando ser descubierto.
Ella quería que se quedara allí con ellas, porque estaba segura de que gracias a ella Stair recuperaría las ganas de vivir. Ella era quien había vestido al muchacho con la gran camisola de dormir que había sido de su padre y pudo observar que, aunque maltrecho, el cuerpo del muchacho era musculado y atlético. Se ruborizó pensando en cómo sería estar en sus brazos y se preguntó si lo esperaba alguna chica en Estados Unidos. Si era feliz con ella.
Su corazón anhelaba su compañía porque estaba segura de que él la necesitaba. Ella estaba segura de que lo podría hacer feliz y él aún no estaba recuperado para poder irse y enfrentarse al mundo.
— Muchas gracias por haber cuidado de mí, señora Le Beil— dijo el joven Stair mientras degustaba el bollito de mantequilla que había horneado aquella tarde. El azúcar glasé le manchaba la comisura de los labios y estaba risueño.
— Estos bollos están deliciosos, muchas gracias, señora Le Beil— dijo también Albert, quien había olvidado en aquel momento donde diablos había puesto su capa de viaje. Estaba ansioso y la divisó a la entrada, colgada en un pequeño perchero. No podía disimular las ganas de irse, pese a la calidez de aquel hogar.
Belle, no podía probar bocado. Se levantó de la mesa y se disculpó. Llorando salió de la casa y se dirigió corriendo por el camino jalonado de brezos hacia la playa a la luz del atardecer. Stair Cornwell se iba a ir y su corazón se marchaba con él. Se llevó las manos al pecho y comenzó a llorar como si algo se rompiera en su interior. Las piernas se le doblaron y cayó de rodillas sobre la arena ...y los sollozos brotaron sin consuelo. Él se iba, irremediablemente, definitivamente. Puede que no lo fuera a ver jamás.
De pronto, lo vio aparecer desde un recodo del camino que daba a la playa. Se acercó a ella y conmovido le dijo:
— Belle...no llores — su voz estaba entrecortada por el esfuerzo.
Había salido corriendo tras ella.
— Estoy muy agradecido a tu madre y a ti por todos los cuidados que me habéis prodigado durante todo este tiempo. Estoy agradecido a Dios por haberos puesto en mi camino y bien sabes que nunca podré pagaros lo que habéis hecho por mí. Pero ese hombre, ha venido a buscarme desde muy lejos. Es mi familia y quiero volver a casa— Le dijo con la voz quebrada.
Llevaba puesta una camisa y un pantalón que habían pertenecido a John, el padre de Belle. La brisa marina despeinaba sus oscuros cabellos mientras la camisa de John se movía al ritmo de la brisa revelando el lugar donde le faltaba la mano.
A Belle aquella imagen la conmovió y sintió el impulso de estrecharlo fuerte contra sí. Tan frágil... y tan fuerte a la vez. De pie, con la luz del atardecer dibujando sus hermosos rasgos.
El joven Stair Cornwell se quedó a poca distancia de ella, mirándola con ternura y gratitud.
— Stair ... Es que yo... había albergado las esperanzas de que quizá... quizá... — Empezó a decir la muchacha con lágrimas corriéndole por las suaves mejillas.
Era realmente hermosa.
Y a Stair se le encogió el corazón.
Ella súbitamente corrió hacia él pese a la arena de la playa y se fundieron en un abrazo. El corazón de ella latía con fuerza, pero Stair sólo sintió por aquella muchacha una increíble gratitud, aunque también deseo ...un deseo fuerte de besarla. Pero no podía darle lo que ella quería. Stair no quería traicionarla ni tampoco traicionarse.
Dulcemente apartó a Belle de sí y le dijo que desde hacía tiempo albergaba sentimientos por otra persona.
La imagen de una dulce muchacha de gafas vino a su mente.
— Eres muy hermosa, Belle- le dijo apartándole dulcemente los castaños cabellos de su rostro .— Y estoy seguro de que harás muy feliz a un hombre algún día. Pero yo no puedo ser ese hombre. Hermosa, hermosa Belle...— murmuró Stair contrito.
La muchacha avergonzada de su comportamiento llevó ambas palmas a la boca, como queriendo silenciar lo que ya había sido dicho. Luego miró hacia el suelo avergonzada, donde el agua de la marea alta ya había empezado a mojar sus pies. Y asintió.
— Para mí, ha sido un placer, monsieur Cornwell. Pero no creas que voy a olvidarte...— le dijo con cierta divertida obstinación en sus grises ojos.
—¿Es una promesa? — le preguntó él guiñándole un ojo.
— Prometido...no te olvidaré, mon amour. Tu novia, es una muchacha con suerte — le dijo tomándole del brazo sano que él gentilmente le había ofrecido.
—Volvamos, la marea empieza a subir—dijo el muchacho.
Pronto volvería a casa, con los suyos. Volvería ver a Archie, a Patty, a Candy a sus padres...y también a la tía Elroy. ¿Qué le diría? Seguro que lo reñiría y le soltaría un discurso que le haría cuestionarse si había merecido la pena abandonar a su familia sin avisar por seguir un impulso idealista.
Tampoco esperaba que lo comprendieran. Y aunque ciertamente le alegraba que Albert hubiera venido a buscarlo, aquel sentimiento ensombreció su corazón.
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Más allá del hilo rojo [Libro 1]
FanfictionCandice White Ardlay está viviendo un sueño: luego de ser adoptada y descubrir la identidad secreta de su príncipe de la colina está trabajando de enfermera en la clínica que Albert construyó para ella y el Doctor Martin. También ayuda a la Srta. P...