En la intimidad de la cabaña en el bosque, tras el fugaz y casi fatal encuentro con el oso Candy y Albert se habían refugiado y abandonado al placer que les suponía disfrutar de su compañía mutua. Estaban tumbados sobre la hermosa alfombra de lana que él había comprado en Pakistán en uno de sus innumerables viajes por el mundo. El fuego crepitaba en el hogar y había una temperatura agradable, pese a la tormenta. El viento soplaba entre los árboles y desviaba las gotas de lluvia hacia el cristal de las ventanas que se estrellaban contra él con un suave y constante golpeteo.
Ella dio un respingo cuando sonó el primer trueno y se abrazó a Albert con fuerza. Sintió la calidad de su piel contra su pecho, su perfume almizclado y enterró la cabeza en su pecho. Sintiendo su calidez contra la frente, contra sus labios. Lo besó tímidamente, sintiendo cómo él se estremecía de placer.
—Oh Candy...— suspiró estrechándola fuertemente contra sí. Ella sonrió, ruborizándose, ocultando el calor de su rostro contra su piel. Realmente allí, en sus brazos se sentía segura, se sentía en casa.
Él había dejado que ella decidiera si quería continuar, pero ella no había sabido qué decirle. No era ninguna niña inocente: sabía que si se entregaba a él podría haber consecuencias y sería su primera vez. Un paso en falso como aquel, un error... Lo último que quería era dar un motivo más a los Ardlay para despreciarla aún más de lo que la despreciaban. La tía Elroy y los Lagan acabarían por echar por tierra su reputación, al insulto de ladrona ahora podrían añadir el de fresca y arribista.
Tampoco estaba segura de que él la quisiera para mantener una relación seria. No mientras hubiera rumores de que ya estaba prometido. Para más inri él todavía no había aclarado nada de este asunto. Seguía manteniendo sus reservas.
En ese punto, se puso a horcajadas encima de él. Lo tomó de ambas muñecas y acercó su cara a la suya dispuesta a sacarle una respuesta satisfactoria. Albert se había ruborizado:
—Candy ¿Qué...? — preguntó sorprendido y comprender.
Candy pasó al ataque y le dio un beso, tan profundo, tan intenso que William perdió el aliento. El joven se incorporó de pronto, quedando los dos sentados a horcajadas y la atrajo hacia sí.
—Dios Santo...— Murmuró volviendo a besarla. Y ella le respondió, incapaz de contenerse de nuevo.
—Pequeñina, me vuelves loco...— Le susurró al oído apartándole los sedosos cabellos de la cara. Porque ciertamente, William Albert Ardlay había perdido la cabeza por completo. Ella sintió cómo se le erizaban todos los poros de la piel por el intenso placer que sintió al escuchar esas palabras, con su profunda voz tan cerca de sus oídos. Su suave aliento la quemaba.
Afuera la tormenta arreciaba. Sonó el primer trueno y la joven se sobresaltó, abrazándolo con fuerza. Miró hacia la ventana, fuertes ráfagas de viento golpeaban los cristales y la lluvia inclemente caía incesante, intensa, en el bosque. Cuando era niña, la primera vez que visitó la cabaña le había parecido estar en un país de las hadas. Pero ahora mismo, el calor de aquel refugio en el bosque le hablaba de una promesa de amor, le hablaba de hogar.
Tenía que sobreponerse a sus sentimientos. Lo que estaba haciendo, lo que quería hacer no era inteligente. Era una locura, una imprudencia. Había perdido totalmente el hilo de sus pensamientos se había alejado totalmente de su intención inicial; quería preguntarle, pero tenía miedo de saber la respuesta.
—Candy... ¿Te pasa algo? — preguntó el joven inquieto por la expresión seria que había adoptado su rostro. Candy había aflojado su abrazo y él la sujetaba suavemente por los hombros. La miraba con intensidad.
Aunque el deseo por poseerla era vivo, Albert supo que había algo que no estaba bien con Candy, lo podía leer en la profundidad de sus ojos, en la expresión de su adorable rostro y no quería aprovecharse de ella, de su vulnerabilidad. Tuvo que apartar la idea de enseñarle aspectos de las artes amatorias que se apartaban del peligro que conllevaba consumar su unión. Así que, sonrió y golpeó suavemente con la palma de la mano el suelo cubierto por la alfombra para indicarle que se sentara a su lado. Ella dejó de lado sus reservas y suspiró. Era tan difícil no caer rendida a sus pies y perderse en él, perderse en su cuerpo. ¿Por qué las cosas no eran más sencillas?
—Bueno, no te quedes callada. Dime ¿Qué te preocupa? — preguntó él mirándola fijamente.
—Albert ¿Quién es esa Vanessa Higgins y por qué todo el mundo cree que estáis comprometidos? — le preguntó finalmente Candy con el corazón en vilo, temiendo su respuesta.
—No puedo contarte mucho, no por ahora Candy. Deberás confiar en mí. Pero te puedo decir que sigo soltero, no tengo ningún compromiso y ella sólo es una amiga que trabaja para mí — respondió mirándola con seriedad.
—Pero, entonces ¿Por qué apareciste con ella del brazo en la fiesta? Todo el mundo se os quedó mirando embobados. Venía vestida de gala y además llevaba un anillo de compromiso en el dedo. — Increpó ella al borde de las lágrimas.
William suspiró. No había previsto aquella reacción y quería consolarla:
— Candy, vamos. No llores, ella trabaja para mí. Es lo único que debes saber — afirmó con suavidad Albert sosteniéndole dulcemente la barbilla.
Sus ojos le pedían paciencia. Pero ella no podía evitar sentir que no estaba siendo justo. Ella había cumplido con su promesa de compartir con él sus penas y alegrías desde que se lo propusiera aquella tarde. Tras el maravilloso paseo en coche hasta aquel lugar que se parecía a la colina de Pony.
—Sabes que tus lágrimas me afectan, Candy. Pero también es absolutamente necesario que confíes en mí. No puedo darte más información al respecto. Te prometo que lo sabrás en su debido momento — aseguró él con firmeza y convicción. Era una promesa.
— ¿Qué estabais haciendo en la biblioteca? No parecíais tener una reunión de trabajo. — murmuró insistente ella todavía más molesta. Se cruzó de brazos, de pronto empezó a tener frío.
—Sólo confía en mí...por favor — insistió él conciliador.
Se levantó del suelo, el rumor apagado de sus pies descalzos se disipó en la pequeña estancia. Luego vino con una vieja camisa y se la puso. También le había traído a ella la parte de arriba de un viejo pijama suyo y se lo dio para que se abrigara. Candy, murmuró una palabra de agradecimiento, se lo puso y ocultó sus lágrimas.
—Bien, creo que es mejor que dejemos este tema para otro momento. Ya ha oscurecido. Te prepararé una sopa caliente, Candy. Hay algunas provisiones más en la despensa. Haré la cena y mañana verás las cosas de otra manera — dijo dando por zanjado el asunto.
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Más allá del hilo rojo [Libro 1]
FanfictionCandice White Ardlay está viviendo un sueño: luego de ser adoptada y descubrir la identidad secreta de su príncipe de la colina está trabajando de enfermera en la clínica que Albert construyó para ella y el Doctor Martin. También ayuda a la Srta. P...