Capítulo 88: África

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Tanzania, 1913

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Tanzania, 1913.

La joven enfermera miró con desconcierto a aquel hombre de barba y cabello castaño claro que llevaba aquel sucio petate a la espalda. Llevaba puestas gafas de sol y parecía cansado. Le habían dicho que pronto se incorporaría al equipo un nuevo médico en prácticas. Lo agradecía porque andaban escasos de profesionales cualificados y aquello era mejor que nada.

No todo el mundo estaba dispuesto a prestar ayuda a aquellas gentes. Muchos de ellos morían por seguir los consejos y remedios del chamán del pueblo. La medicina occidental era vista como una amenaza a su poder e influencia sobre la tribu y ellos se encargaban de difundir rumores falsos acerca de la supuesta ineficacia de los tratamientos occidentales con el fin de conservar el control sobre la población; que supersticiosa, con firmes creencias en la magia ancestral y poco o nulo conocimiento de la verdadera naturaleza de las enfermedades, recelaba de los tratamientos médicos de aquellas personas blancas. Por eso era habitual que fueran recibidos con desconfianza y recelo.

Pero la enfermedad estaba haciendo estragos. Mucha gente enfermaba y otros morían. Dejando detrás suyo desolación, tristeza y más miseria.

—La culpa es del hijo de Hawa...ese niño es un brujo. Sólo hay que observar cómo se mueve...— Había concluido el chamán, que lo había observado jugar con otros niños.

Si había algo de lo que era culpable Lázaro era de tener una sorprendente forma física, agilidad y un innato sentido del ritmo que tanto maravillaba a niños que intentaban emularlo, como también a los adultos.

Hasta que el chamán decidió echarle la culpa de la enfermedad a él.

Olivia Johnson, enfermera voluntaria de veinte años y natural de Minnesota había descubierto que la turba lo había atado a una acacia por la tarde, con la esperanza de que algún animal salvaje lo devorara. De esta manera los lugareños, confiaban en detener los estragos que la viruela estaba ocasionando en la aldea.

La joven, horrorizada, sin creer que alguien pudiera ser capaz de hacerle eso a un semejante lo había podido liberar cortando las ligaduras con un cuchillo. El niño presentaba síntomas deshidratación y una fuerte contusión en la frente. Por suerte, no pesaba mucho y lo pudo llevar enseguida al campamento.

Lázaro había estado a punto de morir a manos de su propia gente, según contaría más tarde entre lágrimas. Su propia familia lo había repudiado y ahora se encontraba abandonado a su suerte. Sólo tenía ocho años. Y Olivia lloró amargamente.

Ella formaba parte del equipo de voluntarios de la cruz roja que estaban allí para evitar en lo posible que la enfermedad y la muerte masacrase a la población. Era su vocación y su vida. Llevaba casi un año allí. Y había visto y vivido muchas cosas.

Pero nada como aquello.

Se sentía frustrada tras intentar sin mucho éxito que las campañas de vacunación calasen entre la población autóctona. Aunque contaban con la ayuda de los traductores, era difícil superar los recelos de una sociedad anclada en tradiciones ancestrales. Los chamanes, sentían peligrar su estatus dentro de la comunidad y creaban campañas de desinformación que polarizaban a la población llevándolos a acometer los más crueles castigos contra aquellos que consideraban culpables de la enfermedad o de la muerte de sus animales domésticos, fuentes básicas de sustento para las familias. Y los niños eran su chivo expiatorio favorito.

Más allá del hilo rojo [Libro 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora