Capítulo 36: Un deseo, un suspiro

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Tras la comida Candy se sentía tan emocionada que no podía pensar con claridad

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Tras la comida Candy se sentía tan emocionada que no podía pensar con claridad. Realmente todo había ocurrido tal y como ella había supuesto que sucedería desde un principio. Gilbert y Stair no pararon de hablar, desde el preciso instante en que se produjeron las presentaciones. Para su desgracia no entendía ni una palabra de lo estaban diciendo. El Doctor Martin se limitaba a sonreír y a pedirle algo de alcohol a la Señorita Pony. Ella se compadeció de él y le sirvió un licor casero. Candy se rio. Pero sentía que ya no tenía mucho que hacer allí, así que pensó que lo mejor que podía hacer era subir a la colina de Pony para tomar el aire.

Candy se alegraba de que congeniaran tan bien y su corazón se sentía ligero. Ciertamente aquellos dos chicos se iban a hacer mucho bien el uno al otro. Jimmy le había preguntado que a dónde iba y si podía acompañarla, pero ella le había revuelto el cabello y le había dicho que necesitaba estar sola.

La hermana Lane y la Señorita Pony lo acompañaron para darle un chocolate caliente. Todos los niños empezaron a pedir su ración y tanto Stair como Gilbert se apresuraron a ayudar a servirlo entre risas. Ellos le preguntaron con la mirada si le apetecía, pero Candy negó con la cabeza. Y les dijo que se iba a pasear, que no la esperaran porque necesitaba despejar la mente.

El aire del bosque entraba en sus pulmones. Distinguía entre la pinaza hongos de diversos colores y formas y piñas caídas. Podía ver a las ardillas recogiendo afanadas los frutos del otoño. Los animales se preparaban para pasar el invierno. Se sentía en paz. El ciclo de la vida continuaba y ella ya no sentía el pesar del cambio de esta estación como antes. No sufría por la caída de los pétalos de las rosas, porque en aquellos momentos, en aquella estación era Albert y no Anthony quien la había besado. Era su príncipe, aquel chico del que Anthony le quería hablar pocos instantes antes del accidente. Ya no sentía la tristeza del otoño desgarrando su corazón, porque la vida había vuelto a él. Otoño había significado una pérdida para Candy, pero ahora también significaba hallazgo.

Albert...sus besos, se tocó los labios. Todo le había venido de nuevo a la mente. Necesitaba respirar el aire fresco del bosque. Aspirar su perfume, a pino, a frutos maduros, a vida.

Qué bonito se veía todo, pensó mientras observaba el edificio del Hogar de Pony recién remodelado. Se tumbó en la hierba y se sintió transportada a aquel día en que William le reveló que él era el muchacho que la había encontrado aquel día, a aquel momento en que había estado a punto de besarla. Sacó la cadena con la cruz de la Señorita Pony y el broche de Albert y los miró con detenimiento a la luz del sol: refugian. Siempre se había sentido protegida por ellos.

— Albert ... William Albert Ardlay — suspiró en voz alta.

Y le respondió el viento en las copas de los árboles. Se le ocurrió buscarlo, quizá estuviera en la cabaña del bosque. Ojalá estuviera allí, pensó esperanzada. Observó los árboles. Escogió uno de los mejores para trepar y se decidió. Haría honor al sobrenombre que le había puesto Terry en su etapa en el Saint Paul School y se lanzó al ataque. Uno, dos, tres... la Señorita Tarzán fue saltando de un árbol a otro hasta llegar a un claro del bosque. Saltó al suelo con agilidad y se sacudió el vestido. Se sonrió, estaba roto. Desde luego que los vestidos de las damas no estaban hechos para trepar.

Su cuerpo ágil aún no había perdido la forma, ni el tono muscular. Se colocó la falda que se había desgarrado por un lado y se colocó el escote que tampoco había salido bien parado. El cabello se le había desordenado, pero le daba igual. Candy necesitaba ver a Albert, quería verlo enseguida. El bosque estaba en silencio. Sólo acertaba a oír el sonido de las ramas crujiendo por la brisa que se colaba entre ellas. Fue cuando oyó aquel sonido. Eran unos golpes secos.

Enseguida reconoció el sonido de un hacha. Parecía que había alguien cortando leña. Intrigada siguió el sonido hasta que este se hizo más cercano. Alguien estaba cortando la madera con fuerza. Candy se fue acercando hasta dar con la fuente. Sabía que estaba cerca de la cabaña del bosque donde Albert se solía refugiar con sus animales. Su corazón latía aceleradamente. Pronto distinguió la figura de un hombre rubio, con el torso desnudo que cortaba leña con sorprendente destreza.

— ¡Oh, Albert! Así que te refugiabas aquí — susurró.

Ella contuvo la respiración y se fue acercando, incapaz de romper aquella especie de hechizo. Él todavía no se había percatado de su presencia y seguía absorto, cortando un tronco tras otro. Apilando la madera en montones ordenados a la entrada de la cabaña del bosque que ella conocía tan bien. Candy se quedó embobada mirándolo a poca distancia con la fascinación de una chiquilla, oculta tras un tronco, con el corazón a punto de salírsele del pecho. Nunca lo había visto tan atractivo, tan perturbador. Los músculos se le marcaban en el torso bronceado por el sol y el sudor le resbalaba por los pectorales cubiertos por un fino vello dorado. Cada vez que se agachaba a recoger un tronco, Candy contenía la respiración al ver sus abdominales marcados y la fina línea de vello oscuro en su vientre que desaparecía debajo de la cintura del pantalón. Llevaba un viejo jean de trabajo, roto, desgastado que nunca le había visto puesto. Y era excitante, hermoso, sexy...se quedó muda, incapaz de salir de su escondite.

—Candy...te he visto. ¿Quieres salir de ahí detrás? — le dijo él soltando una carcajada.

Ella salió. No sabía qué, ni a dónde mirar. Se sentía como si la hubiesen sorprendido intentando robar algo.

—Ven aquí ¿Quieres? — dijo Albert abriendo los brazos.

Candy, tras un momento de duda se arrojó a sus brazos. Y Albert, la abrazó con fuerza, la levantó en vilo y la volteó riendo. Se quitó los guantes y le quitó de los dorados cabellos una ramita.

—¿Se puede saber de dónde sales? — le preguntó divertido.

—Del bosque, pensé que debía encontrarte...necesitaba verte — confesó mirándolo sin aliento.

Ella le sonrió y en ese momento Albert entrecerró sus azules ojos. Su rubio cabello despeinado le cubría la frente húmeda por el sudor. Llevaba varios días sin afeitarse. Una suave barba oscura le cubría el rostro, su mirada era profunda, intensa.

—Candy...— suspiró tomando su hermosa cara entre las manos.

Sus ojos ya no sonreían y había en ellos más, mucho más. Candy lo miró con aquellos ojos esmeralda conteniendo la respiración. En ese momento William, acercó lentamente sus labios a los de la joven, mirándola dulcemente, como si quisiera desaparecer en ellos y la besó desesperada y apasionadamente.

—Candy, Candy, Candy...— susurró Albert en sus oídos apartando dulcemente sus cabellos, mientras la besaba por el cuello. La joven respondía con la misma intensidad incapaz de contener sus emociones, un deseo salvaje se fue apoderando de ella. El escote del vestido estaba desgarrado y Albert acarició con suavidad aquel trozo de piel. Luego la besó y la miró a los ojos. Había fuego en ellos. Y Candy tragó saliva incapaz de creer lo que estaba sucediendo.

 Y Candy tragó saliva incapaz de creer lo que estaba sucediendo

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Más allá del hilo rojo [Libro 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora