Candice White Ardlay está viviendo un sueño: luego de ser adoptada y descubrir la identidad secreta de su príncipe de la colina está trabajando de enfermera en la clínica que Albert construyó para ella y el Doctor Martin. También ayuda a la Srta. P...
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Una templada y hermosa noche de mayo la joven Ellie Wilkings, aprovechando que los señores dormían, decidió llevarse a la niña que dormía en su cuna en la habitación contigua a la de sus padres. Lo tenía todo dispuesto. La niñita no protestó cuando la vistió con un viejo pijama de bebe y la envolvió en unas mantas usadas que había intercambiado por las suyas a una mujer en la calle, durante uno de sus paseos de la tarde.
La mujer que le había hecho aquel favor había hablado con ella y le había confesado que no podía mantener a sus cuatro hijos. Y que seguramente, tendría que dejar en el Hogar de Pony a la más pequeña, que cargaba a la espalda. Porque tanto la paga de su marido como lo que ella ganaba con su trabajo no daba para mucho más. Ellie se compadeció de la pobre madre, pero decidió que podría sacar partido de la situación. Así que le dijo que podía quedarse con la ropa de la bebé que cuidaba y a cambio sólo quería que le entregase la manta y la ropa desgastada de su hija. Así lo convinieron. La mujer estaba agradecida por la generosidad de la niñera y Ellie, sintió que su plan iba tomando forma.
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Un par de noches después, con la hija de los Bennet vestida con aquel pijama desgastado, envuelta en una manta raída por el uso aprovechó la oscuridad de la noche para tomar un tren que la llevaría al pueblecito donde se localizaba el Hogar de Pony.
Sabía por la mujer con la que había intercambiado la ropa que en aquel lugar los niños tenían una oportunidad de salir adelante pues las dos mujeres que lo regentaban eran buenas personas. Ellie no quería que la niña pasara necesidades: no era ningún monstruo. Pero, era el instrumento que utilizaría para hacer pagar a los Bennet su arrogancia. Era un justo castigo por la humillación sufrida después de que el joven Adam la rechazara de aquella manera. Ella lo veneraba y no se merecía aquel trato, después de todo lo que había hecho por él. Le caían lágrimas de indignación mientras tomaba todos sus ahorros y se los guardaba bajo el corpiño. También se había hecho con un precioso broche de esmeraldas que la joven Alma no se solía poner. Aquello serviría para salir adelante mientras encontraba trabajo en otro lugar.
La oscuridad de la noche amparó su huida y ella se sonreía por su audacia. Pronto localizó un coche de caballos y se dirigió a la estación de tren. Tenía previsto hacer escala en el pueblecito donde se ubicaba el Hogar para los niños huérfanos y luego partiría con destino a Chicago. Después, pensaba ir hasta Boston, allí tenía algunos amigos que le podrían echar una mano mientras buscaba trabajo en otra casa.
Cuando ocupó su asiento en tercera clase, se sentó con el canastillo en brazos, miró a la hermosa niña y no pudo evitar sentir cierto remordimiento al alejarla de sus padres. Sintió compasión por la criatura, pero no por los Bennet. Ellos no sabían corresponder con la generosidad que Ellie se merecía y la niña no se merecía crecer en un hogar como aquel. En realidad, ella le estaba haciendo un favor a la criatura. Estaba segura de que la adoptarían unos padres mejores. Además, Dios no tenía por qué darles todo a unas familias y nada a otros.
Ella se sentía que era el brazo de la justicia, creado para repartir equidad en el mundo. Y así, ya sin ningún remordimiento Ellie sonreía satisfecha de su decisión. Saboreaba el momento en que Adam fuese a la habitación y descubriese que su adorada bebé ya no estaba.
También saboreaba el momento en que la aborrecida señora Bennet se diera cuenta de que la niña había desaparecido. ¿Le daría lo mismo? Casi seguro, después de la poca atención que le había prestado los últimos meses. En realidad, debería estarle agradecida por haber hecho desaparecer su molestia.
Miró a la criatura. Dormía plácidamente. Había apartado algo de leche para poder alimentarla durante el viaje. Llegarían en unas pocas horas...Ellie sintió de nuevo una punzada de remordimiento. Pero no dejó que este sentimiento la alejara de su plan de castigar a aquellos a quienes ella consideraba los culpables de su infelicidad.
Cuando llegó al pueblecito, no le tomó mucho tiempo encontrar un lugar donde pasar la noche. Por la mañana, muy temprano dejaría a la bebé ante la puerta del orfanato amparada en la discreción de las primeras luces del amanecer. No quería que la descubrieran, ni quería dar explicaciones que no estaba dispuesta a compartir.
La niña no le dio problemas el resto de la jornada. Tomó su ración de leche y la joven la acunó hasta que se durmió de nuevo. Era buena, tranquila. Hermosa como su padre...también tenía de su madre un precioso cabello rubio. Y Ellie lloró porque habría deseado que fuese suya. Lloró porque la había estado cuidando durante meses mientras su madre, amparada en su egoísta depresión la ignoraba. La niñera sabía que no podría ocuparse de ella sin tener que responder a preguntas embarazosas y tampoco quería que su padre, diese con ella.
Antes del amanecer muy temprano, hizo parar el carro de un granjero que pasaba por allí y le suplicó con falsas lágrimas en los ojos que las acercase al Hogar de Pony. El hombre, de mediana edad y de aspecto fatigado acabó compadeciéndose de ella, no hizo preguntas y accedió a llevarlas. Ella no dio ninguna explicación pues entendió que el hombre pensaba que aquel bebe era su hija, que la iba a dejar en el Hogar y que ella ya tenía suficiente con su pena.
Cuando llegó, las primeras luces del amanecer iluminaban el hermoso paisaje de los terrenos del señor Cartridge. Ellie respiró el aire puro del campo, sonrió al hombre con gratitud y una vez se hubo apeado del vehículo, vio a lo lejos la figura de otra joven que dejaba una canasta a la puerta del Hogar.
" Ella se ve obligada a dejar a su criatura sola en el mundo", pensó.
A medida que se fue acercando, vio que era una joven muy hermosa, aunque su aspecto estaba muy desmejorado. Tenía el rubio cabello atado con una cinta y andaba como si no pudiera sostenerse. Aquella joven, ignoró a Ellie como si no existiera cuando pasó por su lado, como si estuviera sonámbula. Luego miró por última vez hacia donde había dejado la canastilla con su bebé y lloró amargamente. Su desolada expresión, dejó muda a la muchacha cuando entendió que se trataba realmente de una joven madre que se veía obligada a abandonar a lo que más quería en el mundo a la puerta de una casa que le era ajena. Pasó a su lado, sin mirarla si quiera, con la expresión de quien está roto por dentro.
La joven Ellie permaneció impasible, pese a todo. El sufrimiento de aquella joven madre no conmovió en absoluto su frio corazón. Ya había tomado su decisión y ya era demasiado tarde para arrepentirse y ciertamente, podrían condenarla por robo y por intento de secuestro si daba marcha atrás. Ella iba a castigar a quienes la habían humillado, lo sentía por la niña, pero su destino ya estaba trazado.
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