33. Fix you (Coldplay)

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DAVID

Me quedé en casa de María hasta bien entrada la noche. Era todo lo que necesitaba: confianza y comprensión. Fue capaz de escucharme hablar de lo mismo durante horas, sin forzarme a contar más de lo que estaba preparado para decir y sin juzgarme en ningún momento. Y lo más importante: seguía descifrándome con una facilidad asombrosa, como si fuese uno de esos juguetes para niños en los que tienes que meter cada pieza en la ranura de forma adecuada.

Somos humanos. Sentimos, vivimos y nos comportamos siguiendo los impulsos que brotan en lo más profundo de nosotros. Muchos de ellos nacen en favor de la autodefensa. Somos perfectamente capaces de sacar las garras cuando un peligro se aproxima a nosotros. Sin embargo, a veces nos vemos obligados a esconderlas y coger el camino más fácil, el que nos aleja directamente de todos esos sentimientos prejudiciales. Yo estaba eligiendo ese camino, alejándome del de Gisela; llevaba haciéndolo desde el día en el que todo explotó.

Me arrepentía. Quería deshacer lo caminado y elegir otro sendero, uno en el que fuese capaz de hacer frente a todo aquello que me atormentaba. El problema era que no sabía cómo hacerlo. Y eso me hacía sentir un auténtico cobarde.

...

El lunes me desperté bastante temprano. Scarlett me había enviado una buena tanda de apuntes y me apetecía pasarlos a limpio antes de ponerme a trabajar. Me levanté, me puse algo cómodo y me dirigí a la cocina después de pasar por el baño para lavarme un poco la cara. Juana me recibió con un plato de tostadas y un zumo natural.

- Buenos días, señorito David –saludó esbozando una sonrisa-. Escuché cómo subía la persiana hace un rato, así que supuse que le agradaría encontrarse algo para comer.

- No hacía falta, Juana. Muchas gracias.

- No tiene por qué darlas. Es mi trabajo.

- Tonterías. ¿Has desayunado?

- Sí, en mi propia casa. Se viene una semana algo dura y era necesario coger un poco de energía.

Levanté las cejas, sorprendido.

- ¿Una semana dura? ¿Y eso por qué?

Detuvo el movimiento del trapo con el que estaba limpiando la encimera de la cocina y se giró para mirarme.

- ¿No le han dicho nada sus padres? –preguntó con cautela.

- ¿Acerca de qué?

- De la visita de su abuelo.

Tosí escandalosamente al atragantarme con un trozo de tostada.

- ¿Mi abuelo va a venir? ¿Cuándo?

- La semana que viene. El miércoles, según me ha informado doña Milagros. Quiere tener la casa impecable para su llegada, por eso me ha avisado con tanta antelación.

Mi abuelo. Aquí. En casa.

Me terminé el desayuno en apenas unos segundos y me levanté estrepitosamente de la mesa, disculpándome. Atravesé el pasillo y llamé con los nudillos a la puerta del estudio de mi madre; creía recordar que no había bajado a la oficina ese día.

- David, cielo, pasa –dijo levantando la vista de la pantalla del ordenador-. ¿Va todo bien?

- ¿Por qué no me habíais dicho que venía el abuelo? –pregunté seco.

Suspiró y se quitó las gafas que usaba para trabajar.

- Tu padre me lo dijo ayer, después de cenar. Era una sorpresa –suspiré y ella frunció el ceño con preocupación-. ¿Por qué pones esa cara? ¿Te ha pasado algo con el abuelo?

El momento perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora