75. El fin del mundo (La La Love you ft. Axolotes Mexicanos)

14 5 0
                                    

DAVID

Hay algo realmente mágico en el hecho de hacer algo por alguien a quien quieres sin esperar nada a cambio, simplemente en razón de su propia felicidad. Me había pasado las últimas semanas organizando aquella fiesta sin tener la menor idea de cómo hacerlo, a quién invitar, de qué sabor pedir la tarta y otras florituras varias que Ámbar y compañía me ayudaron a solventar por el camino. Sin embargo, cuando esa misma noche volvieron a insistirme para que confesase mi parte de la autoría, mi posición continuó siendo inamovible. La calidez en el pecho que me proporcionaba ver a María disfrutar de aquella forma, rodeada de su gente, me hacía mucho más feliz que cualquier mérito que pudiese llevarme.

No conocía a demasiada gente, pero eso no impidió que me lo pasase como un enano. Los amigos de María no tardaron en acogerme y en hacerme partícipe del grupo como si fuese uno más. Bailé, reí, canté y, sobretodo, la miré una y otra vez con tanta ausencia de disimulo que temí que fuese a descubrirme de un momento a otro.

Lo hizo, por supuesto, pero en lugar de parecer incómoda se acercó hacia donde me encontraba, dando vueltas al ritmo de una canción que no conocía.

- ¿Te diviertes? –gritó por encima del volumen de la música.

- ¡Mucho! –exclamé levantando mi copa-. ¿Y tú?

- ¡Como nunca! –rio-. Me encantan las sorpresas, pero nunca había estado de este lado. Es un poco raro.

- Es lo que te mereces.

Dio un par de pasos hacia mí y me rodeó con los brazos, poniéndose de puntillas.

- Gracias –susurró contra mi oído-. Por esto y por todo lo demás.

Quise entrar en un pequeño debate acerca del significado de esto, pero fue imposible. Las primeras notas de una de sus canciones favoritas empezaron a sonar a todo volumen a través de los altavoces y a ella le sobraron milésimas de segundo para reconocerla, emocionada.

- ¡Me encanta esta canción! –gritó separándose, sin dejar de agarrarme del brazo-. ¡Ven! ¡Vamos a bailar!

- Guindillita...

No tuve elección. Me arrastró (casi de forma literal) al centro de la pista y empezó a girar sobre sí misma, agarrando mi mano con fuerza. A nuestro alrededor, todo el mundo se había rendido ya a los encantos de El fin del mundo, de La La Love you, cantándola con una fuerza suficiente como para tirar el local abajo si se lo propusiesen. Me dejé hacer y comencé a saltar con ella, dejándome llevar poco a poco por la ola de euforia que contagiaba. María seguía mis movimientos de cerca, muy cerca, tanto como para provocar que su olor a fresas con nata fuese a quedarse incrustado en la tela de mi camiseta durante las próximas horas.

Estábamos rodeados de gente, pero bailábamos completamente ajenos a todo, como si el mundo realmente fuese a acabarse. De haberlo hecho, creo que no habría querido compartir ese momento con alguien que no fuese ella.

La canción terminó y me encontré con sus ojos castaños centelleando a escasos centímetros de los míos. Siempre había pecado de cobarde con lo que realmente me importaba y aquella, por muy buena oportunidad que fuese, no iba a ser una excepción. Así que, en lugar de acortar aún más la escasa distancia que nos separaba, el miedo me obligó a alargarla un par de dolorosos centímetros.

- Tengo algo para ti –carraspeé.

Su mirada se arrugó durante un instante.

- No se te habrá ocurrido comprarme un regalo... -amenazó.

- ¡Claro que no! –exclamé-. Son dos.

El suspiro de alivio que había dejado escapar con la primera de mis respuestas se convirtió de pronto en una colleja.

El momento perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora