34. Good 4 you (Olivia Rodrigo)

23 6 0
                                    

MARÍA

Siempre tuve claro que quería ser escritora. Desde niña, los libros siempre habían sido mi válvula de escape, el lugar donde refugiarme cuando las cosas se torcían. Ser capaz de crear mis propias historias no era solamente mi pasión, sino también mi salvación. Escribir era el sueño de mi vida y, por suerte, nací en una época donde el único obstáculo que me impedía hacerlo realidad además de la suerte era mi propio talento.

Podría contar con los dedos de una mano el número de escritoras a las que he estudiado a lo largo de mi vida. Sin embargo, necesitaría varias decenas de manos para citar a todos los autores hombres cuyos nombres sí aparecían en mis libros de texto. Era injusto. No existía otra palabra para definirlo. Sin embargo, el machismo que empaña una inmensa parte de hechos de nuestra historia consiguió sobreponerse también a la vida y obra de cientos de brillantes escritoras.

Nuestra profesora de lengua española nos pidió que hiciésemos un trabajo de investigación sobre el tema. Nos dividió en grupos de cinco personas y asignó a cada uno el nombre de una escritora, con la intención de que abriésemos un perfil sobre ella en diferentes redes sociales para darla a conocer. Era un trabajo creativo y original, que suponía además una labor muy importante: sacar a todas aquellas maravillosas mujeres del olvido.

Aquel lunes, después de las clases de por la tarde, quedamos en el piso de Gala para empezar a preparar el trabajo y, de paso, ponernos al día sobre las últimas noticias que corrían por el pueblo. La noche de Carnaval en El Arce había dado para mucho, al parecer, y los cotilleos sucedidos entonces todavía estaban muy presentes.

- Dios mío –murmuré después de que Zaida nos contase cómo le iba con Tino, el chico con el que se había enrollado antes de volver a casa-. Sigo sin entender cómo pude perderme todo eso.

- Tranquila, que yo tampoco lo recuerdo –respondió Ámbar con soltura, haciendo estallar las risas del resto del grupo.

- Normal que te lo perdieses, Meri –añadió Gala-. Fue después de que desaparecieses.

- No desaparecí –cuatro pares de ojos se giraron hacia mí y resoplé, resignada-. Bueno, a lo mejor un poco sí. Pero ya sabéis por qué fue.

Un silencio tenso se hizo dueño de la sala y todas volvimos a centrar la atención sobre lo que teníamos delante.

- ¿No has vuelto a hablar con él? –preguntó Guille al cabo de unos segundos.

- No, pero mejor así. David me contó los comentarios que hizo el otro día en la cena del equipo y...

- ¿David? ¿David Palacios?

Asentí y levanté la cabeza de los apuntes al sentirme observada de nuevo.

- ¿Qué pasa?

- ¿Seguís quedando? –preguntó Gala aleteando las pestañas.

- ¡No! Es decir, sí, pero no por lo que pensáis. Solo somos amigos.

- Ya. Amigos.

- Amigos –repetí-. No saquéis las cosas de contexto.

- María, la noche que lo viste en el portal mandaste un mensaje por el grupo poniendo el grito en el cielo. Conociéndote, vuelves a estar pillada de él hasta las trancas.

- No, no, de verdad. Esta vez es distinto –volvieron a mirarse entre ellos e intenté centrarme de nuevo en los apuntes, algo molesta-. ¿Veis? Por esto no quería contároslo.

- Jo, Meri, no te enfades –Ámbar se acercó y me pellizcó la mejilla con suavidad-. Sólo era una broma.

- No pasa nada. Es solo que... -cogí aire-. Estoy conociéndole desde cero y no es para nada como me imaginaba. No voy con segundas intenciones. Es una relación, no sé, diferente a la que he tenido con cualquier otra persona. Puedo hablar con él de cualquier cosa y siempre me hace sentir cómoda, como si nos conociésemos de toda la vida. No quiero estropearlo –me miraron con ternura y agaché la cabeza-. Me viene muy bien después de lo de Salma, la verdad.

- ¿Pero no estáis bien ya? –preguntó Zaida.

- No –me mordí la lengua para no decir más de la cuenta. Todavía no les había revelado la identidad de la "misteriosa chica que se lio con Itzan" y, por algún motivo que desconocía, quería que siguiese siendo así-. ¿Por qué íbamos a estarlo? Sigue como siempre.

- ¿No ha hablado contigo?

- ¿Conmigo? –me giré hacia Ámbar y ella apartó la vista hacia otro lado-. No. Pero no sé por qué me da que con vosotros sí...

- Nos ha pedido perdón –respondió Gala bajando un poco la voz.

- ¿A todos? –cuatro cabezas moviéndose lentamente de arriba abajo-. Ah, qué bien. Y se ha disculpado..., ¿por qué, exactamente?

- Por su actitud durante esta última temporada –me habría gustado poder verme la cara en aquel momento, porque debía de ser un auténtico poema-. Seguro que está esperando el momento adecuado para hablar contigo. Supongo que querrá darte otro tipo de explicación.

- Habrá sido por cualquier tontería –insistió Guille-. Ya sabes cómo es, la conoces mejor que nadie.

- A estas alturas no estoy segura de conocerla tanto como creía.

- Venga, María, no te pongas así –suspiró Ámbar-. Seguro que ella también lo está pasando mal. Y por lo menos ahora está intentando poner de su parte. Se habrá tenido que ver muy sola.

- Y esa es precisamente la justificación que usaba cuando hablaba mal de nosotras, ¿no? Que éramos unas envidiosas con todo lo bueno que le pasaba, que no le dejábamos hacer su vida y que la habíamos ido apartando poco a poco hasta dejarla completamente sola.

- Estás hablando desde el rencor.

- No, estoy hablando desde el sentido común. No hace ni dos días que volvieron a llegarnos sus discursos y os pusisteis como fieras. Nadie cambia de opinión tan rápido.

- Habrá sido un arrebato tonto. Podéis arreglarlo, de verdad.

No respondí. Y agradecí no haberlo hecho, porque habría malgastado mis fuerzas para continuar dando golpes en una guerra que ya estaba perdida.

El resto de la semana fue de todo menos inesperado. Salma volvió a incorporarse a nuestra rutina como si nada hubiese pasado, como si todos los dardos envenenados que había lanzado sobre nosotros a lo largo de los días no hubiesen existido nunca. Yo me limité a intentar acostumbrarme, ilusionándome mientras esperaba una disculpa que nunca llegó. Tampoco ningún otro tipo de conversación más que las que fingía intentar establecer cuando el resto del grupo estaba delante.

A ojos de los demás parecía una versión mejorada de sí misma. Más alegre, más sana, más feliz, más buena persona. A los míos, solo era una fachada que escondía los escombros que había ido cementando a lo largo de las últimas semanas.

No podía fingir que no había pasado nada. No después de todo lo que había visto, de todo lo que había hecho. No podía hacerlo y cada noche me iba la cama atormentada con el mismo enigma.

¿Cuál de aquellas dos personas era la auténtica?

El momento perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora