DAVID
Los primeros entrenos tras la lesión de Itzan fueron duros. Quique tenía un humor de perros y no dudaba en sacar los dientes a relucir ante el más mínimo desliz. Las formas no eran las correctas, pero en el fondo todos lo entendíamos. La dinámica del equipo giraba en torno a la figura de Itzan, que había heredado mi posición como delantero centro. Apenas disponíamos de unos pocos días para diseñar y acostumbrarnos a un nuevo estilo de juego. O Quique encontraba un sustituto para Itzan, o la final se nos complicaría más de lo que teníamos previsto.
- No veo la hora de que pase este infierno –protestó Román cuando, un día más, nos quedamos los tres solos en el vestuario.
- No se lo tengas en cuenta –respondí distraído-. Creo que está sufriendo más en carne viva la lesión que el propio Itzan.
- Como siga con estos gritos, al final yo también voy a acabar lesionado.
- Como no sea de un oído...
La broma de Tino hizo que la tensión se disipase un poco. Ambos lo disimulaban bien, pero los conocía lo suficiente como para saber que ellos tampoco estaban en su mejor momento. Ya bastante teníamos con los finales de la universidad como para aún encima no poder disfrutar plenamente de nuestra ventana hacia la desconexión.
Cómo no, Tino no encontró mejor remedio para el agobio del día que una buena ronda de cervezas en El Arce. Román no se opuso, pero oí sus protestas con aire distraído mientras revisaba el móvil, esperando a que terminasen de cambiarse.
- Empiezo a pensar que tienes un problema con la cerveza –murmuraba.
- ¡Pero si bebes tantas como yo! Además, el punto no está en la bebida, sino en con quién la disfrutas.
- ¿Ahora te vas a poner sentimental?
- Joder, Román, parece mentira en ti. Me gusta disfrutar a sorbitos de los pequeños placeres de la vida. Tomarte algo con un colega, reencontrarte con viejos conocidos, rememorar viejas anécdotas... ¿Tú qué opinas, David? –sí, estaba oyendo lo que decían, pero hay una pequeña diferencia entre oír y escuchar-. ¿Hola?
- ¡Perdón! –exclamé sacudiendo la cabeza-. Os estaba atendiendo, prometido. ¿Vamos entonces a por esas cervezas?
Se giraron hacia el otro intercambiando una mirada cómplice.
- ¿Cuándo vas a presentárnosla?
- ¿A quién? –pregunté confuso.
- A la que te tiene mirando el móvil como un imbécil cada cinco minutos, a quién va a ser.
- No es lo que pensáis –me excusé.
- ¿No estás hablando con la chica de rizos? –inquirió Román echándose ya la mochila a la espalda-. Se llamaba María, ¿verdad?
- Y se llama. Pero siento deciros que no estábamos teniendo ningún tipo de conversación. Soy todo vuestro, queridos.
Me hubiese gustado decirles que sí, pero la triste realidad era que no mentía. Vale, estaba dentro de su chat, pero, en lugar de hablar con ella, me limitaba a releer una y otra vez el último mensaje que yo mismo le había enviado esa mañana.
David:
Hago uso de tus propios trucos para que te vengas arriba.
Mucha suerte con selectividad. Enfermera o periodista, no tengo duda alguna de que vas a hacerlo de locos.
Lo había acompañado con el enlace al videoclip de It's my life y con uno de esos stickers de gatitos que tanto le gustaban. Pasaban ya de las siete de la tarde y todavía no había recibido respuesta alguna. Podría hacerme el interesante y decir que uno ya iba teniendo una edad como para darle importancia a algo este tipo de cosas, pero la verdad es que había perdido la cuenta del número de veces que había revisado su chat en lo que llevábamos de día. Sabía lo mucho que se había esforzado y la presión extra que se había sumado ante las incipientes dudas acerca de qué hacer finalmente con su futuro, así que estaba deseando leer que todo había salido bien.
- Hoy empezaban con selectividad, ¿no? –preguntó Tino ya de camino al Arce-. Creo que Zaida me comentó algo el otro día.
Que obviásemos por completo el hecho de que llevase semanas liándose con una de las amigas de María era un asunto que me inquietaba ligeramente. Sin embargo, una pregunta por mi parte conllevaría a un considerable interrogatorio por la suya, así que preferí ignorar nuevamente el comentario y limitarme a asentir.
- Efectivamente.
- Eso sí que es un infierno y no lo de Quique –comentó Román arrugando la nariz-. ¿Os acordáis de la nuestra?
- Como para olvidarla –resopló Tino-. Por culpa de esos exámenes del infierno casi me quedo fuera de la carrera.
- Pues yo no tengo un recuerdo tan horrible.
Me miraron como si me hubiese vuelto completamente loco.
- Eres más raro que hecho de encargo, tío. ¿Cómo puedes tener un recuerdo decente?
- Además, ¿no tuviste después un examen a mayores? –preguntó Román a modo de argumento-. Para entrar en Columbia y todo eso.
- El SAT –afirmé-. Pero, más que un motivo para incrementar mi odio hacia selectividad, creo que fue una forma de contrarrestarlo. Allí me fui completamente solo, sin tener claro qué quería hacer con mi vida y sin ningún tipo de apoyo sobre el que sostenerme. En cambio, en selectividad, sabía que iba a encontrarme con vosotros en el pasillo nada más salir del examen. Debajo de los nervios, la tensión y el miedo, el hecho de vivir nuestras últimas horas juntos como compañeros de clase, compartiendo apuntes y desahogos tirados en el pasillo antes de entrar, le dio un poco de magia al asunto.
- No lo definiría como magia, precisamente, pero entiendo lo que quieres decir –cedió Tino tras unos escasos segundos de silencio-. Supongo que se corresponde un poco con mi filosofía de disfrutar de las cosas pequeñas, pero aplicándolo a campos un poquito más extremos.
Le di una palmada en la espalda a modo de asentimiento mientras bajábamos las escaleras del Arce. Tras ocupar nuestra región habitual en la barra y pedirnos tres quintos de cerveza, Román volvió a retomar la conversación donde la habíamos dejado.
- Me has dejado pensando con una de las cosas que has dicho –comentó mientras se llevaba el botellín a los labios-. Me parece súper triste el no haber sido consciente de estar dejando correr mis últimos días con mis amigos de siempre en ese contexto.
- Nos pasa a todos –respondí restándole importancia-. Es muy bonito decirlo desde nuestra perspectiva, pero en ese momento la presión te nubla tanto la vista que te hace imposible percibir nada más.
- ¿La echáis de menos? –preguntó Tino de pronto.
- ¿A selectividad?
- A la vida que teníamos antes de ella. Sin preocupaciones, viéndonos todos los días... A veces tengo la sensación de que éramos realmente felices y no lo sabíamos.
- Claro que lo éramos –respondí-, pero tenemos que centrarnos en seguir siéndolo ahora. Si algo he aprendido durante estos dos años es que somos lo que somos gracias a nuestro pasado, pero no podemos vivir atados a él.
- Me alegro de que hayas podido soltarte de esa cadena y volver –contestó Román-. Te echábamos de menos.
- Nunca quise alejarme de vosotros –aclaré-, pero estaba completamente perdido y tenía la sensación de que cortar con todo lo que me aferraba aquí era lo mejor que podía hacer para volver a encontrarme.
- ¿Y lo hiciste? –preguntó Tino.
- Sorprendentemente, creo que no empecé a hacerlo hasta que volví.
- Suena un poco frustrante –comentó Román en un susurro.
- Lo fue. Me sentí un poco como cuando, de pequeño, jugaba al Juego de la Oca y, justo cuando creía que estaba llegando a la meta, caía de nuevo de en la casilla de salida. En un primer momento lo vi como un castigo divino, ahora no me queda otra que tomármelo como un aprendizaje. He recuperado el contacto con vosotros, estoy viendo crecer a mi hermana de nuevo... ¡Incluso me he reconciliado con el piano, por el amor de Dios!
- Estamos orgullosos de ti –respondió Tino-. Aunque no te acostumbres a que te lo repita mucho. Es la cerveza, que me pone nostálgico.
- Os quiero, tíos.
Román levantó su botellín al aire y lo meció suavemente, invitando a los nuestros a unirse.
- Por los pequeños placeres.
- Y por nosotros. Por nosotros siempre.
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El momento perfecto
RomanceDavid Palacios ve tambalear de nuevo su mundo cuando, dos años después de su marcha, se ve obligado a regresar al lugar al que juró que nunca volvería. ... María Gayoso ha nacido para escribir. Sin embargo, una mudanza obligada la capultará a una s...