7. El sitio de mi recreo (Antonio Vega)

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DAVID

Tardé unos días en asimilar que Scarlett había hecho todo lo posible para que no pudiese volver a Nueva York de ninguna forma. Juro que, en momentos (no tan) puntuales, llegué a odiarla desde lo más profundo de mis entrañas, especialmente cuando comenzó a enviar al buzón de voz todas mis llamadas:

- ¡Hola! ¡Soy Scarlett! Ahora mismo no puedo atenderte, pero puedes dejarme un mensaje después de la señal para que te llame pronto. ¡Besitos!

Había escuchado el discurso del contestador en tantas ocasiones a lo largo de aquella tortura que ya había acabado aprendiéndomelo de memoria. Incluso yo mismo había diseñado mis propios tipos de contestaciones.

La amable: "Ey, Scarlett, ¿cómo te va? Hace ya varios días que no sé de ti. ¿Todo bien? Llámame cuando puedas para hablar de lo de la solicitud, por favor. Un beso".

La desesperada: "Scarlett, por favor, no aguanto aquí ni un triste día más. Cógeme el teléfono o dime al menos qué puedo hacer para volver a la universidad".

Y, cómo no, la furiosa: "¡¡Scarlett!! ¿Quieres hacer el favor de cogerme el teléfono de una puta vez? ¿Quién te crees que eres para montar esta película? Como en dos días sigas sin dar señales de vida, te juro que me presento en Nueva York y vendo el apartamento. Lo que has oído. Lo vendo, Scarlett, con un lazo a juego y todo".

Obviamente no iba a vender el apartamento del que compartíamos los gastos a partes iguales y no me sentí bien contándole aquel farol, pero fue lo único que consiguió que me devolviese la llamada unas horas después. Confieso que pensé en no cogérselo, hacerme el chulo durante unos minutos y devolverle el sufrimiento, pero no fui capaz y descolgué casi al instante.

- No puedes estar hablando en serio, ¿verdad? –su voz sonaba entrecortada al otro lado de la línea.

- Pues claro que no. Aunque lleve el nombre de mis padres, ese piso es tan tuyo como mío, ¿recuerdas? –escuché como dejaba escapar una bocanada de aire y me tensé un poco-. Siento haberte asustado, pero me has hecho una liada bien gorda.

- Joder, ya lo sé, perdón –podía imaginármela pasándose las manos por la cara-. Fue un impulso. Ya sabes cómo funciono. Y...no sé, David, igual la manera no ha sido la correcta, así a la falsa, pero creo de verdad que es lo que necesitas ahora mismo.

Resoplé y me dejé caer encima de la alfombra de mi cuarto, con las piernas cruzadas.

- No sé si es lo que necesito, pero no va a quedarme más remedio. He estado hablando con la universidad y no me aseguran una matrícula antes de los exámenes. No hay más que hacer.

Otra bocanada de aire al otro lado.

- Igual piensas que soy idiota, pero si te sientes muy presionado siempre puedes volver y seguir las clases online desde aquí.

- No voy a volver, Scarlett –me pegué un poco más al suelo al decirlo en voz alta, como si no hubiese sido una realidad hasta haberlo pronunciado-. Aunque sea lo que más me apetece en el mundo, no voy a hacerlo. Necesitaba regresar a Nueva York para recuperar mi vida, pero si me marcho ahora es como si la estuviese viviendo a medias, ¿lo entiendes? Encerrado en casa, asistiendo a clase a través de un ordenador...

Supe que no le costaría comprenderlo porque, a fin de cuentas, si había hecho aquello era porque pensaba lo mismo. Habitualmente, cuando la vida nos desafía ante una situación complicada, creemos que lo mejor es escapar por la puerta de atrás, como podamos, evitando el dolor para ponernos a salvo de la forma más sencilla. Puede funcionar, pero no es el camino correcto. A veces necesitamos que alguien nos haga ver el otro sendero, ese que solemos no coger porque atraviesa las entrañas más profundas del problema. Es un camino más largo, más tortuoso y duro, pero es el único que realmente nos llevará al otro lado del socavón y nos permitirá seguir avanzando. Scarlett estaba viéndome sortearlo y había hecho lo que le había parecido mejor: empujarme a él de cabeza, conmigo mismo como único salvavidas al que aferrarme.

El momento perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora