39. Cero (Dani Martín)

14 7 0
                                    

DAVID

- ¿Recuerdas la conversación que tuvimos la noche en la que nos conocimos? Cuando te dije que no volvería al pasado por miedo a cambiar algo de lo que tengo realmente –asentí y María se mordió el labio, pensativa-. Ahora mismo estoy replanteándomelo muy seriamente.

Negué con la cabeza y me incorporé un poco en el sofá para verla mejor. Sus ojos volaron también hacia los míos, aún un poco vidriosos después del derrumbe que había sufrido cuando Itzan se perdió escaleras abajo. Durante los minutos que estuvo acurrucada con la cara oculta contra mi pecho, dejando salir todo el dolor que ese imbécil había sembrado en su interior a lo largo de todos aquellos meses, yo mismo tuve ganas de echarme a llorar. Había decidido bajar la basura por las escaleras al escuchar los gritos y me hervía la sangre solo de pensar en lo que habría podido suceder de no haber sido así.

María era un ángel caído del cielo. Se me partía el alma al verla tan frágil, tan vulnerable por culpa de alguien como Santana, que sabía de empatía y amor lo mismo que yo de gestión emocional.

- No estarás pensando en lo que creo que estás pensando –advertí.

- No volvería con él –adivinó-. Pero sí que haría las cosas de forma distinta. Escaparía corriendo en cuanto viese relucir los dientes del lobo en lugar de meterme de lleno en la boca, por ejemplo.

- Sería una buena idea si no fuese en contra de tus principios. Ahora duele, pero acabarás sacando algo positivo de todo esto.

- No me gusta esa frase. Es de taza de desayuno –resopló y sacudió la cabeza, pensativa. Estaba tumbada del revés, con los pies apoyados sobre el respaldo del sofá y los rizos que se escapaban del moño deshecho colgando, sin llegar a tocar el suelo. Parecía una niña esperando agotada a que llegase el día de Navidad-. ¿Por qué no es así de fácil, David? ¿No se supone que debería ser sencillo dejar atrás todo lo que nos hace daño?

- En teoría sí, pero en la práctica quizás no tanto. Si fuese así de fácil, no conoceríamos el peso del duelo, la incertidumbre que produce el no saber cuándo eso que nos atormenta tanto dejará de doler y el esfuerzo necesario para que eso suceda. Sería mucho más sencillo hacer el puzle sin esas tres piezas, pero estaría incompleto.

- No veo el problema en ello –respondió-. No reniego del dolor. Sé que muchas veces es necesario para abrir los ojos ante determinadas situaciones, pero podría durar un poco menos, ¿no crees? Una palmadita en la espalda y venga, a seguir con tu vida.

- Supongo que es relativo. Depende de cada persona y, sobre todo, de qué papel interpretaba en nuestra vida aquello que se marcha de ella. A veces, lo que más daño nos hace es el protagonista de nuestro centro de atención. Por mucho mal que nos produzca, se hace difícil reemplazar su lugar.

- Porque nos hizo felices en algún momento –completó con la mirada perdida-, o al menos nos hizo creer que lo éramos. Nos aferramos a ello porque tenemos la esperanza de que en algún momento vuelva a ser así.

- ¿Itzan te hizo feliz alguna vez? –pregunté.

- Sí, pero soy incapaz de recordar la última vez que me sentí completa cuando estaba a su lado. No podía seguir esperando. Es inútil intentar conservar algo que te perjudica solo por el hecho de que, muy de vez en cuando, te haga feliz.

- Has estado increíble.

- Estoy orgullosa de mí misma –esbozó una sonrisa pequeña, casi imperceptible, que provocó que la mía se ensanchase-. No lo he superado, pero ha sido un pasito importante. No estoy demasiado acostumbrada a decir las cosas que me molestan. No sé cómo he sido capaz de mandarlo a la mierda. Dios mío. ¡Lo he mandado a la mierda! –repitió abriendo mucho los ojos-. No me lo creo.

- Pues yo sí. Y me alegro mucho por ti.

Se incorporó ligeramente y tiró de mi brazo para que me colocase con ella boca abajo.

- Apareces siempre cuando más lo necesito, David. Todo está negro y ¡pum! Aprietas el botón de reinicio y me ayudas a colocar los pies en el suelo, bien sujetos de nuevo en la casilla de salida.

- Empezar de cero es mi especialidad –respondí con un hilo de voz-. El botón de reinicio siempre va a estar ahí cuando las cosas se pongan feas. Al final, son ellas quienes nos empujan a pulsarlo para verlo todo desde una nueva perspectiva –no dijo nada durante unos segundos y giré el rostro hacia ella para pillarla mirándome, con una sonrisa infinitamente más pronunciada-. ¿Qué pasa?

- Tengo la sensación de que no soy la única que está empezando de cero.

- Y no fallas. Ya te he dicho que es mi especialidad. Aunque esta vez sea distinta.

- ¿Por qué? –preguntó arrugando el ceño.

- Porque tú estás aquí para acompañarme, guindillita. Lo estamos haciendo juntos.

El momento perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora