MARÍA
Aceptar la propuesta de David fue algo que el cuerpo me pidió por puro instinto. Un impulso que silenció a la vocecita que asomaba en un rincón de mi cabeza: "No lo hagas. Te vas a pillar".
No podía no hacerlo. Aunque supiese que aquello era producto de las circunstancias de ambos y del alcohol, quería descubrir qué se escondía detrás de la fachada que me había atraído durante tantos años. Limar hasta poder vislumbrar algún detalle, alguna impureza. Algo que me hiciese bajarlo de aquel pedestal y que me permitiese verlo como una persona normal.
Comenzamos a caminar en silencio por las calles del pueblo, sin un rumbo demasiado fijo. No recuerdo bien de qué hablamos durante los primeros minutos, supongo que de algo relacionado con la absurda apuesta en la que acabábamos de meternos. Mientras tanto, saqué el teléfono del bolso y envié un audio al grupo de amigos avisando de que me había surgido algo y me iba a "casa". No es que quisiese ocultarlo, pero sabía que comenzarían a pensar cosas que no son y no quería sentirme incómoda. Ya había tenido bastante por aquella noche.
Desde que David había aparecido sentado en aquel portal, todo había sido un poco más fácil. Más ligero. Era una sensación extraña. No había hecho ningún tipo de pregunta sobre mi situación y, aunque por una parte lo había agradecido, estaba segura de que no me habría importado hablar con él del tema. Me hacía sentir cómoda, como si llevásemos conociéndonos media vida. Y eso me parecía algo bastante curioso, ya que, en realidad, no sabíamos casi nada el uno del otro.
Nuestros pasos nos condujeron hacia una calle algo concurrida. Exceptuando el local de mis padres, la mayor parte de garitos decentes del pueblo estaban situados en ella. Yo no la conocía por eso. Aquella era la calle de la que me había marchado hacía tan solo unas pocas semanas, donde estaba el lugar que, aún por el momento, continuaba siendo mi hogar. Reprimí el impulso de decírselo cuando lo vi pasar de largo por delante de la puerta dorada del portal, porque no me apetecía pensar demasiado en ello. Evitación. Mi psicóloga me decía que era una herramienta que usaba demasiado a menudo.
"No está mal intentar evitar lo que te hace daño. Pero si lo ignoras durante demasiado tiempo, acabarás dándole el espacio suficiente para crecer, y entonces te será imposible esquivarlo".
- ¿Te apetece tomar algo?
Su pregunta me devolvió a la realidad y le miré. Tenía las manos metidas en los bolsillos, el pelo revuelto y la expresión un poco cohibida, como si le hubiese dado un poco de vergüenza. Asentí. Al fin y al cabo, aquella no dejaba de ser una estrategia para ganar la apuesta que habíamos hecho. No podía negarme a ir donde me pidiese y boicotearle los planes con otra cosa que no fuese mi resistencia verbal.
El garito que escogió estaba bastante tranquilo. Apenas había tres o cuatro grupos de personas, en su inmensa mayoría parejas, y sonaba una canción lenta en inglés. Me mordí el labio para aguantarme la risa, porque aquella no era para nada la imagen que tenía de alguien como David. Lo seguí adentro cuando el hombre que montaba guardia en la puerta nos dejó entrar sin pagar después de que David intercambiase con él un par de palabras.
- ¿Te codeas con los seguratas? –pregunté boquiabierta.
- Ventajas de ser el hijo de Isidro Palacios. Todo el mundo quiere hacerte favores.
- No lo dices como si fuese algo bueno -murmuré al captar el tono frío de su voz.
- No siempre lo es –respondió apoyando los codos en la barra-. ¿Qué quieres tomar?
- Agua fría –me miró con los ojos achinados, como si no me hubiese entendido bien-. ¡Agua fría! –repetí elevando un poco el tono de voz.
- No, si te he oído a la primera.
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El momento perfecto
RomanceDavid Palacios ve tambalear de nuevo su mundo cuando, dos años después de su marcha, se ve obligado a regresar al lugar al que juró que nunca volvería. ... María Gayoso ha nacido para escribir. Sin embargo, una mudanza obligada la capultará a una s...