DAVID
Estuve dándole vueltas a lo de volver a jugar durante varios días. A decir verdad, la oferta era muy tentadora: sería una buena forma de volver a recuperar el contacto con amistades que había perdido y además me ayudaría a matar el tiempo muerto y distraerme de los estúpidos fantasmas. Sin embargo, había algo que me impedía decir que sí, que me frenaba inconscientemente.
El jueves por la noche, después de recibir un par de mensajes en el grupo de whatsapp que había retomado con Tino y Román, comencé a dar vueltas en la cama intentando dar una explicación lógica a aquella negación. Acababan de preguntarme qué iba a hacer con mi vida y no había sido capaz de responderles, porque seguía sin saber qué era aquello que me impedía aceptar la propuesta de Quique.
No le había comentado nada a Scarlett porque estaba seguro de que me empujaría a hacerlo sí o sí. Acabaría convenciéndome con su ímpetu incansable y con alguna reflexión sobre los chacras y yo volvería a calzarme las botas sobre el césped y jugar, sin darle más vueltas. No iba a ser así. Y, aunque lo fuese, aquello no era lo que necesitaba. Quería ser capaz de asomarme a mi interior y no ver una maraña de nudos y oscuridad. Si no podía ponerme de acuerdo conmigo mismo, ¿quién iba a hacerlo por mí?
Di un par de vueltas sobre el colchón y clavé la vista en el techo, que se intuía ligeramente en la penumbra. Estaba frustrado. Llevaba ya casi dos meses en el pueblo y todavía seguía siendo incapaz de reconocerme. Ni en mi primera comida con Carla, ni en la fiesta de Carnaval con mis amigos ni tampoco en la cena de equipo de hacía unos días había conseguido sentirme realmente cómodo, sin ataduras, sin la presión que se me acumulaba en el pecho al mirar a mi alrededor y sentir que, por mucho que me esforzase, aquel no era mi lugar. Nadie parecía sentir compasión de mis demonios y yo, acostumbrado a su presencia, dejaba que siguiesen consumiéndome, sin dejarlos salir.
Excepto una noche.
Me incorporé de la cama como un resorte y palpé la superficie de la mesita de noche en busca del teléfono, ansioso.
Había pensado en ella durante toda la semana, a veces incluso de forma inconsciente, pero creo que ese fue realmente el primer momento en el que le abrí las puertas de mí mismo a María, mucho más que durante la noche en la que nos conocimos, porque su nombre fue la primera solución que se me vino a la mente cuando por fin reconocí que necesitaba ayuda. En tan solo unas pocas horas, ella había sido capaz de ver más allá de lo que escondía mi cubierta, se había colado en rincones de mí mismo que ni siquiera sabía que existían. Y lo había hecho con una facilidad pasmosa, como si llevase conociéndome toda la vida.
Entré en mis redes sociales con dedos rápidos y me detuve en la lupa de búsqueda, pensativo. No sabía cómo se apellidaba. Tampoco quiénes eran sus amigas. Como era de suponer según lo que me había contado, Itzan no tenía ninguna foto con ella en sus perfiles y su nombre era demasiado común como para poder buscarlo entre las personas a las que él seguía.
Sabía también que Gisela iba en su curso, pero no quería entrar en su perfil porque estaba seguro de que seguía teniendo una de esas absurdas aplicaciones que te enseñan quién ha estado cotilleando tu feed.
- ¡Joder! –susurré.
Intenté cerrar los ojos y recordar alguna pista que pudiese haberme dado la noche del sábado. ¿Cómo se llamaba su amiga, la de la botella de agua? ¿Salma? No, esa era la que se había liado con Itzan. ¡Ámbar!
Volví a investigar entre los seguidos de Itzan y la encontré casi al momento. Era una chica mona, de pelo oscuro y piel morena, que sí recordaba haber visto en alguna ocasión. Tenía el perfil de Instagram abierto, así que no tuve dificultad a la hora de poder acceder a sus fotos. Pese a ser un perfil promedio de una adolescente de diecisiete años, no me lo puso demasiado fácil. La mayor parte de las publicaciones eran fotos suyas y tenían los comentarios desactivados, por lo que no podía localizar a María por ningún sitio. Estaba empezando a tirar la toalla cuando, bajando un poco, encontré una imagen de dos niñas pequeñas. Databa del 6 de julio y, por el pie de foto, era sin duda una felicitación de cumpleaños.
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El momento perfecto
Roman d'amourDavid Palacios ve tambalear de nuevo su mundo cuando, dos años después de su marcha, se ve obligado a regresar al lugar al que juró que nunca volvería. ... María Gayoso ha nacido para escribir. Sin embargo, una mudanza obligada la capultará a una s...