81. She will be loved (Maroon 5)

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DAVID

- ¿Crees en el amor, David?

Después de las emociones de los últimos días, aquella pregunta me hizo estremecerme, pese a entender perfectamente el contexto en el que la formulaba.

A falta de dos días para la boda, habíamos ido con los novios al lugar de celebración para, en su caso, ensayar el baile nupcial y, en el mío, hacer un par de pruebas de sonido. Habían colocado un pequeño escenario en uno de los laterales de la finca y un equipo de sonido completo desde donde se reproducirían las bases de las canciones que había preparado. Era un entorno bonito y sencillo, perfecto para el tipo de enlace que tenían en mente.

Las cinco repeticiones que hicimos de la canción del baile fueron más que suficientes para mí a la hora de comprobar que todo estuviese en orden. Sin embargo, Tatiana insistió en que Miguel todavía seguía muy verde a la hora de memorizar los pasos, así que me dejó tomarme un descanso mientras ellos (para desgracia del pobre Miguel) continuaban practicando con la versión original.

Y allí, sentada en un banco mientras observaba a su hermano bailar con la que iba a convertirse en su esposa, María me preguntaba si creía en el amor. Sin segundas intenciones y sin vacilar. Simplemente motivada por el placer de verlo florecer ante sus propios ojos.

- ¿Sabes? Hubo una época en mi vida en la que intenté no hacerlo, pero el cabrón está por todas partes.

Su risa ante mi respuesta hizo que el estómago me diese un pequeño vuelco.

- ¿Qué te hace tanta gracia?

- No te pega ponerte en modo hater del amor –se burló.

- No lo odio –aclaré-. Pero a veces me frustra. Es complicado de cojones.

- Solo si tratas de definirlo. Cuando entiendes que no puedes reducir su significado a unas pocas palabras, te das cuenta de que el hecho de que sea tan sumamente indescriptible es lo que lo hace tan especial.

- ¿Tú crees en él? –pregunté pese a la evidencia.

- He crecido rodeada de él durante toda mi vida y he tenido la suerte de conocerlo en muchas de sus formas –explicó-. No siento el mismo amor por mis padres que por mi hermano o mis amigos, y esa capacidad que tenemos para aprender a querer de tantas formas diferentes me parece fascinante.

Aprender a querer.

Qué dos acciones tan bonitas y qué manera de combinarse su importancia cuando se conjugan juntas.

- No sabía que había dejado creer en el amor hasta que volví aquí –pensé en voz alta-. Supongo que, después de toda una infancia asociándolo con el dolor, era fácil querer renegar de él.

- He escuchado cientos de veces a mis amigas decir que sin dolor no hay amor, pero siempre he creído que es justamente lo contrario.

- Y seguramente lo sea, guindillita, pero el David niño no podía evitar pensar que iban de la mano. Quería a mi padre, pese a que por su boca nunca saliesen palabras de cariño. Amaba la música, sabiendo que jamás podría dedicarme a ella. Adoraba y adoro a mi hermana y a mis abuelos, pero me marché durante dos años a la otra punta del mundo sin tener apenas noticias suyas.

- ¿Y qué hay de tus amigos? ¿Y Gisela?

- Le tengo mucho aprecio a Gisela, pero a día de hoy creo que nunca llegué a enamorarme de ella. Tener una relación seria y estable era una de las muchas cosas que se esperaban de mí en mi entorno familiar, así que supongo que lo que realmente me atraía era lo que podía aportarme. Cuando me marché, ella formaba parte de toda la farsa que había supuesto mi vida, así que la aparté, como todo lo demás. Fui un imbécil, pero sé que si de verdad la hubiese querido no habría tirado por tierra todo lo que teníamos.

- Todo lo que dices es muy triste...

- Lo era, pero ya no. He aprendido que antes de poder regalar amor a quienes me rodean tengo que saber hacerlo primero conmigo mismo. Una vez que dejas a un lado los demonios, todo es mucho más fácil.

Nos quedamos en silencio durante unos segundos antes de mirarnos y sonreír con sinceridad.

- Me alegra verte haciendo tantos progresos –comentó apartando la mirada-. Estoy orgullosa de ti.

- Ha sido un proceso conjunto. Merece la pena luchar cuando tienes al lado a alguien que te motiva a ser mejor cada día –apoyé mis dedos bajo su barbilla y le giré la cara con suavidad para que nuestros ojos volviesen a encontrarse de nuevo-. Yo me merecía aprender a querer bien y tú te mereces que alguien lo haga por ti, guindillita. Así que no me queda otra que esforzarme por cumplir la parte que me toca.

El rubor de sus mejillas hizo que fuese yo quien apartase la mirada entonces.

Ninguno de los dos teníamos idea alguna de dónde iba a terminar todo aquello, pero, al menos, sentía que, pese a desconocer el rumbo, al fin caminábamos siguiendo una dirección común. 

El momento perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora