Candice White Ardlay está viviendo un sueño: luego de ser adoptada y descubrir la identidad secreta de su príncipe de la colina está trabajando de enfermera en la clínica que Albert construyó para ella y el Doctor Martin. También ayuda a la Srta. P...
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Cuando el señor William Albert Ardlay le preguntó si quería asistir a la reunión de la señora Marborough y del señor Archer, Georges declinó amablemente la invitación. Estaba seguro de que Vanessa podría arreglárselas perfectamente. En aquella reunión, se iba a confirmar si aquel Scott Archer, el socio del señor William, era el antiguo amante de Clarice D. Bruce alias señora Dana Marborough. Confiaba en que se tratara del padre de la señorita Candy y que no tuvieran que seguir buscando.
El trabajo que habían llevado a cabo los había llevado muchos meses y también habían tenido que invertir bastante dinero para poder sufragar los gastos.
Después de asistir a la triste agonía de Ellie Wilkings en aquel horrible hospicio para pobres de Boston, tuvieron que compartir habitación doble en el hotel porque se habían quedado sin habitaciones individuales.
Él se sintió incómodo, pero a ella no le importó. Era una dama cuanto menos audaz y peculiar. Georges ante todo era un caballero, así que decidió dormir en el suelo y ella en la cama. Pero no pudo dormir. Pensaba en ella. En lo hermosa que era.
Su flamígera cabellera lo tenía atrapado y pensaba en la fiereza en sus ojos; su determinación y arrojo hacían juego con su belleza.
Pensaba en cómo había evolucionado desde sus tiempos de estudiante y suspiró cerrando los ojos. Había aprendido Jiu Jitsu y también sabía otras técnicas de judo y defensa personal gracias a él. No era una dama indefensa, ciertamente.
Le había sorprendido que su talento para las leyes lo hubiera dirigido hacia la investigación privada. Estaba seguro de que cualquier bufete de los que trabajaban para la familia Ardlay la hubiesen contratado. Pero esta profesión tampoco se le daba mal.
Se había sentido cautivado por ella desde el primer momento en que la conoció. Sólo había habido otra persona en su vida que le hubiera hecho sentirse de la misma manera: Rosemary, la hermana del señor William. Recordaba bien el día que la vio correteando por los Campos Elíseos en París, hacía ya una eternidad. Y creyó ver en aquellos momentos a un hada del bosque, a una criatura sobrenatural con su cascada de dorados cabellos brillando al sol. Aquel encuentro, le había cambiado la vida.
Se preguntaba que habría sido de su amigo Louis Dubois, que había compartido con él la vida en las calles y mentalmente le pidió perdón por haberse ido sin despedirse de él. No tuvo valor. Las calles eran tan duras que la oportunidad que le ofreció el señor Ardlay le había parecido irrepetible y temía que si se lo decía a Louis le habría dado problemas. Tampoco quería hacerle daño, no podía decirle que lo abandonaba. Y ese sentimiento de culpa, no lo había dejado nunca. Esperaba que aquel niño de las calles hubiese cumplido su sueño y rezaba por él y también rogaba a Dios por su perdón.