57. Try (Pink)

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DAVID

Los días posteriores al festival fueron un torbellino de emociones. A veces, necesitaba tumbarme y cerrar los ojos, intentando memorizar y revivir cada detalle, porque me creía incapaz de procesar todo lo que había sucedido. O, al menos, de aceptar que era algo real y no una fantasía que creía enterrada desde hacía años.

María amenazó con dejar de dirigirme la palabra si volvía a pronunciar la palabra "gracias" en su presencia. No podía no hacerlo. No sólo por haberme rescatado del bloqueo mental en el que caí cuando me vi engullido por la soledad del escenario (que también), sino porque animarme a aceptar aquella propuesta había sido una forma de hacer las paces conmigo mismo. Un desafío que no había sido capaz de llevar a cabo ni siquiera cuando los fantasmas no formaban aún parte de mi vida, y que ahora había superado con creces. Dejarme fluir sobre el piano había sido como desprenderme de todas las capas de relleno que ocultaban lo verdaderamente esencial. Desnudarme y mostrarme entero delante de amigos, conocidos y, sobre todo, delante de mí mismo, sin secretos, sin reprimirme. Pocas cosas hay más bonitas que un buen reencuentro y yo había perdido la cuenta del tiempo que llevaba echándome de menos.

...

Me desperté durante la madrugada del lunes al notar cómo el móvil vibraba bajo la almohada. Me maldije a mí mismo por no haberlo puesto en la mesilla de noche antes de que el pánico se apoderase de mi cuerpo al ver que se trataba de Scarlett. En Nueva York no debía de pasar de las once de la noche, pero siempre teníamos en cuenta la diferencia horaria a la hora de llamar al otro. Tenía que ser algo grave.

Cogí los auriculares lo más rápido que pude y me coloqué el del oído derecho con manos torpes, aún adormilado.

Scarlett me recibió al otro lado de la pantalla con una expresión que no fui capaz de descifrar.

- ¿Qué ha pasado? ¿Estás bien? –pregunté preocupado.

- ¿QUÉ HA PASADO? –agradecí haberme puesto los cascos, porque sus gritos habrían despertado a medio edificio-. ¡David Palacios Ortega! ¡¿En qué puto momento decides subirte a un escenario y no contarme nada?!

- ¿Qué? ¿Cómo te has enterado?

- No me trates como si fuese imbécil –respondió-. Todo el mundo lo sabe. Menos yo, claro, porque debes haberte olvidado de que soy tu mejor amiga y...

- Eh, eh. Echa el freno. ¿Cómo que lo sabe todo el mundo? No se lo he contado a nadie.

- Ni falta que hace. Si el vídeo ha llegado hasta aquí, pocas palabras hacen falta.

Me pellizqué para asegurarme de que no estaba soñando. O era eso o estaba siendo víctima de una cámara oculta.

- ¿Puedes aclararme de qué vídeo estás hablando, por favor?

No tardó ni dos segundos en enviarme un enlace sin dejar de parlotear:

- Tendrías que haber visto mi cara cuando he quedado esta tarde para tomar algo con las de clase. "Scarlett, mira qué pasada de actuación. Es de un artista anónimo de España. Lo llaman El Pianista Silencioso". Y David, cielo, que el anonimato a base de antifaces del bazar de tu pueblo se lo venderás a quién tú quieras, pero yo te he escuchado cantar en la ducha miles de veces y a mí no me la cuelas.

Dejé de escucharla cuando el enlace cargó y mis auriculares comenzaron a regalarme las primeras notas de Shallow. Durante los siguientes cuatro minutos, me teletransporté de nuevo al escenario del teatro, a la oscuridad que me calló cuando me creí incapaz de seguir adelante, al banco que compartí con María cuando ella vino a devolverme la voz. Me hubiese gustado verlo en otras circunstancias, con calma, y disfrutar del recuerdo como merecía. Sin embargo, el pánico que me inundó al ver las estadísticas del vídeo tenía otros planes para mí.

- ¿Lo has visto? –preguntó Scarlett al cabo de un tiempo.

- Sí, sí –balbuceé-. Es sólo que... Joder, tiene muchísimas reproducciones.

- Se ha hecho viral. Estás en todas partes. Y, dejando a un lado el enfado, no me extraña. Eres muy bueno, David.

- Scarlett...

- Todo el mundo se muere de ganas de saber quién es El Pianista Silencioso. Lo has hecho increíble.

- ¡Scarlett! –me llevé una mano a la boca al darme cuenta de que había elevado un poco el tono de voz-. ¿Puedes escucharme, por favor? –asintió, no demasiado convencida, y suspiré-. Eres una chica inteligente. ¿Por qué crees que no te lo he contado? ¿Por qué he tocado disfrazado de ninja?

- Eso mismo querría saber yo.

- ¡Piensa!

Hizo amago de protestar otra vez antes de abrir mucho los ojos, comprendiéndolo.

- Hostia puta. Tu padre.

- Veo que lo has entendido –me llevé las manos a la cara, agotado, y dejé escapar una bocanada de aire de nuevo-. No sé qué voy a hacer.

- ¿Crees que puede reconocerte?

- Si tú lo has hecho a partir de mis recitales en la ducha...

- ¿Tu padre tiene redes sociales?

- Las odia. Tiene a una becaria para que le lleve las de la empresa.

- Pues entonces ya está. No va a verlo.

- No sé, Scarlett. La gente en el pueblo es muy cotilla. Si alguien me reconoce y se lo encuentra por la calle, no tardará ni dos segundos en descubrirlo.

- Nadie sabe quién eres –aseguró-. Si no te hubiese escuchado cantar, yo tampoco lo sabría. La luz está bajísima, el vídeo está grabado desde lejos... No se te ven ni los ojos.

- Ha sido una idea horrible –suspiré.

- ¡Claro que no! –exclamó-. Has sido muy valiente. Sé que ahora lo ves muy negro, pero el miedo es el precio a pagar por arriesgarse. La vida es una mierda si no nos atrevemos a hacer lo que nos hace felices y tú llevas años renegando de ello. No voy a decirte que dejes de pensar en las consecuencias, porque entiendo que es inevitable, pero sí te pido que no dejes que empañen lo verdaderamente importante. Tienes que estar muy orgulloso de ti, David. Esto es mucho más que dar un pasito hacia delante. Has echado a volar, amigo mío. Y es el principio de algo bueno. Que tus alas te impulsen hacia arriba. 

El momento perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora