Candice White Ardlay está viviendo un sueño: luego de ser adoptada y descubrir la identidad secreta de su príncipe de la colina está trabajando de enfermera en la clínica que Albert construyó para ella y el Doctor Martin. También ayuda a la Srta. P...
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Chicago, otoño 1916.
En un hermoso e imponente edificio de cuatro plantas, construido después del incendio que había asolado Chicago en 1871 Vanessa tenía su despacho de detectives: Higgins & Asociados. Aceptaba casos particulares, pero trabajaba fundamentalmente para el bufete de abogados que tenían contratado los Ardlay para llevar sus asuntos legales. Y dada la magnitud del holding empresarial Ardlay, eran muchos y muy diversos.
En algunas ocasiones, tenía que investigar asuntos relacionados con la competencia desleal, empleados desleales, venta de información privilegiada, evitar el espionaje industrial, recabar información útil y relevante para poder ganar los casos que los abogados de la casa Ardlay llevaban...pero nunca el propio William en persona le había pedido nada de naturaleza tan personal y urgente. Ya llevaba implicada en aquel caso mucho tiempo y eso que estaba trabajando codo a codo junto con su hombre de confianza: Georges Villiers.
Aquella mañana de otoño William había acudido a la reunión puntual y pulcramente vestido, con traje de chaqueta negro, blanca camisa y corbata de seda gris con un hermoso alfiler de zafiros. Las ojeras traicionaban su estado de ánimo y no se había afeitado, aunque estaba pulcramente peinado y aseado. Ella que lo conocía desde la universidad, se preocupó. Apartó un montón de papeles desordenados que estaban sobre la silla de las visitas y le pidió que se sentara.
Desde el inicio de sus pesquisas Vanessa y Georges habían iniciado una agotadora y maratoniana sesión que los había llevado meses de investigaciones y duro trabajo. En la biblioteca de la residencia Ardlay durante la fiesta de final de la estación sólo le pudo decir algunas cosas que tenía seguras y tras reunirse con Georges en Boston ya tenían la confirmación de la identidad de padres de Annie y también casi con toda seguridad podían confirmar la de la madre de Candy. Por eso fue tan necesario concertar una reunión con las dos mujeres que las habían recogido de bebés.
—¿Un café? — le preguntó mirando hacia la secretaria que se había quedado mirando embobada a William.
—No, gracias— dijo el joven con la voz cansada.
—Georges me dijo que ibas a pasar en Lakewood unos días — le preguntó Vanessa preocupada.
—Si, y así fue...— suspiró William.
—Cecily por favor, cierra la puerta y que nadie nos moleste— ordenó a la chica que se recolocó sus gafas al tiempo que le dedicaba al joven una mirada de total y completo arrobamiento.
Ella suspiró e hizo lo que se le pedía. Vanessa sonrió y meneó la cabeza. Aquella chica no tenía remedio. Siempre que venía el Sr. Ardlay hacía lo mismo.
La joven se alisó la falda y se recolocó la blusa de encaje de mangas de farol que llevaba puestas aquel día, sacó el lápiz con el que había amañado un improvisado recogido de pelo y se lo quedó mirando interrogante, con él en la boca. Un antiguo anillo de brillantes en su anular izquierdo llamó la atención de William; estaba seguro de que lo llevaba puesto en la fiesta.