72. No hay más que hablar (Morat)

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MARÍA

Los días posteriores al anuncio de la boda fueron un estrés constante, pero bonito. Mi hermano había encontrado en mi madre y en mí dos cómplices para ayudar a Tatiana con los preparativos, escaqueándose lo máximo posible del asunto. No eran demasiado compatible con el verano relajado que tenía en mente, pero organizar una boda en poco menos de dos meses era un desafío interesante, mucho más si uno de sus protagonistas era alguien a quien quería tanto.

Antes de que la ola de vestidos y tartas de tres pisos me envolviese por completo, reservé la tarde de aquel sábado de junio para ir a ver a David jugar la final de la Copa Regional. Después de tantas semanas en la sombra, hoy volvería a sentir la adrenalina que suponía jugar de nuevo un partido completo, y no veía mejor forma de mostrarle mi apoyo incondicional que sentándome a corear las canciones del equipo como una loca desde la grada.


María:

Muchísima suerte hoy.

Estaré coreando tu nombre como la que más.

¡Me he comprado hasta un tambor en el bazar de la esquina!

David:

Iba a darte las gracias, pero sólo si me prometes que lo del tambor es una broma.


Envié una foto de mi nueva adquisición a modo de respuesta. No estaba segura de que fuese a usarlo, pero su incredulidad era ya motivo más que suficiente para que la compra hubiese merecido la pena.

El equipo había contratado a una empresa de autobuses para facilitar el transporte de los aficionados a la ciudad, pero nosotras preferimos ir temprano, en nuestro propio coche, para aprovechar mejor el día.

El ambiente previo al partido fue increíble. El número de aficionados de ambos equipos estaba bastante proporcionado, pero nosotros parecíamos muchos más debido al entusiasmo que desprendíamos. Desde el minuto uno, todos coreamos las canciones a pleno pulmón, como si no hubiese un mañana.

Paradójicamente, cuando todo el mundo se vino aún más arriba al ver saltar a nuestros jugadores al terreno de juego, yo enmudecí de golpe, conteniendo la respiración. Todos mis sentidos se centraron únicamente en David, que caminaba liderando la fila, con la cabeza alta y expresión seria. Reconocí el brazalete de capitán de Itzan en su brazo derecho y me estremecí. Me alegraba mucho por David y por la oportunidad que se le había presentado, por supuesto, pero no dejaba de ser incómodo que se estuviese haciendo pasar por mi exnovio, aunque fuese solamente a nivel futbolístico.

Tras el pitido inicial, Gala me pasó el tambor y la euforia comenzó a apoderarse de mí de nuevo. Fue un partido bastante reñido en un primer momento. Sin embargo, aunque no me gustase reconocerlo, la ausencia de Itzan no tardó en hacerse notar con el paso de los minutos. Cuando el árbitro indicó la llegada del descanso, habíamos encajado ya dos goles en contra.

- No pinta muy bien... –comentó Gala mientras nos dirigíamos al baño.

- Aún pueden remontar –contesté-. O eso espero.

Desde que había vuelto, David se había implicado en el equipo como el que más. Sabía lo que suponía esta oportunidad para él y me apenaba pensar que un mal resultado pudiese hacerle recordar este día como un fracaso, eclipsando su propia victoria personal.

Mentiría si dijese que no había dedicado la mayor parte de mi tiempo a observarlo. Quizás, meses atrás, me hubiese avergonzado al reconocerlo, pero había alcanzado un punto en el que ya no me importaba. Ni siquiera cuando, entre risas, Gala y Ámbar comenzaron a bromear acerca del tema mientras continuábamos con nuestro camino hacia los aseos.

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