14. Tú me dejaste de querer (C. Tangana)

37 9 0
                                    

MARÍA

La explanada situada detrás del teatro del pueblo era uno de los lugares más frecuentados por la gente de mi edad a la hora de hacer botellón. No tenía nada de especial, tan solo unas pocas escaleras donde sentarse y un suelo de granito lleno de pintadas de spray. Sin embargo, parecía motivo más que suficiente para que todos acudiésemos allí en algún punto de nuestra adolescencia.

¿Dónde va Vicente? Donde va la gente.

Los amigos de Itzan nos esperaban sentados en uno de los bancos situados en los laterales del teatro, cada uno con su propio vaso de tubo en la mano y con varias bolsas llenas de botellas bajo los pies.

- ¡Ya pensábamos que no venías! –exclamaron cuando vieron llegar a Itzan-. ¿Un ron cola?

Hizo amago de soltarme la mano para coger el vaso que le ofrecían, pero se la apreté más fuerte y lo fulminé con la mirada.

- Vamos a ver –carraspeó, intentando ponerse serio-. Me llamáis desesperados para que traiga a María porque os encontráis a una amiga suya tirada en la calle, ¿y ahora estáis aquí de botellón? –se miraron unos a otros sin saber bien qué responder-. ¿Dónde está ella?

- Creemos que en las escaleras de la explanada.

- ¿Cómo que creemos? –gruñí-. ¿La habéis dejado sola por ahí?

Jesús, un chaval con tanto exceso de dinero como de chulería, me miró esbozando una sonrisa cínica.

- Claro que no –respondió como si estuviese loca-. Ha venido un grupo de gente y nos han dicho que estaba con ellos.

- ¿Cómo que un grupo de gente? ¿Quiénes?

- Ay, chica, que pesada eres. Yo que sé. Serán amigos suyos.

Me mordí la lengua para no responderle y no faltarle al respeto, ni a él ni a mi propia educación.

- Vale, o sea que me hacéis venir hasta aquí para decirme que habéis dejado a mi amiga sola y borracha con un grupo de gente que ni conocéis. Sois la hostia.

Iba a levantarse del banco para contestarme, pero Itzan y su metro noventa se metieron delante y le hicieron volver a poner su culo en el asiento.

- A ver, que no estamos a estas horas de la noche para tonterías. ¿Sabéis dónde está la chica o no?

- ¡Que sí! En la explanada.

- Bueno, pues me voy –resolví intentando zanjar la conversación.

Toni, uno de los chicos con los que había entablado algo de relación el año anterior y que, a mi modo de ver, era el que menos cantidad de serrín tenía en la cabeza, se puso de pie a duras penas y me llenó las fosas nasales con su olor a ginebra y refresco de limón.

- Te acompañamos –se ofreció.

- Te lo agradezco, pero creo que prefiero ir sola.

Era mentira. Me estaba haciendo pis del susto. Pero ella y Toni habían salido juntos hacía un par de años y por lo menos hasta hacía un par de semanas aún no había sido capaz de superarlo. Lo último que necesitaba para rematar la noche era que él se le acercase acompañado de una amiga a la que ya no le hablaba.

Me despedí de ellos sin demasiado entusiasmo y caminé por la acera que rodeaba el teatro, abrazándome el cuerpo para intentar combatir el frío. Las voces y las risas que se escuchaban a lo lejos fueron haciéndose más nítidas conforme me acercaba a la explanada. Me estremecí un poco al darme cuenta de que eran, en su gran mayoría, voces masculinas, pero intenté tranquilizarme repitiéndome que Itzan y los demás estaban a tan solo unos metros. No corría peligro.

El momento perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora